Lo peor que le puede pasar a un paranoico es que le persigan de verdad y a Macarena Olona, la ex despechada de Vox, la persiguen de verdad. La persigue un sector de Vox que ella identifica con Javier Ortega Smith Jorge Buxadé, la secta ultracatólica el Yunque, algunos misteriosos "susurradores" en la sombra y unas cuantas cuentas de Twitter agrupadas en torno al seudónimo Españabola. La persigue también su fracaso en esa Andalucía donde se topó, a campo abierto, con una España muy diferente a la que se percibe en el cerrado microcosmos de un partido tan autárquico como Vox.

Macarena salva de la quema a Santiago Abascal, Iván Espinosa de los Monteros y alguno más. Es decir, a ese sector liberal-conservador de Vox que, en otra época, podría haber militado perfectamente en el PP. Quizá no en el de Sémper y Gamarra, pero desde luego sí en el de Aznar y Mayor Oreja. De creer a Olona (y en esto hay que creerla porque esa división se percibe a simple vista) Vox son dos partidos en uno. Uno cercano no ya a la extrema derecha, sino al fascismo. Y otro, en el que creía militar ella, asimilable a cualquier otro partido conservador europeo. 

Hasta aquí el relato de Olona. 

El de Vox es radicalmente diferente. Macarena Olona está como una regadera, está despechada, dosifica su venganza, quiere presentarse a las elecciones con su propio partido y ve gigantes donde sólo hay molinos. Y molinos son las tensiones normales en cualquier formación política y unas cuantas cuentas de Twitter gestionadas por adolescentes que cuelgan memes de Franco y de Hitler más por epatar a los burgueses de la izquierda que por convicción real. 

En algo hay que darle la razón a Olona. Ortega Smith es el único político del que habla mal gente que nunca habla mal de nadie. 

La pregunta, claro, es por qué se cuelgan esos memes en redes de Telegram privadas donde no los verá nadie de izquierdas que pueda rabiar con ellos. Pero es muy probable que la respuesta sea tan banal como que lo hacen porque sólo son adolescentes aporreándose el pecho en la zona de confort de un canal privado donde se menstrúa testosterona de baja graduación. 

La entrevista a Olona, en fin, podría haber arrojado luz sobre un partido que la esquiva con habilidad. Pero Jordi Évole, que cree realmente que España vive un resurgimiento del fascismo y que los imitadores de Hitler se multiplican como gremlins en las fosas sépticas de la dark web, se dejó llevar por sus conspiranoias y le preguntó por el golpe de Estado de Franco y otros guerracivilismos en vez de hacer su trabajo. 

Nadie que haya seguido a Macarena Olona y a Vox durante el último año descubrió ayer nada nuevo que no se hubiera dicho ya antes y eso es lo peor que se puede decir de la entrevista. Del Yunque ha hablado Federico Jiménez Losantos hasta la extenuación. De las donaciones a Disenso se han escrito ya docenas de artículos. Del enfrentamiento con Ortega Smith y Buxadé, también. Españabola no es nada más que un puñado de cuentas de Twitter y sobre las amenazas a Olona decidirá un juez en su momento.

Las dos almas de Vox, por su lado, son una evidencia para quien tenga ojos en la cara y sepa ver el alma obrerista y primoriverista de unos y el trumpismo de los otros. 

En este sentido, Macarena dijo lo que quería decir, y ni una sola palabra más de las que llevaba perfectamente calculadas. Incluida la mención nada inocente a American History X, la historia de un nazi que lucha por escapar de su pasado tras ingresar en la cárcel y descubrir la realidad que se esconde detrás del nacionalsocialismo (una de las mejores películas de los años 90, por cierto).

¿A una abogada del Estado va a sacarle nadie una sola frase que pueda ser llevada frente a un juez? 

Las expectativas estaban altas. "Llegó el día. Ya nada volverá a ser igual" anunciaba Macarena Olona unas horas antes de la emisión de su entrevista con Jordi Évole.

"Cuenta atrás para el Game Over, Macarena" respondían en Twitter las cuentas afines a Vox, convencidas de que el simple hecho de que Olona se haya prestado a lavar los trapos sucios en casa del "amigo de Otegi" será el último clavo en el ataud de la que hasta hace sólo un año era la estrella mediática de la formación.

"Se le va a hacer larga la noche a Santiago Abascal" anunciaba Évole, dispuesto a sacarle hasta la última gota de jugo a la ex despechada.

Al final, lo más interesante de todo fue el teatrillo. Esos silencios a lo Jesús Quintero.

Esas miradas de Olona a lontananza, como luchando por callarse lo que de todas maneras no iba a decir.

O Évole fingiéndose escandalizado por las afirmaciones gañanas de un australopiteco de Vox que dice no querer mujeres en su equipo "para evitar tentaciones" (una afirmación, por cierto, que firmaría el nuevo feminismo neomonjil del Ministerio de Igualdad).

O Évole fingiéndose escandalizado por una supuesta simpatía por ETA que Olona no le atribuyó en ningún momento (la simpatía es más bien por Bildu).

O ese susurro a media laringe de Olona, tan ursulino.

¡Y la mención a Anguita! Que, efectivamente, hoy estaría más cerca de Olona que de Podemos. Al menos en lo relativo a la cuestión nacional. 

O el detalle del trabajador del equipo de Évole pasando la aspiradora por el plató de la misma manera que los independentistas catalanes limpian con lejía las plazas por donde pasa Inés Arrimadas.

Ya saben, para hacerse perdonar la invitación a Olona. "La hemos invitado, pero era sólo para demostrar que Vox es nazi. Mirad cómo limpiamos ahora".

Adónde se dirige ahora Olona es difícil de adivinar porque ideológicamente parece más perdida que uno de esos judíos ultraortodoxos de la comunidad Satmar que huyen de su familia y aterrizan sin solución de continuidad en las callejuelas de Times Square.

Pero si Olona logra ordenar la cabeza y armar un discurso a lo Marine Le Pen puede hacerle un roto a Vox. Paradójicamente, eso le interesa casi menos al PSOE que a Vox, así que es probable que en unos meses veamos cosas tan increíbles como a Pablo Iglesias defendiendo a Olona, para reventar al PSOE, y al PSOE poniéndole en bandeja plataformas a Vox, para reventar al PP.

Vivimos tiempos tan locos que hasta los locos parecen cuerdos.