Hay una escena en la serie The Crown en la que Margaret Thatcher, tras ganar las elecciones británicas después de años de Gobiernos socialistas que han dejado el país en las raspas, describe su programa liberal a los miembros de su gabinete y estos se escandalizan como damiselas victorianas: "¡Esto no es recortar gasto, es una carnicería! ¡Nosotros somos conservadores!" le dicen.

Como decía Chesterton, los progresistas aspiran a seguir cometiendo errores y los conservadores, a impedir que esos errores sean corregidos. Aunque esos errores, como ocurre en The Crown, sean los de la izquierda. 

Alberto Núñez Feijóo es en este sentido un conservador de pura raza. No un socialdemócrata con querencias nacionalistas agazapado en un partido de derechas, como pretende Vox. Mucho menos un gestor de provincias al que le queda grande el BOE, como pretende el PSOE. Sino un 5 Jotas del conservadurismo que apenas corregirá aquellos errores del actual Gobierno de coalición que le impidan cuadrar el Presupuesto y presentar unas cuentas razonables en Bruselas.

Ni más ni menos. Cuadrar el balance, que no es poco.

Si alguien en España aspira por tanto a una revolución conservadora en lo tocante a temas sociales y morales, suponiendo que ese oxímoron (revolución + conservadora) sea posible, hará bien votando a cualquier otra opción que le resulte más fiable en ese sentido.

Si, en cambio, espera una revolución liberal, que pierda toda esperanza de que España siga la senda de la Comunidad de Madrid o de Andalucía.

Porque la España de Feijóo será la misma que la España de Sánchez, presión y esfuerzo fiscal incluidos, salvo, como decía Mariano Rajoy, "alguna cosa". Y sólo hay que recordar los años de Cristóbal Montoro para confirmar que todos los metros de costa ganados por el mar fiscal socialista hasta 2023 no serán devueltos jamás a los contribuyentes españoles. Desde luego, no por Feijóo. 

Pero, repito, no es poca cosa cuadrar las cuentas tras cinco años en los que España ha retrocedido en todos los indicadores económicos. Y especialmente en uno del que se habla poco, pero que lo dice todo: los salarios españoles caerán el doble en 2023 que en el resto de la OCDE. Sólo los griegos lo tendrán peor que nosotros. 

De hecho, los salarios españoles, ajustados a inflación, sólo han aumentado un 0,7% entre 2000 y 2021, cuando la media de la OCDE de ese mismo periodo está en el 37%. En Portugal han subido un 3,7%. En Alemania, un 17,7%. En Francia un 21,5%. En Estados Unidos, un 30%. En Polonia un 53,6%.

Y eso no es culpa exclusiva de Pedro Sánchez. Pero sí ha sido Sánchez el presidente que menos ha hecho para remediarlo y más para agravarlo con medidas como la de los impuestos a la banca, a las energéticas y la llamada "tasa a los ricos", el equivalente económico de meter los pies en un cubo e intentar volar tirando con fuerza del asa. 

La España de Sánchez, en fin, está estancada. Entendiendo estancamiento no en el sentido conservador, es decir, en el de quedarte como estás sin avanzar ni retroceder, sino en el sentido en que se estanca un árbol que no crece mientras sí lo hace el resto del bosque. Con Sánchez como presidente, tarde o temprano las raíces de los árboles mayores de la UE asfixiaran las del pequeño (España) y lo matarán. 

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Bruselas.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Bruselas. EFE

Pero incluso ese pequeño alivio que supondrá un Feijóo que salvará al Estado de la voracidad de Sánchez (aunque está por ver si salva también a los españoles de la voracidad del Estado) parece un premio excesivo para un presidente al que un mínimo sentido de la justicia exige que se haga cargo personalmente del catastrófico estado en el que dejara España en diciembre de 2023. 

Este diario ha utilizado en sus editoriales la fábula de la cigarra y la hormiga para simbolizar los distintos modelos de país que defienden Feijóo y Sánchez.

Pero yo me eduqué en los años 80 y prefiero la metáfora de Los Fraguel, la serie de televisión de Jim Henson protagonizada por unas criaturas narigonas, llamativamente parecidas a Errejón, que viven en cuevas sin hacer nada (su jornada laboral es de 30 minutos a la semana). Junto a ellas viven los curris, unos pequeños hombrecillos verdes que, como su nombre indica, se dedican a trabajar incansablemente construyendo extrañas estructuras de caramelo sin objetivo conocido. 

La interacción entre ambas razas es simbiótica, no parasitaria. Los holgazanes de los fraguel se dedican a comerse las construcciones de caramelo de los curris y estos, a reconstruirlas una y otra vez, dado que no saben hacer otra cosa que trabajar. 

Y uno comprende en el fondo la lógica subyacente a construir un país con estructuras de caramelo para provocar la gula de aquellos que lo devorarán, generando así la necesidad de unos curris que reconstruyan de nuevo el país. A Fraguel González le siguió Curri Aznar, al que siguió Fraguel Zapatero, al que siguió Curri Rajoy, al que siguió Fraguel Sánchez.

¿Pero aspira Feijóo a ser algo más que un curri?

¿Y por qué la única función del PP ha de ser la de ejercer de curri del PSOE? 

La erosión sufrida por este país durante los últimos cinco años no puede ser solucionada de nuevo acudiendo a un PP que ponga orden en las cuentas mientras la izquierda le acusa en las calles de ser el culpable de los daños causados por sus propias políticas.

Alguna vez los españoles han de poner fin a ese turnismo tóxico, casi enfermizo. Porque la relación simbiótica de PP y PSOE es altamente beneficiosa para ambos partidos desde una lógica de estricta supervivencia personal, pero está destrozando a los españoles.

Así que Sánchez merece ganar las elecciones de 2023. Por el bien del PSOE, de Sánchez y de sus votantes, que en algún momento deben asumir personalmente las consecuencias de su voto.

Por el bien del PP, el partido con menos autoestima de España, tan encasillado en el papel de curri que apenas recuerda ya qué se siente con un proyecto de país entre las manos que vaya más allá de rehacer lo que rompen otros.

Y por el bien de los españoles, a los que quizá les compense sufrir cuatro años más de Sánchez a cambio de romper este ciclo del eterno retorno que tanto se parece al tormento de Sísifo. 

Claro que la metáfora tiene una segunda lectura con la que Daniel Lacalle estará de acuerdo. Los fraguel son los depredadores del sector público y los curris los contribuyentes del sector privado. Elites extractivas del Estado y vividores del sector público exprimiendo al pueblo productivo. En ese sentido, también Feijóo sería un fraguel, levemente menos destructivo que fraguel Sánchez, pero bastante más interesado en salvar a los suyos que a los curris. 

Sea como sea, esta debacle económica debe asumirla quien la ha generado. Como decía el viejo lema de la revolución de Zapata, "la crisis, para quien la trabaja".