Hace un tiempo me apunté a un gimnasio. Era un gimnasio con muchas salas, muchas clases, con piscina y sauna, con zona interior y exterior. Con un apartado para los entendidos de la halterofilia y otra zona para los que preferían hacerse mirror selfies sentados en el banco de pesas. Un lugar con todo lo que pudiese desear un corazón deportista hambriento de nuevas experiencias.

También era un gimnasio con subvenciones y descuentos, con pulserita y bolsita de regalo al finalizar la inscripción, y yo acabé teniendo tanto descuento, que la cuota se me quedó en cinco euros. Cinco euros al mes para poder ir cuando quisiese el tiempo que quisiese las veces que quisiese.

Durante varios meses, no fui ni un día. En cambio, cuando se agotaron todos mis beneficios, cuando las subvenciones y los descuentos pasaron a una mejor vida, y se me hizo el cargo de la mensualidad completa, ahí me tenían día sí y día también. Haciendo acto de presencia, aunque fuese solo para darme un paseo por los vestuarios y ver qué tal estaba el señor de recepción.

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, durante la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del pasado martes.

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, durante la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del pasado martes. Alberto Ortega/ Europa Press

Recordé esta situación al escuchar al ministro de Cultura, Ernest Urtasun, anunciar que los mayores de 65 años podrán disfrutar los martes de entradas de cine al módico precio de dos euros hasta finales de año.

Me acordé de mi paso errático por el gimnasio, porque refleja una realidad que se da también en el ámbito de la cultura y, en general, en la vida: poco se valora lo que poco esfuerzo cuesta.

Puede tratarse de un esfuerzo económico, físico, material, de atención o de tiempo, pero siempre se estima más aquello que nos hemos ganado. Aquello que nos hemos merecido.

Todos intuimos la verdadera motivación que hay detrás de estas medidas que, además, revelan la imagen que tienen nuestros políticos de su electorado. Unos dirigentes que creen que con echarles unas migajas al mes a los votantes ya estarán satisfechos, y depositarán la papeleta adecuada en las urnas cuando así convenga.

Desde luego, es una imagen pobre. Y un tanto ruin.

Igualmente, hagamos el esfuerzo de pensar que la motivación que hay detrás de estas medidas no es electoral. Que, como dijo el ministro, su objetivo fundamental es "garantizar los derechos culturales de toda la población y en todo el territorio". Vamos a apretar los ojos y los puños e imaginarnos que, de verdad, estas medidas son para poner en valor la cultura y acercar a nuestros mayores al séptimo arte.

Al intentarlo, nos encontramos con un problema. O, mejor dicho, con la ausencia de un problema.

Porque tengo mis reservas de que sea el dinero lo que aleje a los mayores de 65 años de las salas de cine, teniendo en cuenta que, de media y según informa el INE, son el segmento demográfico con la renta anual neta media más elevada.

Tal vez es que no les gusta lo que ven. O que prefieren el teatro. O que no tienen con quién ir. O que su movilidad se lo impide. O una infinitud de otras razones que, igualmente, plantean una cuestión: ¿por qué no trata el Ministerio de Cultura de averiguar las razones de su ausencia en las salas de cine, en vez de taponar el agujero con 12 millones de euros que, ya lo vimos con el Bono Cultural Joven, no sirven para mucho?

La cultura no se garantiza y fomenta echando un poco de dinero al comedero de los mayores (ni de los jóvenes, ya puestos). Porque en la era de la cultura democratizada en la que vivimos, el precio ha dejado de ser uno de los mayores impedimentos. Tenemos museos gratis, descuentos, días del espectador.

El problema está en el valor que se le da. Y este pasa por entender su esencia.

Y cuando desde las propias instituciones que deberían custodiarla, promoverla y defenderla se tiene el concepto de cultura que plantea Bauman en La cultura en el mundo de la modernidad líquida, como un medio para seducir a clientes, como una mera mercancía a la que aplicar descuentos como a unos zapatos de la temporada pasada, no es de extrañar que se intenten resolver los problemas (desde el punto de vista económico, cuestionables) a golpe de talonario.