Ahora se ha puesto de moda en las grandes revistas que los famosos se entrevisten entre ellos para brindarnos "conversaciones únicas". Son "únicas", verdaderamente, porque demuestran que a muchos de nuestros artistas más emblemáticos les falta una papa pal kilo, o riego cerebral, o un par de veranos, ya como uno quiera llamarlo.

El besuguismo es imparable. La nada se alimenta de más nada. Nunca el ser humano está tan degradado intelectualmente como en una conversación de ascensor, rifándose lugares comunes, sin lanzar ni una sola idea genuina a la grada ni una historia mínimamente simpática que nos aleje tres segundos de la muerte. 

El silencio es un invento fantástico para los inocuos. Lástima que se use poco. 

La portada de Rosalía para Vogue.

La portada de Rosalía para Vogue.

Ha sido el caso de Rosalía, portada de Vogue, entrevistada por Penélope Cruz: aquí situamos perfectamente un día en el que las dos perdieron una maravillosa oportunidad de callarse. Podían haberle dicho a Vogue que no, que más adelante, que "remotamente imposible", que esa tarde tenían que operarse de la vesícula o que custodiaban una lubina al horno. Pero dijeron "¿por qué no?, voy a rebozarme un ratillo en la vacuidad", acudieron a su extraña llamada interna y aceptaron la propuesta, vía webcam, por cierto, no fuera que en la entrevista hubiese un poco de olor, de verdad, de humanidad. 

Tuve que leerme el artículo varias veces para creérmelo. Ves intercambiar pareceres a las dos españolas más icónicas a nivel mundial y echas de menos tus rutinarias confesiones con los taxistas de Madrid o tus diatribas con la peluquera, auténticas reinas de la oratoria radical.

Si Penélope y Rosalía han vivido tantas cosas, ¿por qué no intentan canjearlas en resultar interesantes? 

Te preguntas por qué clase de carambola del destino puede gente que no sabe hablar (es decir, que no sabe pensar) liderar oficios profundos y a la vez, de cara al público. O sea, está claro que aquí hay un trabajo hercúleo detrás. Ensayos fuertes para parecer uno alfabetizado, dócil, afable, masticable para el gran público (que es lerdo). Y seguro que hay intuición. Mucho talento bruto pulido para encajar en el mainstream, es decir, para redundar en la diplomacia, que es la forma de cortesía menos brillante y evocadora, la más soporífera y estrecha. 

No es ninguna novedad que Penélope Cruz y Rosalía son mujeres extraordinarias, bellezas rabiosamente españolas, nervios vivos que tejen nuestro imaginario cañí y sentimental. Por eso resulta tan desasosegante notar cómo charlan como quien bucea en el barro: el clima dialéctico era del todo lento y tedioso, vulgar, espeso, irrespirable.

Entiendo que ahora la peña da entrevistas intentando blanquearse, rayanos en el extremocentrismo, por miedo a un linchamiento viral. Quieren ser adecuados, parecer buenas personas apelando siempre a lo más bajo (la pornografía emocional, por ejemplo, del "cuánto quiero a mi familia" o "venimos de casas humildes", un clásico de la oquedad más babosa) y procuran no ser punzantes para no perturbar a nadie y así no ser ofendidos de vuelta. Lo que no han entendido es que ser un artista inofensivo es no ser un artista.

Se da esta paradoja: los artistas diluyen su discurso o lo dulcifican para quedar bien, pero al hacerlo acaban quedando rematadamente mal, porque no están nunca a la altura de su propia inteligencia. Se entontecen, se humillan, se infantilizan.

De tanto colarnos la de "este es mi trabajo más personal", "sobre todo soy una persona luchadora", "estoy orgulloso de trabajar con mis maestros", "el amor es lo más grande que existe en la tierra", "admiro a muchas mujeres", "respeto mucho a mis compañeros de profesión" y esa lamentable sarta de gilipolleces, resulta que fracasan a la hora de ofrecer lo esencial que tiene un artista: la mirada propia, el verbo propio, la impronta, el carácter, el enfoque particular del mundo.

La estupidez involuntaria es triste, pero la volitiva es barbarie. 

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Se da otra particularidad: ambas recuerdan continuamente sus orígenes, pero hace rato que no les calan, porque vendieron su pizpiretismo, su creatividad, su rebeldía. Dicen que son de barrio pero hablan como las élites, como los políticos, procurando no decir nada. Sin pureza. Sin escándalo. Adiestradas. 

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Así pasa la vida en esa charla entre Rosalía y Penélope: diciéndose que a una le fascina de la otra que "se pinte los labios sola", contando que aman lo que aman desde chiquititas, que sus padres las dejaron hacer, que en sus casas siempre se ha escuchado "mucha música", que la maternidad es una cosa "muy bonita". En fin, morralla. Se nota que Cruz se ha documentado poquito sobre su entrevistada. Se nota que no sabe que una mala entrevista siempre está empanada de peloteo infértil, del que gasta tiempo, del que nos genera babilla en la comisura. 

Preguntar es una forma de amar, porque para preguntar hay que conocer un poco del interlocutor y apoyarse en ello para demostrar que se desea conocer el resto. Para preguntar hay que ser generoso y seductor a la vez. Dar lo mejor de ti para recibir lo mejor del otro. Por eso el género de la entrevista es tan, tan hermoso. Y por eso para explotarlo... hace falta un periodista.