La actriz Rachel Zegler.

La actriz Rachel Zegler.

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'Blancanieves' no es woke: lo que pasa es que eres un carca y no ligas

Para progresar debemos integrar. Aceptar que vendrán princesas diferentes, héroes y heroínas que salven al mundo de una inminente amenaza de ChatGPT.

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Hace ya varios meses que Blancanieves se ha vuelto parte de mi intimidad. En mi ritual diario, cuando trato de quedarme dormida con alguna serie mala de Disney, acurrucada en mi cama, bajo el edredón. La melodía del anuncio de la película interrumpe mi fase REM.

Vale dinero soñar con Rachel Zegler (exactamente 250 millones de dólares).

Allá por los 2000 pedí a los Reyes Magos la casa gigante de Blancanieves con los siete enanitos. Aunque mi pelo fuese rubio y mi piel no tan pálida, acariciaba su vestido amarillo como si fuese mío. Y fregaba los platos de Mudito y Gruñón con esmero.

Había algunas niñas de la clase que sí se parecían a Blancanieves, pero a mí me quedaba la esperanza de que si a Cenicienta se le encrespaba un poco el pelo, entonces podría parecerme a ella.

¿En qué piensas tú cuando piensas en un pájaro?

Yo me suelo imaginar a los que revolotean sobre los restos de comida en las terrazas. Casi diminutos, tan dulces. Que no cunda el pánico, no dejarán de existir las cotorras, los periquitos o los cines.

¿En qué piensas tú cuando piensas en Blancanieves?

Las niñas y los niños de ahora piensan en Rachel Zegler. Es latina. Su existencia no implica la desaparición de la Blancanieves que conocemos. Es una princesa, política, posicionada. Defiende a Palestina, odia a Donald Trump y se rumorea que es una actriz normal para la onda hollywoodiense.

Su antagonista, la villana de la película, es Gal Gadot, cuya postura no es "política, sino humanitaria" (es pro-Israel). A ambas les une lo mismo: la guerra entre mujeres.

Aburrido. Y se nota. Blancanieves fracasa en taquilla.

La culpa es de la niña. Claro. No puedes ser política y llevar zapatitos de cristal. Por eso Rachel me gusta. Porque rompe el esquema mental del ser humano, más concretamente, del hombre blanco, que se enfada porque esta Blancanieves no friega, ni ordena, ni sirve a los enanitos.

Y mucho menos se deja encandilar por un príncipe azul.

Por Dios, yo tampoco me enamoraría del señor que espera de mí que sea su sirvienta. No todo es woke. Es que eres un carca y por eso no ligas.

Se olvidan estos señores que en 1937, cuando se estrenó Blancanieves, la ciudad de Guernica fue bombardeada. España se encontraba en plena Guerra Civil. Mi abuela se moría de hambre. Y seguro la de muchos también.

Pero lo importante es que nuestra princesa sea blanca, blanquísima. Blanco nuclear.

La experiencia y los prejuicios limitan la vida real. Creencias implantadas que una vez se cuestionan y salen a relucir, pues asustan. Espantan. Como si el cerebro no tuviese plasticidad, como si no fuera redondo para que los pensamientos circularan.

Luego el colega mete de rabona en la pachanga del domingo y es clavadito a Lewandowski.

Dicen que los enanitos de Blancanieves de la nueva adaptación fueron creados con AI para no ofender al colectivo. Como no he podido preguntarle a ninguna persona con acondroplasia, nunca podré conocer la verdad. No obstante, creo firmemente que podía haber sido una gran oportunidad para los actores con enanismo.

Con tal de no ofender, uno ofende. Con tal de no equivocarse, uno se equivoca.

El progresismo como el lobo de Caperucita: vestido de abuela indefensa.

Para progresar debemos integrar. Aceptar que vendrán princesas diferentes, héroes y heroínas que salven al mundo de una inminente amenaza de ChatGPT. Que a los pequeños les interesa un perro azul que habla y canta, como a mi madre le interesó una naranja que pateaba un balón.

Se debe romper con los prototipos, que no siempre reflejan la diversidad completa. Las experiencias limitadas o sesgadas nos llevan al estereotipo.

Para imaginar más que un gorrión has de conocer el águila, el avestruz. Los cisnes, las ocas. Para progresar has de querer cambiar de posición.

Aceptar que no eres tan importante.