Supongo que me impactó tanto por haber llegado yo en tren y viendo la película de Sabina. Justo antes de bajarme en la estación de Sants me había encontrado con esa escena en que se habla de los ferrocarriles como "animales mitológicos" a lomos de los que se puede alcanzar cualquier parte del mundo.

Salí de Sants por la misma esquina en la que, hace quince años, también en una noche oscura, estuve con mis padres esperando un tren. Barcelona, muy lejos de Pamplona. Daba hasta miedo esa explanada tan grande inundada de taxis negros y amarillos.

Taxis a la salida de la estación Barcelona Sants.

Taxis a la salida de la estación Barcelona Sants. Europa Press

Luego, ya más mayor, fui leyendo lo de los novelistas latinoamericanos. Iban allí, a Barcelona, a mediados de los 70, porque era "estar en Europa". Madrid era una cosa vieja, en blanco y negro. Ciudad divertida, pero ciudad de dictadura nacionalcatólica.

Eché la mochila al maletero. "Buenas noches", "qué tal" y todo eso. "Vamos a Mollet". Nadie va a Mollet un domingo por la noche, más cuando la ciudad acaba de convertirse, de nuevo y cada vez con más dificultades, en capital tecnológica del continente. El Mobile World Congress.

Le conté al taxista que al día siguiente, muy pronto por la mañana, íbamos a hacer la radio en la planta que Coca-Cola tiene en Mollet. Al saber que era periodista, el taxista tomó la iniciativa y estrenó una conversación sobre la independencia de Cataluña. Debo decir que fue todo muy normal, en absoluto incómodo. Pero ahora, mientras escribo, pienso en que eso sólo sucede en Barcelona. Jamás en Madrid o en Pamplona se me ha puesto un taxista a hablar de política como quien habla del tiempo.

A mí me apetecía charlar. Porque vi muy pronto que éramos totalmente distintos. Supe que mi interlocutor era independentista en cuanto dijo lo de "en Madrid pensáis que". Decía Madrid como si hablara de Sídney.

No interrumpí apenas. Bueno, lo hice al final. Casi a modo de recopilación. Pero me interesaba escuchar a un 'indepe' (ahora soy yo el que parece referirse a ellos como si hubiera crecido en Sídney) que no hace política. Porque a Rufián y a Puigdemont me los sé. Los escucho y sé qué quieren. Por qué lo quieren. Sin embargo, hacía mucho que no podía preguntar a un tipo como yo, de la misma edad, crecido en el mismo país y con una manera de procesar la realidad totalmente distinta.

Aquella conversación tenía una ventaja importante para los dos. Creo que el taxista estaba haciendo conmigo lo mismo que yo con él: curiosear. Y es que no había una amistad en juego que pudiese quebrarse. Con la familia y los amigos 'indepes', todo esto resulta cada vez más complicado. No para nosotros. Mi taxista y yo éramos como los invitados a uno de esos programas de televisión tan de moda hoy. Una mesa donde se reúnen uno del Partido Comunista, otro del PP y un cantante de cualquier cosa.

"Yo voto a partidos independentistas", me dijo. Como no le conté a quién votaba, de tanto en cuando, él añadía una coletilla a sus razonamientos: "Pero tú puedes votar al PP o a quien sea, ¿eh?". Estaba encabronado con los políticos. "Todos" le parecían "de muy mala calidad".

Su independentismo había empezado (creí intuir) cuando lo del Estatut cepillado por el Tribunal Constitucional. Era más de ERC que de CiU porque los de CiU (en eso sí estuvimos de acuerdo) fueron "unos chorizos". Yo le dije que Artur Mas había transformado su partido en 'indepe' para tapar la corrupción que se venía encima y que estaba entonces a punto de salir. Él creía que lo había hecho porque Rajoy no les "dio" un "privilegio fiscal parecido al del País Vasco".

Insistía en que creía que Cataluña, "por sí sola", "lograría ser próspera" y "estaría mejor que en España". Me preguntó, al ser yo periodista, qué información manejaba y qué pensaba de eso. Le dije que pensaba exactamente lo contrario: "No entraría en Europa porque así lo han dicho las autoridades comunitarias. Eso haría fatal todo el tema de las exportaciones y las importaciones. No vendría la gente de Erasmus, habría menos programas de intercambios. Las empresas se seguirían yendo".

Lo de Europa le dejó un poco pensativo. Respondió: "Hombre, todos tendríamos que poner un poco de nuestra parte, ¿no?". Coincidimos en que el referéndum ilegal fue una tomadura de pelo. Me dijo que le gustaría uno "pactado con el Estado", de resultado "vinculante" y con el compromiso de "ambas partes" de "no poder hacer otro hasta dentro de 100 años".

Le dije que el llamado "derecho a decidir" tenía una pega. No se lo preguntaba en broma ni para tomarle el pelo. Es una pega que realmente le encuentro. "¿Qué pasa si se independiza Cataluña y, de repente, Tarragona dice que quiere un referéndum para volver a España? ¿Y si el Valle de Arán, que tiene una gran identidad, quiere ser un país aparte? ¿Cómo les negarían los independentistas su derecho a decidir?".

Me habló de que "sentía" (es el verbo clave de todo esto) que "en España" hay buena parte de los ciudadanos que quiere que Cataluña se vaya, que "siente odio hacia el independentismo". Que todo eso había crecido con PP y Vox. Que Feijóo y Abascal "hacen discursos contra Cataluña" porque "les da votos en muchos sitios".

[Nuevo desplante de Aragonès y Colau al Rey en la inauguración del Mobile World Congress]

Apunté un par de cosas. Que Feijóo y Abascal hagan "discursos contra el independentismo" no significa que hagan "discursos contra Cataluña". Porque, si no, podría concluirse que proferir un discurso contra el PP es proferir un discurso contra España. Pero, cuando vi que se revolvía en el asiento, añadí que creía mejor hablar de la gente de a pie.

Le conté que yo en Pamplona, Madrid y allá por donde voy, casi nunca me he encontrado con alguien que hable mal de Cataluña o la quiera fuera de España. Es más, "con toda la que habéis montado", una gran mayoría "ama esta tierra y la siente suya". Le invité a coger cien ciudadanos al azar y a tomarlos como muestra de una encuesta válida.

Cuando estábamos a punto de llegar, me dijo: "¿Sabes? Es difícil entenderlo. Te pongo un ejemplo muy parecido. Yo soy muy del Barça y tampoco sé explicar por qué". Habló de la cultura, de la lengua, de la gastronomía. Le dije que tenía razón, que todo eso que mencionaba era maravilloso.

"Oye, pero déjame decirte sólo una cosa sobre eso" (me tenía que bajar del coche). "Yo vengo a Cataluña y veo que todo el mundo habla catalán, que hay ayudas para quien quiere hacerlo, que la cultura catalana está por todas partes. Y me parece muy bien. Pero, precisamente por eso, no entiendo el independentismo. Aquí no hay ninguna opresión a esa identidad, sino todo lo contrario. España no es ningún impedimento. Si os vais, en ese sentido, no tenéis nada que ganar". Me di vergüenza cuando me escuché. Parecía un político de tres al cuarto. Pero lo dije.

Al fin, puse los pies en Mollet. Ciudad industrial sin vacaciones. "Joder, aquí no me importaría que se hiciera un referéndum. O que les dieran la independencia directamente", pensé. Pero eso no lo dije.