Las cosas de la administración van despacio. España se ha convertido en un país de burócratas donde hasta para saber la hora hay que pedir cita previa en la administración. Sin cita no se va a ninguna parte: ni a Hacienda, ni a la Seguridad Social, ni tampoco al banco ya que estamos. Hay que hacer cola para todo como si hubiesen puesto de moda otra vez las colas del pan. Y si uno pretende tener cualquier imprevisto, que tenga la previsión de tenerlo con quince días de antelación si quiere resolverlo; qué sé yo, por ejemplo, pedir cita en Tráfico. Cualquier día de estos hará falta cita previa hasta para sacar al perro de paseo.

Otra larga cola, en este caso para un fin más amable.

Otra larga cola, en este caso para un fin más amable. Luis Tejido EFE

Veo con miedo que en mi agenda hay ya más citas previas para asuntos de la administración que vida. Cita previa para preguntar, cita previa después para tratar de resolver, cita previa un mes después para ver qué hay de lo tuyo y ya después cita previa para reclamar, porque a la administración le puede vencer el plazo, ese mismo que a ti te convierte en poco menos que un proscrito si osas traspasar. Hablan de los meses que se tarda en llegar al quirófano en España, pero nadie cuenta lo que hay que esperar para que a uno le aprueben el certificado digital, un cambio de titularidad de un vehículo.

Llegaba una abuela el otro día a un banco de cuyo nombre no quiero acordarme para ver si alguien podía explicarle como pedir una tarjeta de su cuenta. "Es que necesita usted cita previa", contestaba el hombre de la entrada. Y te venden en el banco, como en la administración, que es para evitar la saturación y hacer más fluidos los turnos. Y yo digo que las colas siguen siendo las mismas desde que se les ocurrió esta genialidad. O peor.

Eso sí, Armengol convocará dos plenos del Congreso en enero para agilizar la tramitación de la ley de Amnistía. La quieren para ya y la tendrán. Está claro que en España, para que la administración haga algo por ti, no queda más remedio que ser un delincuente.