La semana pasada, Mónica García, diputada por Más Madrid, reproducía en Twitter una fotografía de Serena Williams alzando el puño en la cancha del Open de EEUU tras ganar un punto. Disputaba la americana el que sería el último encuentro de su carrera (adiós a un tenis vulgar y físico) y la avispada política no quiso dejar pasar la ocasión de hacerse notar. Titulaba el tuit con un "gracias por tanto, Serena".

No era conocida la afición de la madrileña por la raqueta, si bien cabe sospechar que su rendido homenaje a la jugadora de Michigan era político. ¿Cómo no aprovechar la imagen de una célebre mujer negra con el puño en alto?

El podemismo en fase hiperactiva resulta, además de ridículo, cristalino. Cuando lo dirigía Pablo Iglesias, la pereza dominaba al partido. Aquello era comunismo de vuelva usted mañana.

Ahora, con las mujeres al borde de un ataque de nervios, no hay día que pase sin una gran idea, ejemplaridad estajanovista. A la formación morada se le han visto siempre las costuras, aunque el artificio, la palabrería y su afectación mediática encandilara en su momento a un millón de compatriotas.  

El tenis es un deporte individual (salvo en los partidos de dobles, que a casi nadie importan), opuesto a lo colectivo, al grupo, al tribalismo del fútbol, por ejemplo. Su fama, además, carga con la etiqueta del elitismo, una cosa de pijos bronceados, con suéter de pico y zapatillas blancas.

Naturalmente, esto pudo ser así en épocas pasadas, pero desde hace muchos años en España proliferaron pistas públicas y clubs modestos, signo de una popularización irrefrenable. Los éxitos cosechados por nuestros campeones en los años 90 y, más tarde, por Rafael Nadal tienen algo que ver. El país cuenta hoy con más de 5.300 canchas y 1.128 clubes, y supera los tres millones de practicantes. 

Por otra parte, se trata de un juego muy técnico que requiere de facultades, esfuerzo y competitividad, a la par que una cierta nobleza. Extrañas, gruesas y viejas cualidades para un futuro woke al que la turbia agenda internacional pretende condenarnos.

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Además, el tenis puede llegar a ser muy bello, como demostraron Roger Federer o Justine Henin cuestionando así la moda imperante de los recios luchadores, los sacadores gigantes y los reveses a dos manos. Representa, simbólicamente, un ideal conservador (estoy recordando las lecciones de Roger Scruton), opuesto a los ideales igualitaristas de estos gobernantes, que desprecian el mérito porque cumplen un programa social para uniformar por abajo (y no por arriba).

Así, en el mundo ideal al que nos conduce la mencionada agenda, por la que suspira esta izquierda autoritaria, será muy improbable la explosión de un Carlos Alcaraz, como tampoco la de cualquier sujeto dispuesto a romperse los cuernos para triunfar.  

Entre los muchos frentes que abarca el wokismo morado, tales como la pobreza sostenible, el feminismo antimujer y la cartilla de racionamiento vegana, destaca últimamente la cuestión del mérito.

Lilith Verstrynge, otra canterana de la Complutense y ya secretaria de Estado para la Agenda 2030, decía este verano que "la cultura del esfuerzo y la meritocracia" generan "fatiga estructural" y "epidemia de ansiedad". Y un Pablo Iglesias pedagógico afirmaba que "ningún ejemplo de superación individual puede justificar la desigualdad social". Buen revés marxista-leninista de nuestro esforzado campeón. 

Para mayor inri, parece que los grandes tenistas están despolitizados. Es decir, formarían parte del fascismo emboscado, según el frentepopulismo podemita. El asunto es que el Gobierno resulta coherente con su propio discurso sobre el esfuerzo y el mérito. En el Consejo de Ministros (veintidós Ministerios) hay muy poco músculo curricular, no digamos experiencia laboral, la vida ahí fuera.

Intelectualmente anodino, este multitudinario gabinete, su vanguardia más neurótica, legisla sobre la entrepierna hoy y mañana vaya a usted a saber. Como mide el mundo desde su pequeñez, desde sus estrecheces ideológicas y sus resentimientos, no descartemos un día de estos alguna arremetida contra ese juego de clase y denuedo, el triunfal tenis patrio.