Con el paso de los años catalanistas (no poseo memoria de otros), en Barcelona se ha hecho imposible imaginar un 12 de Octubre como Dios manda. El nacionalismo pueblerino es como la carcoma, que va royendo el espíritu hispano y todos sus símbolos desaparecen.

Se comenzó con la "recuperación de las instituciones históricas" (ahí los padres de la Constitución se esforzaron) y con un programa de catalanización general, desde las escuelas a los medios de comunicación y hasta en el condumio. Estaba todo escrito en el Programa 2000, un guion pujolista destinado a contaminar a los catalanes con dosis diarias de sentimentalismo patriotero.

Manifestación constitucionalista en octubre de 2019 en Barcelona.

Manifestación constitucionalista en octubre de 2019 en Barcelona. Reuters

Y si en aquellos lejanos años 80 Barcelona todavía era una ciudad portuaria española, el veneno provinciano ha conseguido, en buena parte, hacerla cada vez más paleta y cuatribarrada. Perita en dulce por la que siempre ha suspirado el catalanismo, el triunfo ha resultado dispar, a pesar de todos los esfuerzos y el ingente dinero gastado. Así, los obcecados antiespañoles no han conseguido domeñarla del todo, siendo el sentimiento de la mayoría de barceloneses más ibérico que barretinesco.

Algunos quizá se sorprenderán, pero en 1982 Jordi Pujol, Narcís Serra (a la sazón alcalde de la Condal), autoridades civiles y militares y representantes de las casas regionales en la capital catalana hicieron ofrendas florales ante el monumento a Colón con motivo de la celebración de la Hispanidad.

[Gritos contra Sánchez y críticas al PSC en la manifestación del 12-O en Barcelona]

Después, como ya he apuntado, el empeño de los mandatarios, tanto en Palau como en el consistorio, se ha concentrado en parecer lo menos español posible. Ahí hay que destacar el quintacolumnismo del PSC, que algunos todavía llaman equidistancia, o la grotesca mixtura de la actual alcaldesa, Inmaculada Colau, entre el nacionalismo y la cháchara antisistema.

También los gobiernos de Madrid han puesto a veces su granito de arena en la supercatalanización de estas tierras, como la decisión de José María Aznar, en contubernio con Pujol, de eliminar el servicio militar, elemento vertebrador donde los haya.

A estas alturas se hace difícil imaginar un 12 de Octubre con desfile militar, himno y banderas rojigualdas en Barcelona. Para los gerifaltes de aquí sería una pesadilla, como si el general Yagüe entrara de nuevo triunfante por la avenida Diagonal.

Sin embargo, un partido político de nombre Valents ha tomado la iniciativa y solicita a Pedro Sánchez que las calles de Barcelona, el año que viene, estén repletas de banderas de España, actos oficiales y el desfile de las Fuerzas Armadas". Esto es tan valiente como osado, habida cuenta del ambiente político que reina en Cataluña, absorto en no sé qué referéndum y el paraíso nacional.

Sin embargo, pienso que sería un éxito tanto de público como por el simbolismo. Al fin el Estado, España, se presentaría sin la habitual timidez, sin pedir perdón. Aventuro que hay muchísimos barceloneses con ganas de algo así, como se pudo ver en la gran manifestación de 2018.

La presidenta de Valents, Eva Parera, ha dicho también que "el independentismo, junto a la izquierda radical, se han propuesto eliminar cualquier presencia de las Fuerzas Armadas en Cataluña y, en especial, de Barcelona. Claro ejemplo de ello es la propuesta que Gabriel Rufián llevó a cabo hace pocos días, en la que pedía 'expropiar bienes del ejército en Barcelona y cederlos a Colau".

Gozoso sería imaginar a la vieja okupa viendo pasar los cazas por el cielo de la urbe mientras Rufián tuitea desbocado alguna de sus tonterías. Aunque, con Sánchez en la Moncloa, el éxito de la cosa parece harto improbable.