Hay tres Feijóo. Yo recuerdo tres, no sé ustedes. Lo mismo hay más, ya saben lo que decía Whitman de contener multitudes.

Ninguno de los hombres que le habitan es un genio, pero los tres tienen algo campechano. Algo tosco, quizá, que resulta confiable, cercano, familiar. Algo que está en la media de las cosas, huyendo de lo extraordinario y también de las bajas pasiones. Aquí un tipo que no es guapo pero tampoco feo (convendremos, eso sí, que en la foto con Marcial Dorado, con esas gafas de sol, salía hasta atractivo), que no es joven pero tampoco viejo, que no es limitado, pero tampoco cum laude.

Dentro de él se acumulan tres paisanos. Ninguno muy performático, ninguno curioso ni extravagante. Esa es su grandeza. La sencillez. El primero es el viejo héroe gallego, esa leyenda electoral, ese semipopulista autonómico que, mirándolo bien, nunca ha tenido que hacer nada muy especial para ganar en un lugar en el que históricamente ha salido victoriosa la derecha.

¿Cómo distinguir cuándo somos buenos, buenos de verdad, y cuándo estamos siendo aupados por la inercia, la comodidad, la costumbre? 

¿Cómo saber si somos "lo mejor" o sólo somos "lo que hay"? 

Feijóo.

Feijóo. Tomás Serrano.

Alberto tuvo siempre ese perfil serio, ese perfil gestor, soporífero y útil, pero rebozado de sentimiento identitario local, que tira mucho. Todo su flow consistió siempre en hacer un canto a Galicia, hey, como aquel tema de Julio Iglesias. Le pusieron un santuario moral. Le llamaron invencible, niño bonito, amuleto de la suerte.

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En el norte habrá meigas, pero el verdadero misterio allá es el extraño encanto de Feijóo, una cosa a estudiar. Es el auténtico esoterismo, la fantasía última, la magia más escurridiza. Le exportaron acá como si Galicia fuese equivalente a España, tomando la parte por el todo, y yo me quedé descuajaringada al escucharle hablar con más frecuencia. Este es el segundo Feijóo: el bluff nacional. 

Estos meses suyos en la oposición, antes de la nueva convocatoria de elecciones, se nos han pasado volando. Ha pintado poca cosa, el pobre hombre. Ni siquiera puede caerle realmente mal a nadie, porque su personalidad política es discreta, es inofensiva, es olvidable. No tiene convicciones férreas. Es difícil de imitar de lo normal que resulta. No ilusiona, no remueve, no genera rabia. Quién sabe si en el fondo es un felipista encubierto. Al cabo, González es un albertista casi declarado.

Ay. Esta vida loca, loca, loca, con su loca realidad, como cantaba Pancho Céspedes

Pero ha sido listo, a su manera silente, y ha aprovechado la caída de la popularidad de Sánchez (y la incomodidad tremenda generada por su delirante Gobierno con Podemos, junto con las ocurrencias de una ministra sonrojantemente burda como Montero) para estarse calladito y dejar que la maquinaria del brilli-brilli y la tontería woke chirriase sola.

Y así ha sido. Donde había violines, resonó una sierra mecánica.

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Para ser justos, Feijóo nunca ha ganado a Sánchez (no lo hizo en las autonómicas y municipales) y nunca lo hará, nunca, tampoco en el caso de que venza el 23-J, porque sólo el antisanchismo matará al Perro. 

Poco influye aquí la personalidad del candidato del PP. Mucho más grande y fuerte que el propio Feijóo es el odio que los enemigos de Pedro le profesan al presidente. Votarán al de Orense como votarían a una escoba con gabardina, o como votarán, de hecho, a los salvajes de Vox, el partido del animal de Ignacio Garriga, un neandertal que le mete un trompazo al micro en medio de un mitin en Badalona y se encara con los que se manifiestan con banderas LGTBI en contra de su discurso. 

Nunca se vio tal bajeza en la política española reciente (en la antipolítica sí, claro, en las guerrillas y en las bandas de matones periféricos, o ultras, o hooligans, por supuesto). Nunca se vio tanta podredumbre, tanto descaro ni tanta baba verde. 

Tendría que volver a nacer Garriga, ese portero de discoteca cutre, para llegarle a la suela del zapato a Óskar Matute, por muy portavoz aberzale que sea. Podría aprender de su condena rotunda a la zafiedad y a la virulencia y de su abrazo a las víctimas. 

