En su primera aparición pública tras asumir el cargo del vicepresidente de los Estados Unidos, J.D. Vance, católico, ha hablado en la manifestación de la Marcha por la Vida en Washington D. C.
La de Vance ha sido una declaración de intenciones en toda regla: el discurso provida ha vuelto a entrar en política después de años en el destierro.
Quien decidió que un feto no es un ser humano y que, por tanto, no tiene derecho a vivir decidió también en algún momento que el debate sobre el aborto era cuestión cerrada y que sólo estaban en su contra algunos radicales medio mormones y medio amish a los que les gustaba gritar "tu bebé ya tiene uñas" en las puertas de las clínicas abortivas.

El vicepresidente de los Estados Unidos, J.D. Vance.
Y mucha gente, provida o no, creyó que cuestionar el aborto ya no tenía cabida en el discurso público. Había que resignarse a decir en privado "yo no lo haría, pero cada uno con su vida".
Y eso era todo.
Pero hubo quien siguió creyendo que renunciar al debate sobre el aborto era renunciar a hacernos preguntas fundamentales sobre quiénes somos, sobre cómo concebimos la protección de la vida, sobre qué valor le damos a la búsqueda de la verdad y sobre qué significa proteger en serio los intereses de las mujeres.
J.D. Vance ha decidido que la vida es y siempre será un tema vigente y que esas cuestiones merecen un lugar en el discurso público.
Que cómo tratamos a los más vulnerables puede reflejar lo mejor y lo peor de nosotros.
Que una sociedad en la que la vida no se abre paso es una sociedad enferma.
Que la idea de que formar una familia no lleva a la felicidad, sino a la pérdida de autonomía, es un fracaso cultural.
Y comprender todo eso es ser verdaderamente provida. "Hemos fallado a una generación no sólo al permitir una cultura del aborto a la carta, sino también al no ayudar a los padres jóvenes a conseguir los ingredientes que necesitan para [vivir] una vida feliz y con sentido. Arraigó una cultura de individualismo radical, en la que las responsabilidades y alegrías de la vida familiar se veían como obstáculos que había que superar, no como una realización personal. Nuestra sociedad no ha sabido reconocer que la obligación que una generación tiene para con otra es, para empezar, una parte esencial de la vida en sociedad", ha reflexionado Vance.
He ahí lo que implica estar radicalmente a favor de la vida.
JD Vance is of course correct about the hierarchy of love. You are called to love your family first. And your nation before the nations of the world. The Left prioritizes the universal love of all mankind because that kind of love requires nothing of you. It’s easy to love the…
— Matt Walsh (@MattWalshBlog) January 31, 2025
"Necesitamos una cultura que celebre la vida en todas sus etapas, que reconozca y crea de verdad que la referencia del éxito nacional no es nuestra cifra de PIB o nuestro mercado bursátil, sino si la gente siente que puede formar familias prósperas y sanas en nuestro país", ha dicho también Vance.
Comprensible, sensato, directo y perfectamente asumible en un discurso político. Hasta podría avergonzar a quien renunció a defender estas ideas argumentando que ya no tenía sentido y que no daba votos.
En su libro Feminismo contra el progreso, la escritora Mary Harrington sueña con una utopía en la que cada bebé sea bienvenido sin que su llegada suponga hacer desaparecer a la mujer.
Porque eso también es ser provida. No reducir y edulcorar el impacto físico, psicológico, vital y profesional que la maternidad puede llegar a tener para la mujer.
Como dice Harrington, quizá podamos todos, abortistas y antiabortistas, converger en una visión del futuro en la que exista el apoyo adecuado que permita que todas las madres florezcan como tales, sin verse disminuidas como mujeres adultas.
La falsa promesa del aborto es la falsa promesa de la liberación tecnológica. La de que gracias a la técnica podemos deshacernos de nosotros mismos, de nuestros cuerpos, de nuestras relaciones y de todo lo que nos hace dependientes. Porque eso no nos ha hecho más felices, sino más nihilistas.
No ha vuelto más libres nuestras relaciones, sino más transaccionales.
Bienvenidos a la nueva era del discurso provida. Aquel que reconoce que pelear por la vida empieza por defenderla desde el momento de la concepción, pero que tiene un horizonte mucho más amplio que abarca todas las dimensiones de la existencia humana.