Laura Borràs, Jordi Turull, Carles Puigdemont y Míriam Nogueras, en Bruselas durante la negociación del pacto de investidura con el PSOE.

Laura Borràs, Jordi Turull, Carles Puigdemont y Míriam Nogueras, en Bruselas durante la negociación del pacto de investidura con el PSOE. Europa Press

LA TRIBUNA

La náusea de la corrupción

¿A cuántos corruptos están dispuestos a amparar los políticos independentistas bajo su manto tras la amnistía o el indulto de sus delitos?

21 noviembre, 2023 02:12

La agitación comenzó a medianoche. Me había ido a la cama como todos los días, tranquilo, después de una buena jornada de trabajo haciendo lo que me gusta: estudiar y escribir. Tras la cena, leí las noticias de algunos periódicos mientras veía un capítulo de una serie que me gusta, Vera. Luego, me metí en la cama.

Tengo que decir, para envidia de muchos, que a mí no me cuesta dormir. Duermo, de ordinario, de un tirón cinco horas. Abro los ojos sin despertador alguno. Descansado y pletórico (después de comer, duermo una hora de siesta). Mis noches, además, no son agitadas, no tengo pesadillas, generalmente no recuerdo sueño alguno.

En definitiva, descanso bien, sin alteraciones.

Ese día, sin embargo, no fue así. No fue una noche corriente. A la mitad de la noche, en un duermevela, sentí que me levantaba de la cama. Mejor, imaginé que me levantaba. Porque no era sí, seguía durmiendo, aunque imaginando.

En ese estado llegué al baño y me incliné de inmediato sobre la baza. El estómago me ardía, me dolía incluso. Parecía que me estaba entrando una náusea, el malestar era general. No entendía cuál era la causa, pues sólo me "veía" a mí, hasta que repentinamente se amplió el campo de visión, y allí estaba Ella.

El motivo, sin duda alguna, de las náuseas que sentía.

Se trataba de una mujer de gran formato, morena, acompañada de tres o cuatro hombres más bajitos, y a veces de otra mujer. Ella no me miraba, dirigía sus ojos al frente, como si estuviera haciendo alguna gestión pública importante. Inaugurando algún pantano, adjudicando contratos fraccionados o quizá regalando dinero público a algún amigo.

Quehaceres propios, pues, de una funcionaria corrupta.

¿Por qué estará tan contenta? ¿Quizá porque sabe que no entrará en la prisión que ha merecido de acuerdo a su condena?

Siempre la veía andando, con sus pajes. Ella, sonriendo en todo momento, casi riendo, alegre y satisfecha. Tranquila. Y los que iban a su lado también contentos. Satisfechos. Gozando. Sabiéndose gobernantes de una buena comunidad de ciudadanos.

Pero sobre todos destacaba Ella: Laura Borràs, la condenada por prevaricación, malversación (vulgo: robo de capital público), falsedad…

Delitos comunes especialmente nauseabundos, porque de un solo golpe nos roba a todos. Y, sin embargo, nos sonríe, desafiante, altiva. ¿Por qué estará tan contenta? ¿Quizá porque sabe que no entrará en la prisión que ha merecido según condena (cuatro años y medio, un buen número de años de inhabilitación y el retorno del dinero)?

¿Quizá porque se la indultará por el Consejo de Ministros o será objeto de un "indulto penitenciario" (se le otorgaría inmediatamente un tercer grado por la administración penitenciaria; es decir, la Generalitat catalana; es decir, sus compañeros)?

¿Por eso se ríe? ¿Porque sabe que no pasa nada por meter la mano si eres una jerarca? ¿Y no les repele a sus compañeros de partido desfilar con semejante personaje? ¿Permitir que una corrupta negocie políticamente con ellos?

¿A cuántos corruptos comunes están dispuestos a amparar sus compañeros de partido bajo su manto? ¿Admiten a cualquier corrupto o hay que superar alguna nota de corte para ser amparados? ¿No les produce náuseas?

*** Francisco Javier Álvarez García es catedrático de Derecho Penal en la Universidad Carlos III de Madrid.

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