Parafraseando a José Peláez, todavía recuerdo cuando recortábamos cartulina en el colegio como auténticos fascistas para hacerle una manualidad como regalo a nuestros padres por su día. Ignorábamos, nosotros, tan siglo XX, que lo que realmente estábamos recortando eran los derechos de las minorías.

Y es que, ironía aparte, no he querido saber, pero he sabido, que en los colegios públicos españoles se ha censurado de un tiempo a esta parte la celebración de las fechas de nuestros progenitores: 19 de marzo y primer domingo de mayo. Y, por lo visto, los concertados y privados siguen la misma tendencia.

Resulta que ahora celebran el Día de la Familia, que tiene lugar el 15 de mayo. Aunque le auguro poco tiempo a este festejo por mor del Día de la Familia Disfuncional, el cual a su vez pronto pasará a llamarse Día de las Personas Allegadas con Funcionalidades Especiales.

Imagen de archivo de una estudiante en la escuela.

Imagen de archivo de una estudiante en la escuela.

Retiran aprisa los padres las caducas manualidades de sus hijos del retrovisor del coche y de la carcasa del móvil como quienes sacaban la foto de Franco de la cartera o mandaban el busto del caudillo al trastero cuando murió el dictador. Pasamos del cañí "papá, no corras" a la foto de Sánchez en el salpicadero pidiendo "resiliencia y sostenibilidad al volante".

No hay cartulinas, ni "te quiero papá", ni por supuesto purpurina (prohibida su venta por ser un microplástico no biodegradable), no vaya a ser que en clase haya un niño, niña o niñe que se pueda sentir discriminado porque en su familia sólo hay papá o mamá (familia monoparental o fallecido), o dos papás o dos mamás, o ha sido criado, yo qué sé, por una loba, como Rómulo y Remo.

Es el signo de estos tiempos. La inmensa mayoría sacrificada en favor de una raquítica minoría. Lo normal, "anormalizado" y lo raro, privilegiado y sublimado.

A ver, quién no ha compartido clase con un huérfano, y no se cayó jamás el mundo porque el compañero hiciese con la plastilina cada 19-M un regalo para su abuelo, para su tío, para su hermano mayor o para su madre. Me atrevo a decir incluso que era una oportunidad dentro del proceso terapéutico o cauterizador para encontrar la figura paterna.

David Gistau, cuya vida y escritura quedó marcada por la temprana muerte de su padre, escribió vicariamente en uno de sus relatos, Gente que se fue, cómo se sintió en clase al ser el primer y único huérfano:

"Daniel se consagró como personaje. Era el propietario de una experiencia única. Como un explorador de confines pavorosos que a su regreso a la ciudad no pudiera pretender que nadie entendiera siquiera lo que él había visto. Él, que no era el que gustaba a las chicas, que no era el que destacaba con el balón, que no era el que sacaba mejores notas, tuvo de repente la fama unánime, poderosísima, que le otorgó ser el primero, el único, con un padre muerto".

En definitiva, esto de la supresión de los días paternos se incluye dentro del pack pedagógico que sobreprotege hasta la hipérbole a la infancia, a la par que se le inocula sibilinamente la ideología woke y que infantiliza a toda la sociedad en general.

Sé por mi primo, que cursa sexto de Primaria en un colegio público, que tienen prohibido jugar al fútbol en el recreo (no vaya a ser que se hagan pupita o asuman roles masculinos desde la infancia), además de cambiar cromos de fútbol.

Tampoco se le dan collejas al que se corta el pelo (ya saben: "el que pela, cata"), sino que ahora, por lo visto, se le toca la cabeza suavemente a modo de tótem.

No haré yo defensa de las hostias, los mofas o los motes en la escuela. Que, en menor o mayor medida, todos los colegiales hemos sufrido algo de bullying (salvo que uno fuese el que lo inflingiera) y sabemos que es algo muy jodido.

Pero me niego a argumentar a favor de este buenismo implantado por decreto en las escuelas fruto de la ingeniería social dominante desde la segunda década del siglo XXI. Si nosotros cuando niños sembrábamos unos garbanzos entre algodones en un bote de yogur para que brotara una plantita, ahora son los propios colegiales los que crecen mulliditos en el algodón, y no sé qué fruto verá la luz. Me temo lo peor.

Y a la salida de la escuela hace frío.