El asalto a los cielos de Irene Montero tras bajar al infierno hace que las postrimerías de 2022 sienten unas bases insospechadas en la izquierda española ante la llamada de las urnas y el desbarajuste del Gobierno.

Yolanda Díaz en el Congreso de los Diputados.

Yolanda Díaz en el Congreso de los Diputados. EFE

A estas horas de la batalla interna, todas las hipótesis cobran valor. Una gris y desapercibida Irene Montero ha tomado vuelo con la errática ley del 'sí es sí', y, como tantas veces ocurre en política, es de los traspiés como se sale con más fuerza.

La campaña del 'sí es sí' catapulta a Montero como el 'no es no' dio visibilidad a Pedro Sánchez en 2016. Hoy, Yolanda Díaz busca un eslogan que arda en las redes y la devuelva a la carrera con su debilitada cuadriga a riesgo de que sea Irene la elegida y no ella para liderar a la izquierda de la izquierda hacia las elecciones generales.

El Sánchez que se busca la vida en la escena internacional para hacerse un currículum en la política europea ha dicho que Irene es la ministra de todo el Gobierno, y ha unido su destino a la continuidad de Montero. Es Yolanda la que se ha quedado huérfana, a medio gas, sin proyecto político definido ni una polémica que llevarse a la boca y que le dé vidilla.

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La salida de pata de banco de la diputada de Vox Carla Toscano ("el único mérito que tiene usted es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias") le ha reportado a Irene Montero un mal trance, pero también el homenaje de las flores de su partido y de las bendiciones de Sánchez. Es Yolanda la que ha quedado en segundo plano, buscando la némesis que la resucite espetándole algo que rechine.

No será la Internacional Socialista la que impulse a Sánchez en las encuestas. La izquierda y el socialismo viven un periodo de revisión. En América sobreviven, es su caldo de cultivo, como los terremotos incesantes del cinturón de fuego del Pacífico.

Pero en la sórdida Europa, donde no olvidemos que estamos en guerra y las derechas avanzan como un ejército contra las izquierdas en retirada, las urnas las deciden el hígado y el bolsillo. "La guerra es la continuación de la política por otros medios", decía Carl von Clausewitz.

La izquierda ha perdido terreno y el manual de instrucciones. No le basta con poner impuestos a la banca, las energéticas y las grandes fortunas. Tiene que ganarse la barra del bar, el tema de conversación de la calle y hasta los bajos instintos que mueven los estados y estadios de opinión, como tan hábilmente manejan los dirigentes futbolísticos, esos dómines en la sombra. El fútbol mueve ahora a las masas que ya no consigue movilizar la izquierda.

Solo una bronca callejera de tintes machistas como la de Carla Toscano contra Irene Montero logra reanimar a un muerto. La izquierda debe tomar recortes del caso Irene Montero y poner cáscaras de plátano en el suelo del debate, porque siempre habrá un Vox que resbale, sea en el Congreso o en la Plaza de Colón.

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El chute energizante de Santiago Abascal acusando a Sánchez de "corrupción" y de financiar "políticas criminales" con dinero público es lo mejor que le han dicho al presidente, que zozobra en la mala prensa por culpa de la sedición o las luchas intestinas por la ley trans. Por eso Alberto Núñez Feijóo mide las palabras contra Sánchez, agriándolas lo justo, no sea que le resucite en lugar de desgastarle.

La política y la guerra, en efecto, se parecen tanto por eso. Porque el lenguaje se vuelve bizarro y bruto, como en el fútbol, donde la gente no discute en la tribuna guardando las formas, sino al volante echando fuego por la boca.

Y así está Europa. Al rojo vivo. No es país para Yolanda, si no la arma.