Ser un héroe nunca es fácil. Pero seguir vivo en Irán, después de serlo, resulta aún mucho más complicado, y exige algunos ajustes en la comunicación. Pero cuando uno lo ha arriesgado todo y se ha convertido en uno, eso es para siempre.

Elnaz Rekabi ha convulsionado a un país, el suyo, al participar en la final de cuerda de los Campeonatos Asiáticos de Escalada sin llevar el velo que exigen las autoridades de su país. Todo el mundo la ha visto subir ágilmente la pared en la que compitió, con su pelo negro y lacio cogido en una larga coleta, apuntando al suelo.

Al regresar a Irán, con su hermano aún en paradero desconocido tras ser convocado por las autoridades, no ha podido justificar su decisión sobre su pelo más que aludiendo a un "olvido".

El ministro iraní de Juventud y Deportes se reúne con la escaladora Elnaz Rekabi en Teherán.

El ministro iraní de Juventud y Deportes se reúne con la escaladora Elnaz Rekabi en Teherán. Reuters

Aunque, lógicamente, nadie crea que la joven iraní se despistó sobre su vestimenta obligatoria mientras disputaba la competición en Seúl, decir otra cosa probablemente equivaldría a un buen número de años de reclusión, a malos tratos policiales y tortura, o, incluso, a la muerte.

Desde que se iniciaron las revueltas en Irán por el asesinato de Mahsa Amini, de 22 años, el pasado 16 de septiembre, precisamente por llevar mal puesto el hiyab, centenares de ciudadanos han muerto, otros muchos han desaparecido y miles han sido encarcelados.

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Aunque las cifras podrían ser mucho mayores, según la ONG Iran Human Rights al menos 215 personas han muerto en las últimas semanas, entre ellos 27 niños. Rekabi no necesitaba prolongar esa lista que nombra a los mártires que están dando su vida por lograr derechos básicos que aún no existen en la nación liderada por el ayatolá Alí Jamenei.

De hecho, la escaladora, que con su gesto ha conseguido poner el foco internacional de nuevo sobre la gravedad de lo que está sucediendo en Irán, puede hacer mucho más por las mujeres de su país si continúa viva que si es asesinada por el régimen.

Que a su llegada al aeropuerto internacional Imán Jomeini haya explicado su comportamiento la humaniza aún más. Tuvo la gallardía de escalar esa pared coreana sin hiyab, y al hacerlo abrió un boquete de considerables dimensiones en la línea de flotación de la credibilidad que pretende el régimen de Teherán, y luego ha tenido la habilidad necesaria para mantenerse con vida.

Si Rekabi olvidó ponerse el velo e infringió el código de vestimenta iraní sin darse cuenta, o si lo hizo aposta y luego se retractó, no resulta tan importante. Lo que sí es trascendental es que, con su gesto, ha reforzado internacionalmente la visibilidad de la lucha de quienes gritan "mujer, vida y libertad" en un régimen que pierde apoyos de manera gradual y contundente dentro de sus fronteras, y cuya imagen se deteriora de forma categórica y creciente fuera de ellas.

Irán, desde el asesinato de Amini, continúa siendo un polvorín que, a pesar de la represión permanente de los ciudadanos, puede explotar de forma masiva en cualquier momento. La valiente acción de Rekabi fortalece e ilusiona a quienes continúan esa loable lucha contra el Gobierno de Teherán.