Imagen de la Gran Vía de Madrid a oscuras este lunes.

Imagen de la Gran Vía de Madrid a oscuras este lunes.

Columnas CONVOCATORIA EXTRAORDINARIA

Nos hemos vuelto ya expertos en la catástrofe

Algo ha cambiado entre nosotros que ha hecho que nos resulten familiares los momentos excepcionales. Ya nos resulta más verosímil la guerra que la paz y el caos que el orden.

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Este lunes, uno se enfrentaba al apagón en España con la extraña sensación de estar viviendo algo muy viejo y, al mismo tiempo, nunca visto. Era como vivir en una película de ciencia ficción ambientada en el siglo XIX.

Teníamos todo a nuestro alcance, y nada funcionaba. El teléfono móvil nunca había resultado tan incómodo e insultante como ayer, cuando uno acudía a él como el último asidero que pudiese ofrecer algo de información. Pero como en otros tiempos, sólo funcionaban las velas y la radio.

Las velas, gracias a Dios, no hicieron falta. Y la radio, como antaño, fue la última compañía, pero había que tener uno de esos transistores a pilas que recomendaban en el kit de supervivencia, o meterse en el coche a escuchar. Yo hice esto último, y me sentí raro encerrado en un coche, escuchando mi emisora de referencia, bajo un radiante sol de primavera, con los árboles en flor y los pájaros cantando.

Una mujer haciendo la compra a oscuras a primera hora de la tarde del pasado lunes.

Una mujer haciendo la compra a oscuras a primera hora de la tarde del pasado lunes. Sara Fernández.

Era un extraño día para recibir el apocalipsis. Quizás las catástrofes, como las peores venganzas, también vengan en bandeja de plata.

Algo tenía todo aquello de deja-vu. La población actuó con unos hábitos previamente adquiridos. No como en esas ocasiones en las que el caos hace improvisar sacando lo más mezquino y lo más excelso de cada uno, mitad héroes, mitad alimañas, sino como expertos de la catástrofe.

Los supermercados fueron la primera parada del apocalipsis. Cuando uno se pone nervioso saquea la nevera; cuando hay crisis, saquea el supermercado. Y, por desgracia, empezamos a ser expertos en momentos de excepción.

Algo ha cambiado entre nosotros que ha hecho que nos resulten familiares los momentos excepcionales. Nos hemos vuelto muy receptivos y disciplinados ante el apocalipsis, como si lo estuviésemos esperando cada día cuando nos levantamos. Es la historia de la salvación invertida, la anunciación del apagón, el mesías exterminador que nos devuelve al minuto cero de la creación, cuando todo era oscuridad.

Quizás por eso estábamos predispuestos a creer antes en un ciberataque que en un fallo técnico del sistema. Ya nos resulta más verosímil la guerra que la paz, la maldad que el error, y el caos que el orden.

La única explicación que teníamos en nuestras manos de la autoridad competente nos decía que no descartásemos nada porque podía ser cualquier cosa. Fue entonces cuando compareció la nada para apagar también las inteligencias. Era el momento de dar algo de confianza a los españoles, pero nos quedamos peor.

Tomé nota del recurso para la próxima vez que me toque responder a algo de lo que no tengo ni idea:

-¿Quién cree usted que debería ser el próximo Papa?

-No descartaría ninguno, sin duda, porque podría ser cualquiera.

Lo usaré muchas veces, es la mejor manera de comparecer para decir algo importante sin decir absolutamente nada.

El mensaje que recibí del Gobierno me dejó profundamente incómodo. "No sabemos nada, pero fíense solo de lo que nosotros digamos". ¿Cómo en el Covid? Eso sí me produjo más desasosiego que una tarde de niebla atlántica a Pessoa.

¿Cómo confiar solo en la información gubernamental cuando ya sabemos que fue una fábrica constante de bulos durante la pandemia? ¿Y por qué debía yo desconfiar, sentado en mi coche, de mi emisora favorita, de los periodistas que estaban al pie del cañón, de los que dan el callo y que merecen mucha más confianza que el presidente del Gobierno?

Algo me preocupó de todo esto. Es un hecho que ya se ha instalado entre nosotros la cultura de la catástrofe. Y esto, inevitablemente, nos hace especialmente vulnerables a los mensajes consoladores y paternalistas de los hombres fuertes.

Superaremos el vacío tecnológico y los expertos aprenderán de este fallo. No es descartable que incluso el mensaje en defensa de la energía nuclear se refuerce. Pero hay un apagón interior que ha dejado un poco más a oscuras algunos pliegues de nuestra vida.