Una de las frases más acertadas que dijo Rafa Nadal en los 52 minutos que duró su reciente entrevista con Ana Pastor para La Sexta fue que las nuevas generaciones están muy pendientes del espectáculo.

El tenista se refería a las celebraciones de los deportistas jóvenes en los torneos, pero vistas las reacciones que han provocado algunas de sus declaraciones, se podría extrapolar perfectamente a otros ámbitos y a otras edades, y a buena parte de la sociedad.

Porque nos va el show. Rasgarnos las vestiduras, enfadarnos por lo que alguien ha dicho, como si nos fuese la vida en ello.

Crear becerros de oro para tener la satisfacción de poder echarlos abajo y destruirlos. Sobresaltarnos con lo que alguien piensa, cuando ya lo ha repetido con anterioridad en varias ocasiones. Participar en el juego maquiavélico de dividir a quien se nos cruce por delante en bueno y malo, pelagatos y eminencia. Juzgar el todo por la parte. 

Nos encanta la indignación.

Y es por eso que algunas partes de la entrevista de Nadal han pasado bastante desapercibidas, sin pena ni gloria.

Los primeros veinte minutos, cuando Rafa habla de deporte, de fortaleza mental, de Carlos Alcaraz y Roger y Nole, dejan al espectador tibio, indiferente, sin el menor indicio de fiesta.

Está tranquilo, es prudente. En su línea de humildad habitual. Habla de lo que sabe, de lo que mejor se le da, de lo que le importa. Y esto siempre sale mejor desde la calma.

La fiesta (o toda la fiesta que puede llevar Rafa Nadal dentro) empieza a asomar cuando se menciona su reciente fichaje por Arabia Saudí y Rafa saca su batería de explicaciones edulcoradas: lo hago por el deporte; me van a permitir trabajar con mis valores; es por el bien del país que está en un periodo de apertura; lo hago para perseguir mis objetivos, mejorar la vida de las personas a través del deporte; es lo mismo que hago en mi academia. 

Así, varias justificaciones que chorrean un pensamiento naif bastante preocupante, por no decir una ingenuidad impostada completamente insultante para con quienes le están escuchando. "Mi situación económica no va a mejorar con este contrato".

Venga, Rafa. Nadie se va a Arabia Saudí si no es porque la billetera va a rebosar dinero. Mucho dinero.

Pero la fiesta, el espectáculo de verdad, llega a su punto álgido cuando Ana Pastor menciona uno de sus temas predilectos, el del feminismo (y su previsible ausencia en la cosmovisión del tenista). "Esta es una sensación personal, pero se te nota incómodo [con el feminismo]." 

Y es aquí cuando Rafa se arremanga, se viene arriba, se remueve en su asiento y gesticula e interrumpe. "Para nada. Pero lo que no soy es hipócrita, no voy a decir lo fácil, lo que la gente quiere escuchar".

Pero ¿qué es eso que la gente quiere escuchar? Y, ya puestos, como pregunta Rafa llegados a un punto del debate, ¿qué es el feminismo?

Mismas oportunidades para hombres y mujeres, para que luego se las trabajen, dice Pastor. En este punto, entrevistadora y entrevistado están de acuerdo: mismas oportunidades y misma inversión para todos.

Pero es entonces cuando Rafa echa todo el castillo de naipes abajo: pero sueldos conforme a los ingresos generados.

Visto negro sobre blanco, resulta de lo más habitual y corriente, lo razonable en una economía de mercado. El columnista estrella de un medio de comunicación no cobra lo mismo que el que acaba de empezar a juntar letras en las páginas del diario, igual que la persona que presenta la teletienda no recibirá el mismo sueldo que, por ejemplo, Ana Pastor.

Es una cuestión de proporcionalidad. También podría decirse de equidad. Es decir, de igualdad.

Pero parece ser que de este tramo de la conversación sólo se recuerdan dos detalles: las frases "mismos sueldos, no. Para qué" y "yo tengo hermana y madre". A partir de aquí, lo ya esperado: muchas vestiduras hechas jirones.

Sin embargo, Rafa concretó un punto que, visto en conjunto, es bastante acertado: igualdad no es regalar. Igualdad no es dar porque sí a ciertas personas con ciertos cromosomas, ciertos privilegios. Y por mucho que se acuse a Nadal de machista y una retahíla de otros calificativos, creo que poco se le puede rebatir en este punto. 

La verdadera igualdad es que, con las mismas oportunidades y las mismas inversiones, haciendo el mismo esfuerzo, a mujeres y hombres les sea posible llegar al mismo lugar. 

Como mujer, cualquier otra cosa (tanto de inversiones y oportunidades, como de exigencia) me parece un insulto a nuestras capacidades y a nuestra inteligencia, por no decir a cualquier concepto que podamos albergar de justicia. 

El lema de que las mujeres somos unas pobres criaturas oprimidas a las que todo les cuesta un poquito más resulta agotador, por no decir vergonzoso.

Recuerdo una frase de Mary Wollstonecraft: "Espero que mi propio sexo me disculpe si trato a las mujeres como criaturas racionales en vez de halagar sus encantos fascinantes y considerarlas como si estuvieran en un estado de eterna infancia, incapaces de valerse por sí mismas".