Siempre me viene una amiga ilusionada a darme la noticia de que está conociendo a un chaval que resulta que es "estupendo" porque la "trata muy bien". Yo siempre le contesto lo mismo: "A ver si ahora vamos a celebrar también los derechos humanos". Esta chica no negocia con terroristas. 

Bellerín deconstruido, leyendo sólo libros escritos por mujeres.

Bellerín deconstruido, leyendo sólo libros escritos por mujeres.

Están los tiempos tan locos que las mujeres están llamando "hombres de su vida" a los bípedos que mastican con la boca cerrada y dan los buenos días. Venimos de épocas oscuras, desde luego. Hubo un varón cerril y silente que no usó jamás una subordinada y que pulsó el clítoris como el botón del ascensor, esperando que se abrieran mágicamente las puertas. Hubo bestias bautizadas. Hubo analfabetos sentimentales históricos, peña monosilábica, tipos sin absolutamente nada que decir a los que quisimos entender como "misteriosos" para salvarles de su simplicidad sonrojante. 

Ellos nos estudiaron un poco a brocha gorda, como Bigas Luna cuando decía que sólo hay tres tipos de mujeres: la puta, la madre y la de puta madre. Nos esforzamos por ser la última, yo al menos, tristemente resumida, y les colocamos encima toda la mitología que teníamos a nuestro alcance. Entonces pudimos amarles. Fue gracias a la ficción. Fue como poner a andar un muñeco de barro. 

Hizo falta imaginación y piedad para animar el cadáver del hombre del viejo mundo. 

No pasa nada, el amor es un poco así: nunca sabes bien qué es lo que estás amando, pero nadie llega tan lejos si no es para seguir. 

El problema es que entre esa criatura tan poco sofisticada de la que venimos y este presunto nuevo hombre que no es más que un gilipollas abraza-árboles caben siglos de frustración cuando sólo han pasado unos años. Se han pintado las uñas y han dicho "hasta aquí".

A mí se está haciendo larga la era. Hay un desencuentro doloroso. Lo explica el psicólogo Antoni Bolinches: "Unos hombres desorientados buscan mujeres que ya no existen, mientras que ellas, decepcionadas, esperan encontrar hombres que aún no han aparecido". 

Se usan palabras escalofriantes y huecas para hablar de lo obvio, es decir, del civismo. Entiendo que "deconstruirse" consiste en no ser un imbécil misógino. Entiendo que "espacios seguros" va de ser mujer y tomarte un café en una terraza sin que te arrastren a un portal para violarte. Entiendo que "asertividad" es tener voz y voto. Entiendo que "masculinidad tóxica" se refiere al hijoputismo de toda la vida. 

No sé lo que es la masculinidad excepto algo puramente biológico, testosterona mal canjeada en los usos y costumbres que la cultura viene a educar. Creo que llamar popularmente masculinidad a atributos como la energía, la protección familiar, la capacidad de abastecimiento al clan, la fuerza, la seguridad, la ambición, la iniciativa o el deseo sexual no es más que sexismo.

Quizá por eso me han dicho tantas veces en mi vida que soy "masculina", porque segrego varios de esos rasgos desde mi cromosoma XX y eso me hizo problemática y polemista cuando sólo era una mujer con mirada propia, opiniones e ímpetu para expresarlas. "Si no me quieren leer, me van a escuchar", lanzaba Darín en El mismo amor, la misma lluvia. Pues eso. 

En esta pinza temporal entre el hombre arcaico y el moderno, los chavales vienen haciendo el canelo escribiendo con la "x" para no especificar el género, llamándonos "compañeras" (yo no soy tu compañera), denominándose "aliados" y deconstruyéndose hasta la extinción, pintándosela hasta la tontería, como Bellerín cuando dice que se ha propuesto leer sólo libros escritos por mujeres. Acuéstate, máquina. 

Estamos intentando excitarnos, de verdad, pero no hay manera.

Digo yo que una cosa es que los muchachos puedan llorar y otra que se pasen el día llorando. Siempre han sido muy de coger excusas para manipularlo todo, y con esta broma biempensante ya pueden justificar su dejación de funciones, sus personalidades fofas y temerosas, su inmovilismo. 

No hay nada menos sexy para mí que una persona pusilánime: hombres y mujeres. Esa gente que pasa de puntillas por la vida luego va clamando su derecho al sexo.

La nueva masculinidad está consistiendo en que las mujeres hemos pasado de ser sus esposas a ser sus madres. Ellos han cambiado, sí. Ya no son el hombre de la casa, sino el niño de la casa. Ahora pueden ser críos eternos, qué lujazo. Normal que muchas mujeres decidan no tener hijos: ya tienen novios. Ahora tienes que explicarles la diferencia entre una maleta de mano y una para facturar con la movida esta de que el mundo se les ha hecho grande y raro. 

Lo que quiero decir es que el hombre débil es el nuevo machismo: es la fragilidad comodona. Pillados. 

Para nosotros, a este lado, siempre fue más sencillo. El gran puente hacia ese presunto "nuevo hombre" no era más que la amistad, un invento relativamente moderno entre diferentes sexos. Hasta no hace tanto, en los años de nuestros abuelos, el ocio y la complicidad estaban segregados. Los chicos con los chicos, las chicas con las chicas. Hay gente que aún mantiene un poco esa tónica. 

A mí mis amigos hombres (que son muchos y muy buenos, más numerosos aún que mis amigas) me han cambiado la vida, desde niña hasta hoy, sobreviviendo, geniales, en este paréntesis extraño entre dos épocas. Me han dado su alegría y su ternura, yo les doy las mías y entre tanto no hemos parado de hablar, que (sorpresa para los profetas que monetizan la estupidez en cursos de nueva masculinidad) era lo único (lo único) que hacía falta para entendernos.