Porque la repulsiva violencia de ETA cesó, porque los terroristas fueron derrotados por la ley y la dignidad y por hombres como Matute, pero la saña vive y se manifiesta en los exabruptos de Vox, en sus gestos incendiarios, en sus ramalazos de odio caliente. Este año hubo cero muertos a manos de etarras encapuchados en España, pero contamos ya 28 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas.

¿Por qué hemos consentido que nos desvíen así el discurso? ¿Por qué estamos respondiendo todo el día a una amenaza que no existe, que es ya fantasmal, mientras Vox nos niega en la cara la existencia del machismo más sanguinario? 

Resulta incomprensible que Feijóo, cuando seguro que es así, no diga en voz alta que se siente, al menos personalmente, más cerca de Matute que de Garriga. Luego ve los delirios de sus posibles socios de Gobierno y le mueve las pestañitas al PSOE, sonrojado. 

Un día de estos se muere de vergüenza ajena. Yo le entiendo y le abrazo.

Ahora habla de que quiere una nueva España "sin ira". No será posible. No con As Bestas en el juego. 

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Hay una derecha rancia, avinagrada, acartonada y reaccionaria que desconfía de Feijóo porque le ve flojito. 

Me lo han dicho algunos amigos. Sospechan de él y sienten que "es igual que votar al PSOE"

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Pero esa es, precisamente, su marca: la normalidad. El centrismo. El gris. Ni fú, ni fá. Recuerda, el de Feijóo, al tancredismo de Rajoy. Si le pincho, no sangra. No sé si es estoico o es que todo le resbala. Qué envidia, en cualquier caso. Nada como no poner demasiada pasión en algo para que salga adelante, ¿no? Los polluelos de la autoayuda y la superación no tienen ni idea. El éxito de un plan (o de un partido, o de un amor, o de un juego) es inversamente proporcional a lo que te importe, a lo que hayas depositado en él.

Da la sensación de que lo de Madrid y la candidatura a la presidencia a Feijóo le parece bien, pero tampoco es que le vuelva loco. Como le calienten mucho la tostada aquí en la meseta central, un día de estos coge el petate y vuelve a la Galicia de sus amores, que como allí no se come en ningún sitio y uno tiene amigos en todos los estratos, del campesino al narco. Lo primero es la convivencia.

Si gana, pues qué alegría, pero si no, no haremos un drama de esto. Ese es Feijóo. Una especie de coach rural que viene a insuflarnos paz, esa balsa de aceite tan rayana en el bostezo. Al contrario que él, Pedro Sánchez parece no tener ningún lugar al que volver

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Hay un tercer Feijóo, que fue el que nació como una figura de barro en las manos de Miguel Ángel Rodríguez para preparar el cara a cara con el presidente del Gobierno. Contra todo pronóstico, se lo merendó. Sánchez andaba descompuesto. Envejeció en cinco minutos. Y, de repente, Alberto renació chulito, crecido, beligerante, ¡más firme, irónico y contundente que nunca!

Pero también más oscuro y lleno de medias verdades que han ido explotándole en la cara estos días, en su encuentro con Alsina (que no parece sospechoso de rojazo), por ejemplo, o en el último en TVE con una inescrutable Silvia Intxaurrondo que le ha enfrentado mejor que nadie a sus contradicciones.

Contradicciones bastante estudiadas, al cabo, sobre el caso Pegasus (que supuestamente fue archivado, o eso leyó el del PP en un "teletipo" por falta de colaboración de Pedro Sánchez). O sobre las pensiones y su revalorización conforme al IPC. O sobre que Sánchez es "el primer ministro europeo que más gas le compra a Putin". Errores, tonterías, flecos sueltos. 

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Qué listo es Rodríguez, la verdad, asumiendo que en este país nadie se estudia un dichoso dato y que es muy fácil colar en programas de máxima audiencia un divino gráfico aderezado o una cifra simpáticamente trucada. Pero esta vez hubo algunos profesionales que habían hecho los deberes que la semana anterior ni empezaron esas estatuas de sal llamadas Vicente Vallés y Ana Pastor.  

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Me hizo sonreír que Feijóo, que no quiso sentarse a debatir con nadie más que con Sánchez, minusvalorando así a la única mujer candidata, su amiga Yolanda Díaz, ignorándola de puro cipotudismo, haya sido, al final, chinchadito en directo por otra mujer. Las chicas son guerreras. Uh, ah. 

¿Le dará tiempo a juntar sus trocitos antes del domingo? 

Seguro que sí, no hay que poner el grito en el cielo tampoco. Lo que vimos en TVE no es violencia de mujeres contra hombres. Como mucho, algo parecido a un "divorcio duro". 

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