Fue en las elecciones europeas de la primavera de 2014 cuando emergieron a la política nacional Podemos y Ciudadanos. Si el primero, con una lista encabezada por Pablo Iglesias, obtuvo cinco escaños en Bruselas, el segundo logró un par de ellos: los de Javier Nart y Juan Carlos Girauta.

Estas próximas europeas, una década después de que la nueva política se abriera paso en España, ambos partidos volverán a concurrir a los comicios continentales casi como zombis. Como caricaturas de sí mismos, dispuestos a poner el último clavo de su ataúd cerrando así un ciclo de diez años en el que el bipartidismo español vio amenazado su oligopolio electoral, el turnismo PSOE-PP.

El exdiputado de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta, en una imagen de archivo.

El exdiputado de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta, en una imagen de archivo. Gustavo Valiente / Europa Press

Uno de los protagonistas de aquellas elecciones de mayo del 14, Pablo Iglesias, ha pasado de tener un partido a regentar una tabernilla temática. Y otro, Girauta, de ser candidato de una formación socioliberal, muy respetable, a presentarse por otra de corte reaccionario, Vox, harto irrespetuosa.

Qué mejor metáfora de cómo ha acabado la nueva política que la de Juan Carlos Girauta, que llegó a ser mano derecha de Albert Rivera, acodado en la barra del bar Garibaldi de Iglesias, dando cuenta de una copa tras otra de anís La Pasionaria, y discutiendo con el tabernero con palabras gruesas, con ese verbo tan guerracivilista que caracteriza a ambos políticos.

Una degradación de sendos actores políticos representativa del proceso de rápida consumición, fosfórica, que han protagonizado Podemos y Ciudadanos en una década vertiginosa en que la política española se aceleró como el AVE una vez pasado Despeñaperros a la altura de Puertollano.

Y es que, tan rápido como aparecieron en el ruedo ibérico (aunque es cierto que Cs ya tenía su trayectoria en Cataluña), con la misma velocidad quemaron etapas. Sin embargo, ninguno dejó un cadáver bonito.

Pero, cabe preguntarse, qué ha quedado de ambas formaciones con las que muchos de mi generación nos enganchamos a la política.

Si es cierto que, salvo alguna contada excepción como Íñigo Errejón, los protagonistas de Podemos han desaparecido del mapa parlamentario, no es menos verdad que legaron sus formas chuscas de hacer política. Inocularon su ADN populista al PSOE, que se encomendó a un redentor justiciero, a un caudillo caribeño prototipo de protagonista de novela de Vargas Llosa, Pedro Sánchez, como signo de los nuevos tiempos.

En el PSOE, aunque la fachada sea la misma, el edificio ha sido remodelado completamente por dentro con una decoración absolutamente podemizada. Los socialistas, sí, engulleron a Podemos, pero a costa de convertirse ellos en la formación de Iglesias. Ya saben que de lo que se come se cría.

Dos lustros que, parafraseando el leitmotiv de El Gatopardo de Lampedusa, pasó de todo para que nada pasara, para que todo aparentemente siguiera igual que antes. Los leones del Congreso como los felinos rampantes del escudo de armas de la familia Salina.

Y hago hincapié en la apariencia. Porque parece que todo sigue igual que antes de la llegada de la nueva política, con socialistas y populares repartiéndose el poder y los nacionalistas, como siempre, diciendo qué hay de lo mío. Pero lo cierto es que, por dentro, esas dos columnas de madera que han sostenido la democracia española desde la Transición, centro-izquierda y centro-derecha, están totalmente carcomidas.
 
Están a un soplo de derrumbarse, al menos en su esencia. Y con estos partidos las instituciones democráticas que garantizan la estabilidad política del país.
 
De Ciudadanos, apenas queda nada, aparte de oportunistas supervivientes. Saltimbanquis de la política como el propio Girauta, que como le den diez años más, en su carrera hacia la derecha, acabará llamando "progres de mierda" y "golpistas bolivarianos" a los de Hazte Oír.

[Editorial: Ciudadanos o la inutilidad política hasta para apagar la luz]

De Cs, más allá de que algunos nos empeñemos en ver esa política aseada y moderna, conciliadora y gentil, antinacionalista (incluyendo el nacionalismo español o nacionalcatolicismo que pregona Vox) en la caída de los ojos de García-Page o en los gestos de las manos de Juanma Moreno, no quedó herencia. Ni el olor a leche del perrito de Rivera, que hoy hiede, agria. "Fuese y no hubo nada".

Algunos votaremos a Izquierda Española el próximo 9 de junio, pero más por aseo moral que otra cosa. Con la ilusión del que se engañó conscientemente queriendo ver en Olano al nuevo Induráin.

Hoy, los dos partidos bipartidistas (valga el término) juegan más sucio que nunca entre ellos con el apoyo de sendas muletas, de dos formaciones satélite que orbitan alrededor de cada uno. Sumar (ese spin-off cursi de Podemos, con Yolanda Díaz en el papel de Aída) en torno al PSOE (junto a toda esa rémora de pececillos racistas), y Vox, al PP.

Un Partido Popular que, más pronto que tarde, acabará encomendándose a Díaz Ayuso para que aglutine el voto de Vox y conformar así una nueva CEDA con perfil en Instagram y cuenta en Bizum. Entonces, ambas formaciones, ya sí, en igualdad de condiciones, pelearán en el barro, libres del arbitraje institucional-democrático, a base de golpes bajos.

En fin, 2036 está a la vuelta de la esquina.