Hace algún tiempo que quería escribir sobre Elon Musk. Mi idea era abordar cómo se ha convertido en uno de los principales aliados virtuales de Vladímir Putin, promoviendo narrativas del aparato ruso dirigidas a forzar a Ucrania a su rendición, destrucción y esclavitud.

Lo hace siempre en momentos cruciales de la guerra, y siempre acorde con objetivos convenientes para la estrategia rusa. Por ejemplo, dejar de armar a Ucrania, forzar "negociaciones" en términos desfavorables para ella, etcétera.

Musk, deshaciéndose de los mecanismos de moderación de contenidos que tenía Twitter, ha empoderado a la escoria del submundo extremista, desde negacionistas de ataques químicos en Siria hasta nazis declarados y otros perfiles pseudototalitarios, que hoy campa a sus anchas por ese espacio virtual que es X.

El empresario y propietario de X, Elon Musk.

El empresario y propietario de X, Elon Musk. Reuters

Lo hemos visto estas semanas en un X desbordado por contenidos falsos, gore y desinformación sobre la guerra entre Israel y Hamás.

Tanto es así que la UE, por boca del comisario de Industria Thierry Breton, ha abierto a X un expediente conforme a la Ley Europea de Servicios Digitales, uno de los pocos mecanismos que tenemos para limitar el poder de gente como Musk.

En un intercambio en X, Musk respondió luego a Breton como el típico gallito de instituto al que desgraciadamente nunca pusieron en su sitio

Pero Musk da para más. La lista de sus hazañas es larga como breve debe ser esta columna.

Por ejemplo, su nuevo enganche antisemita (viralizó un post que promovía otra teoría de la conspiración contra los judíos en pleno auge mundial de incidentes antisemitas) motivó la suspensión en cascada de anuncios en X por parte de grandes compañías como Warner, IBM o Disney.

O su libertarismo selectivo cuando se trata de libertad de expresión crítica con él.

No es difícil colegir que eso es justo lo que Musk quiere. Que todos hablemos de él a menos de un año de unas elecciones presidenciales en los Estados Unidos para las que se estaría posicionando. Elecciones que podrían derivar en pasos hacia un régimen autoritario con Donald Trump, arruinando esa otrora magnífica democracia y/o llevando al país a diversas formas de conflicto civil.

Nada está escrito, pero ese es el plan del expresidente y sus más lealistas. 

Estos días, algunos intelectuales y analistas identifican a Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y otros oligarcas digitales como la vanguardia tecnotirana de un neofeudalismo global. La politóloga estadounidense Jodi Dean lo define como la "parcelación de la soberanía y la ansiedad catastrófica, con una sociedad en la que los oligarcas tecnológicos son los nuevos señores y el resto de nosotros, sus sirvientes".

Esto puede ser útil como marco conceptual para explicar la desmedida acumulación de poder de Musk, más del que poseen muchos Estados, y cómo esos tecnotiranos rigen nuestra vida sin que, teóricamente, nadie les haya votado para ello.

Digo "teóricamente" porque, seamos honestos, todos transigimos con Musk & Co. al interactuar 24/7 en sus plataformas, entregarles nuestros datos y no hacer de la lucha por los derechos digitales un eje medular de nuestro debate democrático. Algo que debería unir a izquierda, derecha y liberales.

En cualquier caso, este poder desmesurado refuerza la necesidad de una mayor regulación de las Big Tech a ambos lados del Atlántico (empezando porque paguen más impuestos que el ciudadano medio, lo que hasta ayer no era el caso de Amazon o Netflix). También subraya la relevancia de una UE que aquí puede defender el bien común, la res publica. Es lo que hace fríamente Breton frente a la matonería de Musk.

A mí me siguen apasionando el progreso tecnológico y la innovación, algo que me atrajo al principio de Musk y que sus excesos podrían echar a perder.

Pero este personaje no sería sólo un señor neofeudal. Lo digo porque cuando se trata de autócratas gerontocráticos y con armas nucleares, como Xi Jinping o Putin, Musk hace más bien de obsequioso lacayo. Para alguien como él, que se pasa el día metiéndose en tantos jardines ajenos, no encuentro en el último año un comentario o un post condenando la destrucción de ciudades ucranianas en imágenes reminiscentes de la Segunda Guerra Mundial, o de masacres como las de Mariúpol y Bucha.

Eso sí, hace poco tuvo la indecencia de llamar "carnicero" a Zelenski (alguien que sigue vivo y libre de milagro). El mensaje subliminal es "qué mal que sigan luchando estos ucranianos, no saben lo que les conviene".

Sí, es fácil trolear a Zelenski y a otros representantes elegidos. No trae consecuencias reales. Ahora, plantar cara a Putin, bueno, que le pregunten a Boris Nemtsov y a los componentes de su larga lista de obituarios. 

La cosa no queda ahí con Elon. El año pasado, vía Starlink, frenó una operación ucraniana de drones contra la flota rusa en Crimea, desde donde esta bombardea ciudades y puertos ucranianos clave para la seguridad alimentaria global, o bloquea navíos mercantes.

Congresistas estadounidenses han pedido que testifique por ello. Podría tratarse de una colusión con una potencia nuclear extranjera.

Musk dijo que quiso "evitar una escalada". Véase, "que Rusia pierda". Desde entonces, los ucranianos han hundido o dañado suficientes barcos rusos como para poder reanudar parcialmente su exportación de grano, y no ha estallado ninguna Tercera Guerra Mundial.

Esa "Tercera Guerra Mundial" es, por cierto, una operación de desinformación rusa para que dejemos de armar a los ucranianos. La pregunta es cuántos civiles ucranianos seguirían hoy vivos si Musk no hubiera metido su dedito.

Así que, ¿señor neofeudal a secas? Con su desmedido ego narcisista, diría que Musk es además carnaza para hacer de servil vasallo, e incluso bufón, de los viejos nuevos emperadores y de su neofascismo (flagrante en el caso de Putin). Musk es cooperador necesario de una amenaza muy real, no virtual, a la que nos enfrentamos los demócratas convencidos. Y a la que, me temo, se enfrentarán nuestros hijos e hijas.