Me divierte pensar que hace mucho ya que a Gabriel Rufián se la trae un poco al pairo que Cataluña sea independiente. Sospecho que las ganas se le fueron yendo por el camino al observar de cerca el frenopático del procés, la hipocresía sebosa de la burguesía catalana, su larga mafia, su xenofobia, sus fabulaciones históricas.

El nene de Santa Coloma (con los ojitos guiñados de sonrisa infantil o gatuna, con la sentimentalidad charnega, con los olivares de Jaén creciéndole en el centro del pecho y la naricilla chata de boxeador bello) fue haciéndose mayor y observando el circo secesionista con ilusión decreciente. Qué complicado fue todo, cuánto barro, cuánta deslealtad. El Estado de derecho le chupa la energía a cualquiera.

Rufián.

Rufián. Tomás Serrano.

Pero lo peor para él, secretamente, es el clasismo, el rosario de mentiras, las teorías sonrojantes de la falsa izquierda catalana, que en lugar de tener vocación internacionalista te monta un muro hasta en el patio del colegio y se queda tan ancha. Bona tarda para quien la merezca. Su nula solidaridad, su viejo desdén, su manera tosca de agarrar el monedero para no distribuir equitativamente la riqueza del pueblo (y que se joda ya la última anciana pensionista de Cádiz, por chupóptera, por sanguijuela, por cateta).

Yo creo que Rufián es de izquierdas, es valiente, es irónico, es listo y es moderno, es lenguaraz y es provocador, un incómodo verso suelto. Si eres así, esta ranciedad la acabas viendo. Poder reconocerla en alto es otra cosa. 

Acabas viendo, por ejemplo, que la patria que empezaron a proponer el honorable Jordi Pujol y señora, "la que me proponen CiU y ERC con esos volatineros y sandungueros de la CUP", es una carroña sentimental "empaquetada y distribuida por TV3 y Catalunya Radio, y yo no como de eso", como me dijo en una ocasión el divino Juan Marsé, tan insultado en las paredes de Cataluña. En la biblioteca abrías un libro suyo y alguien había escrito, a rotulador, manchando sus párrafos, la palabra "botarate".

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Sí. Quizá la broma de la autodeterminación de los pueblos se haya ido un poco de madre, aunque sonaba bien en los años mozos, en los años locos, parece decirse íntimamente el guapo de Gabriel.

Hubo un momento en el que moló. Hubo un tiempo en el que ser independentista parecía lo más rebelde que se se podía ser, quizás porque romper algo siempre es más sonoro, epatante (y fácil) que mantenerlo unido. Ahora pensamos en esa época (cada cual la tuvo, a su manera) y nos vemos como críos caprichosos y ruidosos, destructivos porque sí, soñadores de brocha gorda. Pura vulgaridad, pura puerilidad.

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Es verdad que España puso de vez en cuando de su parte. Algunas veces olió a cadáver de dictador, y ninguno huele peor que aquel que muere pacíficamente en la cama. Pues para qué quisimos más. La bomba de relojería ya estaba preparada.

El pormiscojones (tan cañí, tan ibérico, tan nuestro), esta mecha corta que nos maneja, este deseíto macho de sacar los tanques a la calle a la primera de cambio, este "catalufo el que no bote, we, we", este ridículo "soy español, ¿a qué quieres que te gane?", este hooliganismo bárbaro y este hablar escupiendo, en definitiva, esta, nuestra peor parte, la cara deformada de un país de personalidad múltiple, tampoco remó a favor del abrazo. 

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Yo intuyo que a Rufián le carga darse cuenta de que sus compañeros de partido, como Junqueras, mamaron cárcel pero en la ciudad condal se les llama "traidores" y se les desprecia mientras que el escurridizo y votado Puigdemont sigue siendo percibido como un héroe de la causa, por más que huyera como una rata parda con flequillo (porque los caminos del secesionismo son inescrutables y sus amores, una cuestión arbitraria y chiflada, un poco como los de todos). 

A este último le llamó "tarado" y luego dijo que no se había explicado bien. Es un clásico. Quemaíto está. 

Rufián está harto, yo se lo leo en la cara. Rufián anda minimizando el ímpetu. Dio mucho, está cansado, le hiere que le increpen por la calle, es un padrazo que quiere proteger a su hijo, extraña el anonimato. Usa stickers irónicos, es leal, es divertido (eso me cuentan los que le conocen) y es generoso. ¡El tío se invita! Tan catalán no será [es broma, es broma].  

Anda hasta la peineta de unos y de otras, muy especialmente de Yolanda Díaz, a la que considera poco de fiar, una pájara que la trama en las negociaciones privadas. Un día de estos da un melenazo y nos deja echando de menos sus tuits incendiarios, ese buen alpiste para los días aciagos. Rufián quiere bajarse del carro, pero en este país sólo nos dejan cambiar de idea si hemos padecido una lesión cerebral. Y así nos luce el pelo. 

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