El andamio sobre el que pintan la fachada del edificio tanto Sánchez como Feijóo siempre amenaza un accidente, balancearse poniendo en riesgo el equilibrio y acaso la caída de su ocupante. En la política española suele haber alguien mirando, como si aguardara desde abajo el percance. 

Ha habido caídas estrepitosas como la de Hernández Mancha o, más recientemente, Casado. Rubalcaba era un político avezado y, sin embargo, sufrió un revés en las urnas que dio al traste con una trayectoria ascendente.

Alberto Núñez Feijóo, cuando era presidente de Galicia, junto con Isabel Díaz Ayuso, en una reunión en Génova.

Alberto Núñez Feijóo, cuando era presidente de Galicia, junto con Isabel Díaz Ayuso, en una reunión en Génova. Europa Press

Lo de Almunia y Borrell es una de las historias fratricidas más inequívocamente españolas, donde el quítate tú para ponerme yo y el sistemático síndrome de la zancadilla cobró su máxima expresión tras las primarias del PSOE en 1998, en las que el ex secretario de Estado de Hacienda se impuso al secretario general del partido, que tenía el aval de Felipe González.

Almunia, trece meses después, fue impuesto como candidato con coces y codazos (el escándalo de Aguiar y Huguet) y cayó en el escrutinio de 2000 con el peor resultado de sus siglas y la primera mayoría absoluta conservadora con Aznar (el PSOE se olvidó de las primarias hasta 2014, cuando Sánchez emergió frente a Madina).

La víctima del golpe de mano ocupa hoy un alto cargo en Europa y destaca en la guerra contra Putin como un resucitado, esa clase de inverecundia y descaro que da haber resurgido de las cenizas.

No está escasa la política española de esta siniestralidad de líderes. Susana Díaz es un caso antológico de profecía en este caso autoincumplida. Recientemente, se cayeron del andamio Albert Rivera y Pablo Iglesias, y con anterioridad lo hizo Rajoy en una astuta moción de censura de Sánchez e Iván Redondo que nos ilustró sobre un género inexplorado de prestidigitación política y arte de birlibirloque. 

La escena actual es la de dos andamios suspendidos en lo alto de un rascacielos que producen vértigo al observador, como aquella foto del almuerzo en la cima del Rockefeller Center de un grupo de obreros sentados en una viga con los pies colgando sobre las calles de Nueva York, que ahora cumple 90 años.

Y en esos andamios están Sánchez y Feijóo, a veces dirigiéndose la palabra como si estuvieran en el Senado, y otras dirigiéndose miradas atravesadas o mirando de reojo al abismo pensando quién de los dos será el primero en caer.

No cuesta mucho imaginarse quiénes les miran desde abajo, con el secreto deseo de verles precipitarse al vacío. En mi tierra se dice que siempre hay un mago mirando, no sin cierta irreverencia hacia el testigo ocular que lleva consigo una vieja costumbre en el campo: la de no perder ojo.

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En la soledad del andamio se piensa en muchas cosas. Sánchez anhela llegar indemne a junio y presidir Europa un semestre. Es su mayor objetivo, el que le impide adelantar las elecciones generales a mayo en un superdomingo, pues se sabe entre los favoritos para suceder a Charles Michel cuando agote su mandato al frente del Consejo Europeo en noviembre de 2024. Y quiere ser el más cumplidor de los fondos europeos. Por eso ha pedido ya el tercer paquete del Plan de Recuperación, a una "velocidad de crucero", como tuitearía María Jesús Montero.

A Núñez Feijóo le anima ese sueño europeo de su adversario, pues le descentra de pintar la fachada desde el andamio, dejando volar la imaginación hacia Bruselas y los derroteros de la guerra.

El ministro de Exteriores, Albares, invocó la paz como viable en el corazón de Zelenski, que conservaba el sentido del humor en el encuentro que tuvieron en Kiev, según relató en el Foro Premium de la Fundación Diario de Avisos en Tenerife. Albares confesó que se teme lo peor. Que la guerra no haya terminado para cuando España presida el club continental. Lo cual añade valor a ese cargo, en el supuesto de que la paz se alcance entonces y comience una nueva era.

Pero a Feijóo le desanima descubrir abajo una expectante mirada entre quienes alzan la vista desde la calle que le resulta familiar. Si no le engaña la altura, juraría que es Ayuso. Evita Ayuso, la peronesa. Una candidata a todo, a la mayoría absoluta en mayo en Madrid y a la corona de Génova si a Feijóo se le pone cara de Trump tras las midterms y a ella de Meloni tras el ascenso al poder de la italiana, una vez desbancados Salvini y Berlusconi.