El apaleamiento de la piñata de Pedro Sánchez es la enésima ocasión para resolver un equívoco insoportable. No hay sólo una derecha, y PP y Vox no suman. 

Lo que se transmite, y no es sólo un error de comunicación, es que la única propuesta de la oposición es quitar a Sánchez, y que para conseguirlo vale casi todo. 

Hasta ahora, los argumentos se podrían resumir en uno: la culpa de todo la tiene el sanchismo. Y esto supone que deberíamos pensar que la desaparición del monstruo Frankenstein bastaría para que la economía resurja, se rellene la España vacía, desaparezca la miseria y vuelva a llover en Cataluña.

La piñata de Pedro Sánchez este domingo en Ferraz.

La piñata de Pedro Sánchez este domingo en Ferraz. Europa Press

Es decir, que bastaría con no hacer nada para que todo fuese mejor. O, como mucho, invitar a González, Guerra y la vieja guardia del PSOE para que nos expliquen cómo restaurar el socialismo.

O sea, que la derecha sólo sirve para restaurar el socialismo fetén.

El segundo problema es la sospecha, bastante bien fundada, de que el PSOE va a seguir cómodamente instalado en el poder durante mucho tiempo si se cumplen las reglas democráticas actuales.

Por eso, ya sin tapujos, se presenta una disyuntiva en los partidos de la oposición. O diseñar una estrategia eficaz dentro de las normas constitucionales, o lanzar una ofensiva contra el sistema. 

El episodio de la piñata apaleada en Ferraz es el último dentro de una larga serie en el que, de nuevo, hay dos vencedores y un perdedor. Sánchez y Abascal salen ganando, cada uno en su terreno, y Feijóo queda enfangado en un término medio muy incómodo, porque no lo ha definido él.

Se parece más a una tierra de nadie entre dos trincheras que a un centro alternativo. 

Sánchez gana porque eso le sirve para poner otro ladrillo más en su muro. Al otro lado están los violentos y, por si alguien dudaba, saca a Lobato señalando un delito de odio.

No creo que nadie en el PSOE piense realmente que en ese acto deleznable pueda haber delito. El delito de odio no existe en nuestro ordenamiento. Sólo existe la incitación al odio. Y este sólo se da cuando se dirige contra un colectivo especialmente vulnerable.

Como dice el abogado José María de Pablo, "odiar está feo, pero no es delito".

Los socialistas lo saben perfectamente, pero les viene de perlas para señalar que los que odian son los otros.

Abascal gana porque señala el doble rasero de los que se indignan por un delito inexistente y amnistían delitos que sí existen. Y, sobre todo, gana porque ofrece a los suyos la imagen de una derecha valiente frente a otra cobarde.

Y esta segunda victoria es la que verdaderamente se busca. Los de Vox ganan porque colocan su mensaje: "Sólo queda Vox". 

Feijóo pierde porque el votante percibe una ambigüedad muy incómoda que le hace decantarse por un socialismo que frene a la ultraderecha o por una derecha que frene al frentepopulismo. 

Es necesario deshacer esa ambigüedad no deseada. No es tan difícil, pero será doloroso.

Doloroso porque tendrá un precio a nivel local y autonómico, y porque habrá que echarle un pulso a los medios que viven de una oposición al sanchismo muy rentable, aunque no sirva para nada electoralmente. Atrae más lectores un titular acusando a Sánchez de golpista que uno que divida a los lectores de derechas. Pero esto es un problema de los directores de periódico, no del líder de un partido político.

Pero que sea doloroso no implica que sea difícil. La disyuntiva en la que se sitúa una oposición de centroderecha es falsa. No se trata de sanchismo o revolución nacional populista.

La cosa es mucho más sencilla. Los hay que ven bien apalear a un muñeco delante de la sede de un partido, y los hay que no lo ven bien. Esas dos opciones nunca van a sumar. Y, por eso, PP y Vox deben romper su relación.