Una de las fotografías del proyecto Tributo a la Bata, de Lucía Herrero.
¿A ti te trata bien la Policía? En defensa de las señoras sentadas a la fresca en la vía pública
Nunca he notado que la Policía trabaje para nosotros, sino contra nosotros. Les dimos un poco de poder por el rollo ese del pacto social y nos patearon como a ratas.
"Sabemos que sacar sillas o mesas a la puerta es tradición en muchos pueblos, pero la vía pública está regulada. Si la Policía pide retirarlas, hazlo por respeto y convivencia. Con civismo y sentido común no hay molestias", ha escrito en X la Policía Local de Santa Fe, municipio de la provincia de Granada. Vaya tela.
Sabemos que sacar sillas o mesas a la puerta es tradición en muchos pueblos, pero la vía pública está regulada. Si la Policía pide retirarlas, hazlo por respeto y convivencia. Con civismo y sentido común no hay molestias. ¡Gracias por colaborar! pic.twitter.com/Qvr6CftpZS
— Policia Local (@PoliciaLocalSF) May 27, 2025
Yo sé que cada ciudadano tendrá su propia biografía sentimental con la Policía, pero la mía no es que sea exactamente un dulce. Tampoco un desastre. Es más bien un borrón blanco. Un ghosting institucional. Una tirantez invisible.
No recuerdo que me hayan prestado ayuda nunca. No, al menos, directamente.
Entiendo que quizá me quitaron peligros del camino y que es precisamente esta calma chicha la que les pone de manifiesto y la que hace de este un país seguro. Bien.
Eso es lo que elijo creer para tragar el sapo del brazo armado del Estado, una cosa que me genera poca o ninguna simpatía, algo necesario pero desagradable como el primer supositorio para un niño.
Matizo, añado: no sé si la policía me ha ayudado alguna vez, pero desde luego no me ha tratado con respeto y cordialidad nunca. Su mejor rollito es la pasivo-agresividad.
El peor, no te lo cuento.
Habría que sofisticar los exámenes de esos muchachos para que mejoren su imagen de cabestros y de frustrados con apetito de torta. Habría que evitar el ridículo democrático de que su palabra valga más que la mía o que la tuya. Habría que procurar que tantos ciudadanos dejáramos de sentirnos desamparados.
Yo quiero subirles el sueldo a todos y hacerles felices. Yo quiero que dejen de portarse como perros del sistema y les nazcan hombres a los soldados crueles.
Lo lamento por los buenos, por los íntegros, por los intelectuales y pacíficos, que los hay, y me consta. Qué pena que sean más vistosos sus agentes con complejo de portero de discoteca, los que nos tratan como si fuésemos permanentemente sospechosos de algo.
¡Los patrullita! Cara visible del cuerpo.
Nunca he notado que trabajen para nosotros, sino contra nosotros. Les dimos un poco de poder por el rollo ese del pacto social y nos patearon como a ratas.
Breve historia de amor policial
Una vez tuve 19 años y la poli me requisó una lata de cerveza en un verano lento en el que luchaba contra el tedio desde un banco perdido de Torremolinos. Triste destino, pienso ahora, ir recogiendo refrigerios por la Costa del Sol a los niños que escuchan con sus amigos Kiko & Shara desde algún móvil roído y escriben coplillas flojas para ensayar el compás.
Pobre gente, Jesús.
Siempre se les ha dado muy bien joder la pequeña fiesta y tatuarse tribales en el brazo. También arrinconar a ancianas en desahucios o fliparse con los del top manta, como si estuvieran deteniendo a Oswald Auslétia.
Su especialidad son los débiles. Ojalá tratasen con tanto rigor a los fuertes, ¿no?
Más tarde, en otros destellos de esta existencia arriesgada en la que tengo la ocurrencia de salir a vivir y a expresarme, me engancharon con violencia del hombro para que me desplazase en un concierto multitudinario en la calle o en alguna manifestación, o me gritaron gratuitamente, o me amedrentaron para dar por satisfecha su jornada. Check.
