Taylor Swift es la artista del momento. Y de la última década. Un personaje público con un dominio absoluto en la industria de la música y del espectáculo contemporáneo, cuyos tentáculos llegan incluso a la elección del Premio Golden Boy de fútbol.

Podría decirse que Swift ha alcanzado una capacidad de convocatoria y de influencia reservada a contadas personalidades a lo largo de la historia. No es de extrañar que la revista Time la eligiese en 2023 como la persona del año. Desde luego, domina como nadie.

Pero Swift no solo se está consolidando como un fenómeno artístico sin precedentes. También, sorpresa, se está convirtiendo en la esperanza política para 2024. En la luz de la democracia europea, la garantía que conducirá a los jóvenes que se intercambian friendship bracelets en sus conciertos a las urnas para votar. Como ya cantó en su momento, I can make all the tables turn.

Bien lo sabe Margaritis Schinas, el vicepresidente para la promoción del estilo de vida europeo de la Comisión Europea, que aseguró hace unos días que era "crucial" que los jóvenes acudiesen a votar en los comicios europeos de este junio.

Esto mismo podría afirmar cualquier ciudadano con cierto sentido de la democracia. Por supuesto que es importante que los jóvenes se impliquen en la política, que influyan en las decisiones de gobierno. Que participen y asuman la responsabilidad por el futuro.

Lo llamativo es que, para Schinas, la clave para movilizar el voto joven se encuentre ni más ni menos que en la figura de Swift. En el llamamiento que espera que haga en su paso por Europa. Un alegato que motive a los fans a ejercer su deber democrático, mientras están en un concierto esperando a que entone Lavender Haze.

No sé en qué momento se llegó a la conclusión de que era una buena idea mezclar música y elecciones (o que una cantante estadounidense dé la chapa política en un concierto al que se acude para escuchar canciones sobre rupturas y reconciliaciones).

Pero esta propuesta refleja a lo que ha quedado reducida la comunicación política: a un espectáculo de entretenimiento que consiste en movilizar a famosos con un gran poder de influencia. Y, ante todo, en infantilizar al electorado. En echar mano de ese sentimiento tan peligroso que es la idolatría para hacer que los jóvenes acudan a las urnas. No por responsabilidad, sino por devoción a una figura pública.

[Pódcast: La 'taylormanía', un fenómeno que bate récords]

Por supuesto que se le puede pedir a Taylor que te diga que votes, que la democracia te necesita, que está en tus manos tu futuro, el de tu entorno y el de tu descendencia. Pero, en el fondo, lo que esta idea implica es: tú simplemente vota, que los mayores nos encargaremos del resto. Tú vota sin saber ni entender lo que pasará el día después. Pero es aquí cuando uno no puede más que canturrear don’t treat me like some situation that needs to be handled.

En vez de embadurnar el arte y la música y los conciertos con propósitos electorales (además de contribuir al endiosamiento político de individuos con un poder de influencia ciertamente inquietante), no estaría de más que los políticos se acercasen a los jóvenes que van a los conciertos de Taylor y les preguntasen directamente por qué no acuden a las urnas. Por qué les da igual.

Por qué sienten esa tibieza con respecto a decisiones y realidades que les afectan directamente. Porque eso de que los mejores para motivar el voto joven son los propios jóvenes suena a una excusa un tanto perezosa para que otro te haga el trabajo.

Además, el razonamiento de Schinas no es más que el reflejo de la imagen que tienen cada vez más políticos de los ciudadanos: la de un rebaño que hay que pastorear.

Pero, como ya cantó Taylor, I think I've seen this film before / And I didn't like the ending.