Hace tiempo que las palabras no significan casi nada: están todas atravesadas por la publicidad, o, mejor dicho, han sido secuestradas por ella. Las pizzas ahora son "radicales", los peinados son "rebeldes", las zapatillas son "subversivas" (la más "subversiva", está claro, es siempre la del último modelo, mañana obsoleto). No sé lo que significa en 2024 ser "revolucionario". No sé lo que significa ser "transgresor". Seguramente nada. 

A lo mejor sólo significa algo que hace rico a alguien que nunca eres tú.

Entrada de la taberna de Pablo Iglesias, este jueves 14 de marzo.

Entrada de la taberna de Pablo Iglesias, este jueves 14 de marzo. Mar León

Todo se ha descolorido, todo suena a hueco. La maquinaria ha expropiado el diccionario. La RAE ha sido tomada por las empresas. No encuentro ninguna cosa donde no se haya colado el capital. Me lo reconoció el académico Félix de Azúa, en su estilo sardónico: hoy sacan un betún y te dicen que es "guerrillero", que es "sedicioso". Lo dijo riéndose, pero con amargura. Más esperanza manejaba el escritor Manuel Rivas cuando me reconocía que encontraba en la literatura el último espacio de lo indómito: mientras escribes, no puedes (no debes) tener amo. 

"En el momento en el que escribes se ponen en marcha unos mecanismos que obedecen únicamente a la excitación creativa, que es una pulsión erótica frente al tanatos, que es la muerte y la excitación destructiva", comentaba. "Esa excitación creativa para mí es un acto en sí mismo de rebelión, de lucha contra las convenciones, contra las palabras convertidas en arengas, contra las palabras despojadas de su posibilidad de aventura. El discurso hoy está dominado por lo apodíctico, por lo que no espera respuesta, por eso es tan necesaria la literatura, porque está llena de palabras que todavía quieren decir, que aún no están intoxicadas".

Era bello. No sé si también demasiado candoroso. ¿Quién decía lo de "poesía es lo contrario a programa político"? Me gustó también. Me gustó tanto, y sin embargo. 

Pienso en ello mientras leo que Pablo Iglesias va a abrir una taberna "para rojos" en Lavapiés. Tampoco sabemos qué significa hoy ser "rojo". La publicidad ha vuelto a hacer mal su trabajo, ha vuelto a ensuciarlo todo, a vulgarizarlo, a parodiarlo hasta el sonrojo. Vivir al pie de la letra es mendicidad intelectual. Lo dice mi amigo Madueño cuando alguien se pone muy divo y encaja mal una broma: "Estás muy literal, ¿no?".

Por eso no termina de funcionar la coña del "Che Daiquiri", del "Fidel Mojito" o de la "enchilada Viva Zapata". Es de una autoconsciencia sin brillo. Uno quiere ir a la Taberna Garibaldi, pero no soñando ya con un lugar de encuentro o de relío: uno quiere ir como quien va al parque de atracciones, al circo o al zoo, como una excentricidad puntual, al menos, a juzgar por la promoción que se ha publicado. 

Las sutilezas eran la inteligencia antes de que todo llevase luces de neón, tartar de atún, crispy o cebolla caramelizada. 

Creo que me hecho mayor. Tenía 17 años cuando dejé de usar el eslogan "anarquía y cerveza fría". 

La carta del Garibaldi también da de qué hablar. Una siempre ha sido más de kalimotxos que de cócteles, pero supongo éste es el signo de los tiempos. Una siempre ha sido menos de platos veganos que de lentejas con chorizo (como las exquisitísimas de El Comunista, ese baretito encantador y clásico de Chueca que hace felices a todo tipo de españoles desde 1890, allá donde se reúne Garci con los amigos). No sé si el garito de Iglesias entiende al barrio en el que está. No sé tampoco si entiende a la gente de izquierdas (no sé, obviamente, qué significa "ser de izquierdas" ahora mismo).

Les deseo que les vaya muy bien, que esté siempre lleno (ojalá el público no se limite a adolescentes wannabe y pseudopolitizados, aliados tramposos con las uñas pintadas, estudiantes de Filosofía rapados y Rosa Parks de brocha gorda). Les deseo que sea cálido y huya del nicho, que no haya nunca follones en la puerta, que los hooligans de la ultraderecha no acudan a boicotear ni a ser tan burdos ni brutales como acostumbran. Les deseo que desde fuera se les lea prosperidad y alegría: cualquier otra mirada ante un proyecto ajeno y bienintencionado, con vocación cultural, siempre sería miserable.

La noticia de su apertura se publica el mismo día que se publicita un extraño festival promovido por Sumar (ellos, ellas y elles lo llaman "asamblea", otra palabra agrietada de tanto manosearla). Cobrarán por entrar. Si te llevas "un recuerdo", pues pagas más, ya sabes cómo va esto (¿qué es "un recuerdo?", ¿una camiseta con la cara de Yolanda con una camiseta con la cara de Barbie, la película de Greta Gerwig?). Si "comes" te navajean y si "apoyas" a lo mejor te sangran. 

Esto es Disneyland desde hace tiempo.

Contra la charanga y la pandereta, las Palabras como cuerpos que cantó Sabina: "Recuperar de nuevo los nombres de las cosas. / Llamarle pan al pan, vino, llamarle al vino / al sobaco, sobaco, miserable al destino / y al que mata llamarle de una vez asesino. / Nos lo robaron todo, las palabras, el sexo, / los nombres entrañables del amor y los cuerpos / la gloria de estar vivos, la crí­tica, la historia... / pero no consiguieron robarnos la memoria".