Han sido cinco días de expertos jurídicos diciendo en los medios que ellos no lo veían. Su esfuerzo ha sido en vano. El PSOE ha culminado su deseo de judicializar el aquelarre que un puñado de personajes al límite llevó a cabo en las inmediaciones de su sede federal en Nochevieja. Corre un riesgo importante: perder en los tribunales la razón que tiene en la calle. 

Es un mal endémico del debate público español: precisar el veredicto de un juez para dejar zanjada cualquier cuestión. Muchas actuaciones cuestionables desde el ámbito político o social obtuvieron así una victoria postrera. Sus acciones podían merecer el más severo reproche moral pero no ser hechos punibles.

Las invocaciones campanudas al Estado de derecho van, en realidad, de eso: que exista una ley previa que tipifique aquello que se pretende castigar. 

El camino elegido obligará al PSOE a cambiar algunos mensajes. Una cosa es desdecirse constantemente y otra cosa mantener dos posiciones contrarias exactamente al mismo tiempo.

Si de verdad creen que la performance atroz de la piñata es constitutiva de todos los delitos que figuran en el escrito que han presentado ante la Fiscalía, su posición ante el marco legal que plantean sus socios para este mismo arranque de legislatura deberá ser de oposición frontal. Ya pueden haber empezado a calentar la musculatura en el caso de que toque hacer contorsiones en este tema cuando la prioridad pase a ser la cohesión del bloque gubernamental. 

No hay vaticinio apocalíptico sobre el peligro de que los ultras toquen poder que los grupúsculos en la órbita de Vox no estén dispuestos a encarnar. Les falta tiempo para convertir en realidad cualquier caricatura que se dibuje desde el argumentario socialista

El PP tiene un problema. El partido que le abre tantos gobiernos ha iniciado una deriva incierta y muy peligrosa sin que Santiago Abascal parezca tener claro el rumbo. Es un síndrome que ya hemos visto antes cuando un proyecto político declina.

El terror es perder a la base más sectaria. Y de ahí se pasa a conformar una especie de feligresía. Tenemos los dedos cansados de escribir que en Génova hay una asignatura pendiente en la definición de su relación con Vox. 

El PSOE aprovecha mientras pide las sales. La joven médium -descubierta por EL ESPAÑOL- que con tanta saña golpea el monigote que representa a Pedro Sánchez es una figura de ensueño para englobar en ella a todo aquel que discrepe del Gobierno y de la amnistía.

No sólo comprendemos la indignación ante el acto de deshumanización que supone el zarandeo del pelele. También la compartimos. Pero somos conscientes de que existe un relato previo que busca identificar toda discrepancia del oficialismo con una suerte de neofranquismo

Aquí no somos juristas. Nos hemos limitado a escuchar voces poco sospechosas que insistían en la falta de recorrido del asunto en la vía judicial. Pero no veríamos con malos ojos vivir en un país en el que la legítima crítica descarnada no incluya formas groseras de vudú de museo de cera.

El PSOE nos está diciendo que quiere poner ahí el listón. Que no se le olvide que, de ser así, luego va a tener que saltarlo.