Más historias de amor, que diría OBK.
Mi amiga Laura, volviendo a casa después de salir por la noche, pidió ayuda a una patrulla porque le acababan de robar el móvil. Le dijeron que iban a buscar al malhechor y la dejaron sola en la calle, esperando. Nunca volvieron.
Marta, que vivía por Malasaña, paró aterrada a un coche de la Policía para advertirles de que un acosador mítico del barrio que la tenía tomada con ella la estaba asustando aquella noche y que la tenía paralizada de pánico en la acera, sin saber ya por qué calle moverse para evitarlo.
"Si no está por aquí, a ver si te lo has imaginado", resolvieron, y le dijeron de acompañarla al portalillo. Auténticos genios.
Otro caso. 17:00 h. de un día soleado, Itxi y yo volvíamos en su coche a Madrid desde Colmenar, y un guardia civil en moto se nos cruza de forma algo temeraria y nos pide que paremos. Iba con un compañero que nos cercó por detrás. Lo hicimos. Chicas obedientes, ya nos conocéis.
Guardia Civil de tráfico. EFE
El caballero le dice a mi colega que no ha puesto el intermitente (aunque sí lo había puesto), y le suelta, condescendiente: "Casi me provocas un accidente, ¿eh, niña? Vas charlando con tus amiguitas y tal... que se puede hablar, ¿eh? Pero hay que ir atenta a la carretera. Te vamos a poner una multa". 200 pavos.
Se los hubiéramos dado besaos con tal de pirarnos de allí y no aguantar ese vacile repugnante que se alargó, para su regocijo y nuestra rabia silenciosa.
A mucho machote de la poli le gusta relacionarse en estos términos con las chavalas jóvenes (y eso que cada día lo somos menos, confesaremos). Disfrutan esa tirantez entre la violencia, el tonteo y el adoctrinamiento. Me cabrea. Entre la dejación de funciones y el jugueteo déspota prefiero un tiro en la pierna, la verdad.
Lo que no me esperaba es que ahora fueran también a molestar a las ancianas a la fresca. Su ya célebre irascibilidad ha encontrado nuevo target.
Vergüenza me daría a mí censurar a una señora que podría ser mi abuela por sacar una sillica de Mahou a la puerta de su casa para hacerse fuerte conversando con las comadres.
Todos los trabajos pueden ser una basura, pero estoy bastante segura de que ir a regañarle a las regias veteranas del palique se acaba de convertir en la servidumbre más baja de todas, en la más desmemoriada. Espero que estos notas se lleven un collejón o un escobazo. Esas son las armas de las viejas más chulas desde hace siglos.
¿Habrá algo más hermoso, más espontáneo y a la vez más tradicional que la congregación de las clásicas? Me conmueve la rebeldía luminosa de la mujer vetusta que siente que participa en la calle y que su barrio es la prolongación de su vida y de sus amores.
O sea, la acera es ella, como sus brazos o sus piernas. Esta es su jurisdicción.
La señora es un ser mitológico que copa sus alrededores, que los habita muy en serio, sin estar de paso. Ahí hizo su pequeña y grandiosa vida. Construyó imperios sin salir apenas del pueblo, sin conocer a sus homólogas de allá a lo lejos, a las que tenían otros mundos y hablaban otras lenguas.
Ahora, los maderos no entienden de la patria de las mujeres que les dieron de comer en la boca cuando andaban desdentados.
Es la misma disidencia alegre de la que se niega a sentarse en una terraza a consumir y a pagar un agua por cinco pavos para conspirar con su vecina. Esta es su diminuta anarquía. Llevar la tertulia al bulevar y que puedan hacer su política gratis.
Nunca le han pedido ayuda a un niñato de treinta años con porra.
Ni van a hacerlo.
Ni las moverán.