Claudine Gay, rectora de Harvard, dimitió hace 48 horas de su cargo después de menos de siete meses en él. Su etapa ha sido como un mal amor: breve, pero intenso. A nadie le ha cundido tanto el tiempo para cabrear a tanta gente en tan corto plazo. 

Todo comenzó con el vídeo en el que Gay defendía el derecho de los estudiantes de Harvard a proclamar consignas antisemitas durante las protestas contra Israel.

Continuó cuando se mantuvo firme en su postura en el Congreso de los Estados Unidos.

Y ha terminado ahora, cuando se ha sabido que su trabajo académico es "algo" deficiente. 

Defensores de Gay han salido en tromba a decir que la rectora no ha hecho nada mal. Que todo es un ataque orquestado de la ultraderecha racista.

Ellos ven fascismo allí donde tú no ves nada. Necesitas de su mirada iluminadora para detectarlo.

También Irene Montero dijo que todavía nadie había sido capaz de decirle dónde está el fallo en la ley del 'sí es sí'. Pocos buenos amigos debe de tener la exministra.

Las pruebas del fraude académico de Gay (intencionado o no) son evidentes. Los 117 violadores excarcelados gracias a la legislación del Ministerio de Igualdad, también. Pero que la realidad no te reviente nunca el relato.

¿Para qué hacerte responsable de tus actos si la culpa siempre la pueden tener los medios, los conservadores y los jueces fascistas? 

En su carta de despedida, la rectora de Harvard no asume las consecuencias de sus actos, sino que habla, como era de esperar, de ataques motivados por el racismo.

Gay y Montero se sienten estafadas por el sistema. Pero no comprenden que la gran estafa es la ideología que ellas encarnan.

Cuando tu ideología te deja sin palabras ante la sencilla pregunta de si en tu institución se permite pedir el genocidio de los judíos, tu ideología es una estafa. No es una brújula que te indique dónde está el bien, sino una prisión que te esclaviza

Esa cárcel woke es la que ha producido el pensamiento deforme que ahoga a las personas en categorías identitarias y les priva de lo más elemental que tiene el ser humano: su libertad. 

Todos los que dicen que Montero y Gay son víctimas del patriarcado y del racismo estructural deberían tener algo de vergüenza o abrirse a la posibilidad de que quizá ellos también se hayan dejado estafar. 

Que estamos hablando de una ministra y de la rectora de una de las universidades de élite de los Estados Unidos, por favor, no de temporeras de la fresa de Huelva. Un poco de dignidad.

No hay nada más machista y racista que infantilizar a las mujeres hasta el punto de negar su capacidad para asumir las consecuencias de sus actos, su trabajo, sus decisiones y sus palabras.

Debe de ser reconfortante vivir bajo ese hechizo. Las mismas ideas falsas que te han aupado hasta donde estás te protegen de la desagradable tarea de mirarte a ti mismo. De atreverte a pensar que tal vez estabas equivocado

Pero algo les tiene que chirriar de toda esta situación a estos activistas que, haciendo bandera de la igualdad, acaban convirtiendo su identidad en un privilegio de inmunidad. 

"Soy mujer, el mundo no me puede pedir explicaciones de nada", es la baratija que te vende este pensamiento identitario. Tanta lucha para esto. 

Ojalá que en 2024 los puestos de poder no estén ocupados por categorías identitarias, sino por personas que atesoren tanta excelencia humana como profesional. Eso sí que sería dejar de estafar a los ciudadanos, a las instituciones y a uno mismo.