El PP es un partido atrapalotodo desde el punto de vista ideológico. De perfil bajo, en la actualidad (muy lejos de aquel partido fundado por Fraga que se presentó por primera vez a la elecciones de 1977) ha tendido a esconder o apagar el discurso ideológico y vestirse de tecnócrata, ofreciendo a la sociedad española la buena salud económica como lo único verdaderamente importante. Y así lo dijo Rajoy en cierta ocasión, resumiendo una conversación con Artur Mas, cuando este estaba desafiando al Estado con su plan soberanista: "Hablamos de lo importante, hablamos de economía".

Alberto Núñez Feijóo junto a Juanma Moreno en Cádiz.

Alberto Núñez Feijóo junto a Juanma Moreno en Cádiz. EFE

Creen desde el PP que las tormentas y fuegos de artificio ideológico se mesuran y silencian en la calma chicha del mercado y de la administración del Estado, que estrechan el margen de maniobra programático e impiden sacar adelante cualquier plan extremo. Y es que el papel (ideológico) todo lo aguanta.

Pero cosa distinta es pasar a la realpolitik de la acción (burocrática) del Estado.

En este sentido, por lo menos en el terreno de las apariencias, el PP nunca ha dado la batalla de las ideas porque se ha revestido siempre, a la hora de presentar su programa político, con el traje de la tecnocracia, presentando un perfil bajo en los temas más polarizados ideológicamente.

En el tema nacional, ha cultivado la ideología nacionalfragmentaria (autonomismo) hasta extremos realmente colaboracionistas (en Galicia o en Valencia), pero sin poner nunca en cuestión la Nación española.

[Feijóo ganó el debate según un 58%, incluido un 19% de votantes del PSOE]

En los temas más llamativos de bioética, por buscar un término que más o menos los englobe (aborto, eutanasia, trans), se ha dejado llevar por la vía de la técnica jurídica "y que las leyes hablen", sin forzar ninguna posición que desquicie el ordenamiento jurídico.

En política internacional, ha defendido la mimetización de España con los socios occidentales en la órbita de Estados Unidos, evitando cualquier tipo de estridencia, en la idea de que España prospera en la normalidad europea (un europeísmo entusiasta, sí, pero tampoco tanto como para pretender que España quede disuelta en la UE) y atlántica (alineamiento indiscutible con la administración Biden en relación con la guerra de Ucrania).

Vinculado a ello, la política inmigratoria del PP nunca ha significado la criminalización del inmigrante, ni la tibetanización trumpista de España (Spain first), sin tampoco defender unas fronteras abiertas (con su efecto llamada). Isabel Díaz Ayuso ha sido especialmente beligerante en este punto frente a Vox y Rocío Monasterio en la Asamblea de Madrid.

En cuanto al feminismo, el PP puede presumir de pionero en la ocupación femenina de muchos altos cargos de la administración del Estado (presidencia del Congreso, del Senado, primera vicepresidencia).

Autonomismo y europeísmo, en fin, como señas de identidad de ese moderantismo tecnocrático con el que el PP pretende evitar la recaída, por un lado, en la Escila voxera del chovinismo españolista y, por otro, en la Caribdis de la taifa nacionalregionalista.

A esto es a lo que se denomina en el PP "sentido común" y "moderación", y que a pesar de sus pretensiones conforma una ideología. La tecnocracia como ideología.

[Miguel Ángel Rodríguez formó parte del equipo que preparó con Feijóo el debate frente a Sánchez]

Un moderantismo tecnocrático que, construido a partir de la negación de los extremos exagerados y desquiciados (via remotionis, que dicen los escolásticos), es visto por sus adversarios como entreguismo. Para Vox, el PP es un PSOE disfrazado de azul. Para PSOE y Podemos, el PP es la misma extrema derecha que disimula, sin más.

Sin embargo, y he aquí el descubrimiento que para muchos (entre los que me encuentro) ha significado Feijóo en el debate con Pedro Sánchez, este moderantismo tecnocrático puede tener punch dialéctico. Puede destruir esos castillos en el aire ideológicos elaborados por sus adversarios al plegarse, replegarse y acogerse a las instituciones del Estado, teniendo la Administración como medida de todas las cosas.

Y esto, en buena medida, era el rajoyismo, cuyos pasos sigue Feijóo. Atenerse estoicamente a lo que el ordenamiento jurídico deja hacer, sin aspavientos y con ciertas dosis de comicidad (la célebre retranca), para frenar toda heroicidad ideológica, casi épica, de sus adversarios (Sánchez como adalid del Progreso; Abascal, sostén de la Tradición) y reducirlas al ridículo.

Es decir, cuando el moderantismo se convierte en realismo resulta más combativo y, sobre todo, más efectivo que la mueca epopéyica de aquellos que creen estar salvando la civilización del incendio apocalíptico que, dicen, nos rodea (ola reaccionaria, según los hunos; socialcomunismo, según los hotros).

En definitiva, frente al redentorismo y decadentismo de los mesías rojos y verdes, Feijóo se arma con la espada realista y gris de la burocracia, y ello es suficiente para exasperar, y vencer, a Sánchez en el debate. No está nada mal.