Hace unos años, un amigo me regaló el libro Utopía no es una isla. Su autora Layla Martínez reflexiona sobre cómo la cultura ha reducido a la distopía su forma de imaginar el futuro. Cuando pensamos en la sociedad de dentro de unos años, todo lo que nos sale son dictaduras, crisis ecológicas y pérdida de derechos.

La actriz Rachel Zegler.

La actriz Rachel Zegler. Reuters

Martínez advierte sobre cómo esta tendencia nos anula: "Imaginar futuros peores nos ha quitado la capacidad de pensar en un porvenir mejor".

Suscribo la reflexión de Layla Martínez y añado que la incapacidad para imaginar un futuro mejor nos revuelve también contra el pasado. Si no somos capaces de construir un futuro esperanzador, nos vengamos manipulando cuanto hemos recibido.

Y así nos encontramos con Rachel Zegler, la protagonista del remake de Blancanieves que tendremos el gozo de disfrutar en 2024. Zegler nos anuncia que no nos preocupemos, que esta vez la princesa no será salvada por un príncipe, sino que será "la líder que siempre quiso ser y no le dejaron". Menos mal. 

Esta nueva película se une a la larguísima lista de versiones de clásicos que Disney ha lanzado durante los últimos años con el mismo objetivo: recontar la historia buena a la altura de los estándares morales de la modernidad y, a ser posible, con huella de carbono cero

Y yo me pregunto ¿dónde están nuestros propios cuentos? ¿Quién está ahora generando los clásicos del futuro? La cultura mainstream parece sólo preocupada por tunear el pasado, y eso es síntoma de que no tiene mucho que decirnos sobre el hoy y el mañana.

"Las élites adoran las revoluciones que se limitan a cambios estéticos" decía Thomas Frank, autor de La conquista de lo cool. Y eso que aún no se ha estrenado la nueva Blancanieves

A eso precisamente parece que se dedican Disney y Hollywood últimamente. A vendernos como revolución que las princesas cambien la falda por el pantalón y vayan a trabajar, como si eso no se lo hubiéramos visto ya a nuestras abuelas y madres

No es que sea todo malo en este boom de revisionismo. Maléfica o Cruella son propuestas muy interesantes de volver a una historia ya contada. Y de verdad que la cuestión no es si Blancanieves es latina o si los enanitos van a ser enanitos o no. No me interesa ese debate.

Esto habla de la incapacidad de la cultura mainstream actual para dialogar con el pasado. Yo no digo que en el siglo XXI siga pegando que Blancanieves limpie la casa a los enanitos. Pero me falta el reconocimiento de que fue una película que marcó la historia del cine de animación y del género infantil y que ahí hay algo de valor que merece la pena rescatar.

En el proceso de maduración, matar al padre es una etapa normal de la adolescencia, pero es necesario luego reconciliarse de nuevo con la figura paterna a la que se redescubre desde otro punto de vista. Quien no supera nunca la fase de rebeldía se infantiliza y se queda con una identidad a medias.

En el fondo, toda incapacidad para hacer una propuesta cultural convincente esconde una propuesta ideológica igual de pobre. Desconfía de quien te diga que el pasado no nos ha aportado nada, porque está alienando tu futuro. Desconfía de quien te invite a destruir con saña lo recibido, porque te hará pensar que va a pasar lo mismo con lo que tú legues a tus hijos o a la sociedad.

Quizá estos remakes mediocres estén señalando, como el niño del cuento, que el rey va desnudo. Porque si todo tiene que estar a la altura de nuestros criterios de pureza moral (¡cuánto se parece a la limpieza de sangre!), es impensable que alguien se atreva a crear algo que construya, que revele lo escondido, que ilumine lo que mucho que queda todavía por descubrir. 

Nos quedamos con distopías para el futuro, revisionismo para el pasado, nada para el presente. La oferta de los mesías está vacía.