Conozco sevillanos, y son unos cuantos, que no empezaban el día hasta que leían el artículo de Antonio Burgos en el ABC de Sevilla. Pedían en la barra de chapa del bar el cortaíto, el mollete de Utrera y el recuadro de don Antonio, que daba la hora exacta de la ciudad de María Santísima. Una columna en un periódico manoseado de tabernilla a la que no le podía faltar el goterón de aceite de Estepa o de Baena subrayando la idea-fuerza del mismo.

Con el maestro del Baratillo, como pasó con Umbral en su día, se extingue un tipo de columnismo de lujo que ya sólo se le permitía hacer a él porque era el mejor en su estilo: cada mañana levantaba catedrales de papel de un barroquismo como la fachada del Palacio de San Telmo, abigarradas como los arbotantes de la Catedral de Sevilla, de un costumbrismo sumo y orgullosamente rancias.

Porque sus lectores no querían a Burgos opinando sobre el Gobierno, la Unión Europea o la última crisis internacional; no, él como vecino de La Maestranza y amigo de Curro Romero brillaba en las distancias cortas, dejándole espacios imposibles al toro y recreándose en los detalles.

Digamos que su mundo era muy pequeñito, pero él lo hacía muy grande. Como Juncal pidiéndole al limpiabotas Búfalo que le volviese a contar su gloriosa faena en El Puerto; nosotros, sus lectores, queríamos leer de nuevo al Maestro volviendo sobre la Purísima, los seises, el Corpus Christi, el arco del Postigo del Aceite, los calentitos, el Machaco de Rute, la Piedad del Baratillo, Pemán, la Virgen de los Reyes o la magnolia en flor.

Creo que para Antonio, como le pasaba al poeta Fernando Villalón, el mundo se dividía en dos: Cádiz y Sevilla. Fue un amante de las costumbres y del folclore de la Baja Andalucía: hijo adoptivo de Cádiz, hijo predilecto de Andalucía, pregonero de la Semana Santa hispalense y del Carnaval de Cádiz junto a su amigo Carlos Cano.

A Cádiz le hizo un himno que musicó el artista granadino: Las habaneras, que, como ya saben, rezaban que "La Habana es Cádiz con más negritos / Cádiz es La Habana con más salero".

En la Tacita de Plata también se implicó en el carnaval componiendo para el coro de La Viña y para la comparsa de Antonio Martín; autor al que regaló pasodobles antológicos como el de Rosa, Rosita o Cádiz es mujer con dos novios.

Precisamente, Burgos, al recordar a Carlos Cano en Canal Sur, hacía alusión a esta última letra carnavalera asegurando que "Carlos era el levante de Graná y yo, el poniente de Sevilla, y nos peleábamos por la misma novia: Cai".

De ahí, que el paseo más típico de la ciudad de Cádiz, el de la playa de La Caleta, lleve su nombre (con sus Habaneras grabadas en piedra ostionera), y este desemboque en la glorieta de su amigo Carlos Cano.

Y aunque mucho más populares las gaditanas, sus mejores versos los guardó para las Habaneras de Sevilla, también al alimón con Cano, donde narra el amor entre una niña bien del Arenal con un embarcado a las Américas jugando con ese bamboleo de los cantes de ida y vuelta:

Las mecedoras bailan sus habaneras,

con su son de caoba, manigua y ron,

y se abre el balcón,

suspira el pregón,

ay, barrio del Baratillo,

tiene color de Murillo

la siesta triste

de aquel salón

Políticamente, uno de izquierdas y otro de derechas, pero los dos coincidían en su fuerte sentimiento andalucista, estando ambos a la vanguardia. El ensayo Andalucía, ¿Tercer mundo?, que el periodista publicó en 1971, se adelantó (como la "Verde, blanca y verde" del músico granadino) al sentimiento autonomista que se extendió tras la muerte de Franco.

Aunque dicen los puristas que heterodoxo, entregó un pregón literariamente impecable a la Semana Santa sevillana. Aquella pregunta que repitió hasta en 30 ocasiones, "¿estáis puestos?", aún resuena con sus interrogantes líricos y retóricos en la cabeza de muchos de sus paisanos.

No le fue a la zaga su discurso del 28-F de 2020, titulado El orgullo de ser español de Andalucía, cuando fue nombrado por fin hijo predilecto de esta nuestra tierra. Un título más que merecido que se lo escatimó el PSOE durante los 37 años que gobernó y mangoneó esta comunidad.

Aquel discurso memorable (sólo he escuchado uno a la altura y es el del escritor Luis Landero para el día de Extremadura 2022) se basa en una abrumadora superposición de estampas andaluzas, de nombres evocadores, que se van engarzando al compás de la prosodia:

"...liberales, doceañistas, la Mano Negra, anarquistas, Pepe Díaz, la sal tan blanca, Casas Viejas, Blas Infante, verde y blanca, los Quintero, Quintero, León y Quiroga, Chaves Nogales, Muñoz Seca, Pemán..."

En definitiva, Antonio Burgos fue una prórroga de casi 24 años en los que el siglo XXI nos permitió, no sin cobrárselo, seguir viviendo en el siglo XX refugiados en un recuadrito diario de apenas 600 palabras.

Sin Antonio, los costumbristas practicantes quedamos huérfanos de advocación y, la verdad, a uno se le van quitando las ganas de bajar al quiosco o al bar a por la prensa del día. Porque al hijo de la zapatera había que leerle en papel, siendo así fiel a los rituales que él tanto guardó y tanto empeño y cariño puso en explicar al lector: la importancia de mantener los ritos y tradiciones como una forma de explicarnos el mundo desde una esquinita del mismo.

Prestadnos, ay, hermanos extremeños vuestra bandera andaluza con luto, porque hoy doblan las 24 campanas de la Giralda por un hijo al que nuestra madre honró con su predilección: don Antonio Burgos Belinchón, que en paz descanse.