No ocurre con mucha frecuencia que uno se sienta feliz, aunque sea por un día, gracias a una acción de su Gobierno. Menos veces, aún, que uno pueda percibir, incluso, cierto orgullo por una decisión gubernamental que representa a todo un país.

Pero, entre las numerosas arbitrariedades y ocurrencias que ha tenido este Gobierno, que han sido notables y frecuentes, confieso que hoy, por fin, y por una vez, me siento no sólo alineado con la última decisión de Pedro Sánchez en política internacional, esa que anunció en el Congreso y que se rubricará el martes próximo en el Consejo de Ministros, sino también exultante.

En medio de la tragedia actual, la noticia de que España, como harán también Irlanda y Noruega, reconocerá a Palestina resulta, cuando menos, esperanzadora en relación a la finalización de la beligerancia que actualmente asola a la Franja; cuando menos, parece genuina en su potencial de contribuir a la finalización quizá definitiva del conflicto entre israelíes y palestinos.

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados.

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados.

Y esta medida no tiene nada de antisemita. No es, tampoco, una decisión proHamás. Y no tiene la menor intención de felicitar a los terroristas que masacraron salvajemente a 1.200 israelíes el 7 de octubre, al revés de lo que opina Tel Aviv, que considera que dicho reconocimiento es como "darle una medalla de oro a los asesinos de Hamás".

Se trata, simplemente, de un acto de justicia que ya se había iniciado en 2014 en el Congreso, y que nunca llegó a completarse. Entonces, la proposición no de ley presentada por el PSOE tuvo un apoyo casi unánime. Solamente recibió la negativa de dos diputados del PP, y la abstención de otro.

Hamás cometió, sin duda, una agresión atroz que se transformó en una sangrienta y caótica locura del todo inaceptable en esa fecha del otoño pasado. Ya nunca podrá olvidarse, y no existe justificación alguna.

Pero Israel, con su ocupación desde hace décadas y con su respuesta desproporcionada a ese ataque, persiste en vulnerar brutalmente las más elementales leyes de derecho internacional humanitario. Peor que eso, se empeña en superar todos los límites recientes con respecto a la capacidad de infringir dolor a una población civil. El castigo no cesa, ni parece que tenga posibilidades de concluir pronto.

Los israelíes, de hecho, profundizan en su política de aislar y someter a los palestinos, de bombardearlos y asfixiarlos, y han matado ya al menos a 35.000 personas, y herido, se estima, a otras 70.000. En ambos casos, muchas de las víctimas son niños.

Pero Benjamin Netanyahu evita el alto el fuego que numerosos países continúan solicitando. El primer ministro se limita a continuar su ofensiva militar y, en el plano diplomático, a retirar a los embajadores de los países que, como el nuestro, han decidido reconocer a Palestina.

El líder del Likud elude prestarle atención alguna a las resoluciones de la ONU que consideran imprescindible la existencia de dos Estados y a los 142 países que ya reconocen el Estado palestino.

Nunca pensé, la verdad, que una decisión de Sánchez me generaría satisfacción, pero qué quieren que les diga: esta lo ha conseguido.