Para esta liga se requiere un equipo rocoso, debió de pensar Pedro Sánchez con mentalidad bizarra de Bilardo o Simeone. Hizo la alineación y pidió a sus huestes “una marcha más” para ganar partido a partido.

Pedro Sánchez en el Comité Federal con la ministra María Jesús Montero.

Pedro Sánchez en el Comité Federal con la ministra María Jesús Montero. EP

El mundo no está para el tiki taka. Caen bombas en Ucrania, nos aproximamos a una crisis energética descomunal, sigue habiendo muchas bajas en la pandemia indefinida, acaso China medite invadir Taiwán, y Estados Unidos, la gran potencia homérica, se mira en el espejo, ve que tiene pies de barro y podría devenir en una guerra civil.

Sánchez, el del Peugeot rulando por las Españas para ser secretario general, muerde el polvo y repasa las encuestas. Hasta Tezanos le da perdedor.

Su autoestima ha dado siempre signos de resiliencia, y por eso se identificó desde el primer día con los habitantes del volcán de La Palma en aquella erupción que duró 85 días. Eran fiel reflejo de su experiencia política, cuando el partido lo defenestró antes de que el PP ajusticiara en la plaza pública a Pablo Casado y en ambos casos el verdugo fuera mujer.

De manera que el presidente ha sacado los tanques a la calle. Y ha llamado a Patxi López como George H.W. Bush convocó al general Schwarzkopf para librar la guerra del Golfo en la tormenta del desierto, la madre de todas las batallas, hace una treintena de años.

[Sánchez sigue impulsando cambios en la Moncloa con retoques en su equipo de estrategia más próximo]

“¡Esto es la guerra!”, grita Sánchez antes de lanzarse en paracaídas, como Bush padre. Si cae de pie y gana las próximas elecciones generales, habrá hecho un 93, como Felipe González a José María Aznar contra las encuestas antes de caer en la orilla en las elecciones del 96.

Por la misma razón recluta a María Jesús Montero, la dama de hierro del Gobierno, para mantener firme a la infantería pesada del partido a la hora de ir al cuerpo a cuerpo con lucero del alba de esfera ferrada como en los viejos combates medievales, así en la vuelta al bipartidismo.

Lo que ha hecho es repartir berenjenas, tomates y calabazas del huerto que tiene en la Moncloa, que es un huerto en llamas como España. Pero se le ha ido la mano con el canario Héctor Gómez, su mejor hallazgo en la cantera, que era el Pedri de Luis Enrique y no merecía calabazas por haber sido un brillante portavoz en el Congreso. Apearlo del caballo en mitad del río es darse por vencido antes de que silben las balas.

La hoguera no es España a solas en las olas de calor, sino un mal de Europa toda, que no levanta cabeza desde hace más de dos años. Lo de Italia es un buen caleidoscopio para ver a Europa desde la trastienda.

Mario Draghi, un hombre curtido en mil batallas, con hazañas más célebres en las alforjas defendiendo al euro desde el BCE y acudiendo a salvar a su país en las peores horas del siglo, dimite derrotado por las ambiciones personales y la inquina de Berlusconi, Salvini y la extrema derecha rampante. Así que lo más probable es que lo siguiente sea desenterrar a Mussolini.

Giorgia Meloni, posfascista por rebeldía juvenil cuando su padre comunista huyó por amor a Canarias, encabeza los sondeos. Ese otro incendio viene caminando por Europa. Y Vox lo sabe. Y Alberto Núñez Feijóo podrá cruzar la línea roja (el oxímoron) cuando necesite a Santiago Abascal, porque Europa estará ya curada de espanto.

[Pedro Sánchez cultiva un huerto en la Moncloa y regala sus berenjenas a los líderes que lo visitan]

Es inevitable adivinar al fondo a Vladímir Putin aplaudiendo el cisma en la UE. La suerte le sonríe al otro lado del canal de la Mancha, con el avieso Boris Johnson recogiendo los desperdicios del partygate, una vez noqueado en mitad de la contienda como un estafermo.

Algo se ha roto en Europa que toda la aparente unidad contra Putin flaquea con Erdogan pactando por detrás con el ruso, Orbán negociando el gas por su cuenta con el Kremlin y ahora Italia a un paso de salirse de la ecuación con la euroescéptica Meloni robando el foco a Draghi ya insolvente.

Es la guerra, en efecto, pero no sólo la ucraniana, sino la guerra de Europa, de los cereales y las libertades, de la inflación y la energía, y acaso de la propia democracia, como ahora padecen los mismísimos Estados Unidos, con la herencia de la atrofia que supuso Donald Trump en la Casa Blanca y el escarnio de su asalto fallido al Capitolio.

Es el mismo virus en distintas latitudes del planeta que no ha hecho sino mutar en Europa, la pandemia silente que nos aguarda si la UE se resquebraja ya difunta de populismos. Sánchez y Feijóo juegan el partido en ese mismo fango entre escupitajos, tanganas y patadas en la boca.

El clásico de las Vegas es una exposición de motivos del Madrid y el Barça antes de que empiece la liga. Como lo fue el Debate del estado de la Nación para conocer las intenciones del PSOE y el PP.

Pero, como avisan las actuales olas de calor, el cambio climático se fragua a fuego. Y el cambio político también.