Envejecer debe de ser algo parecido a esto: sentarse a escribir para defender al mismo tipo contra cuya política bélica te manifestaste de joven.

José María Aznar tiene innumerables defectos. Muchos de ellos han supuesto un lastre muy pesado para el partido que presidió entre 1990 y 2004. Tanto su carácter como algunos aspectos determinados de su trayectoria política merecen críticas y reproches ricos en argumentos. Tampoco profundizaremos. Ya hay mucha gente que se ocupa de glosarlos. Alguno hasta ha construido una carrera profesional entera sobre esa premisa.

Pero José María Aznar no es un golpista. Ni siquiera un alborotador.

La aclaración no es baladí. Abundan aspavientos para señalarlo como autor intelectual de las algaradas que estas últimas noches se están produciendo en los alrededores de la sede federal del Partido Socialista. Ya en septiembre fue acusado de llamar a la asonada ni más ni menos que por la portavoz del Gobierno en funciones.

La excusa más reciente está en estas palabras pronunciadas en un foro universitario:

"Sobre esa situación de crisis constitucional que tenemos, expresada y representada por alguien convertido en un peligro para la democracia constitucional española, pues es sobre lo que tenemos que actuar. El que pueda hacer que haga, el que pueda aportar que aporte, el que se pueda mover que se mueva, el que pueda intentar… cada uno en su responsabilidad tiene que ser consciente de la situación de crisis en la que estamos".

"Actuar", "hacer", "aportar", "mover" o "intentar" como verbos que, en boca de Aznar, llaman al golpe de Estado o, cuando menos, al disturbio callejero. Prescriptores muy prestigiosos en la izquierda hablan de su "toque de corneta" mientras ilustran el comentario con la imagen de un ultra mostrando a la vez su furia y su torso desnudo y tatuado. No terminamos de tener claro que sea la clase de persona que hace o deja de hacer algo en función de lo que diga el expresidente. Si tuviéramos que apostar dinero, sería a que ni siquiera sabe quién es José María Aznar.

Basta repasar otras instantáneas de estas noches. Uno imagina a sus protagonistas en muchas situaciones. Ninguna de ellas es la cumplimentación de la solicitud de suscripción a Cuadernos FAES.

No. Los círculos en los que se mueve Aznar no se iluminan con bengalas. Es un hombre de ideas. Algunas muy desafortunadas, pero ideas al fin y al cabo. Sus llamamientos a la acción se circunscriben a la esfera intelectual y de la movilización cívica. Ahora resulta que el simpatizante republicano que ha pedido públicamente un "juicio político" contra Donald Trump por "instigar un golpe de Estado" es el inspirador de un "asalto al Capitolio" con aroma a bocata de calamares.

Si Aznar está siendo objeto de estas acusaciones es por la necesidad del Gobierno de ver encarnado el falso dilema con el que quiere diluir la amnistía: o ella o el fascismo. El esquema existía con carácter previo. Eran los hechos los que tenían que encajar después. Lo que no sabemos es si hay un martillo capaz de encajar FAES en el molde de la ANC.

A Vox le ha faltado tiempo para volver a ser el Samur del PSOE. Siempre presto el oxígeno cuando está a punto de consumarse la hipoxia cerebral. No hay fantasía delirante que surja de la Moncloa que ellos no se lancen a materializar.

Pero el sueño no puede cumplirse en todos y cada uno de sus detalles. El toque de corneta de Aznar sólo puede escucharse cuando es objeto de una confusión con la chatarra intelectual de argumentario.

Supongo que en veinte años estaremos rompiendo una lanza a favor de Sánchez.