España en rojo. Y no rojo PSOE ni rojo Valentino. Rojo calor, rojo fuego.

Roja la insoportable sensación de arder por fuera y por dentro, de que a una ola de calor se sucede otra y de que en cada imagen repetida en la televisión hay un bosque que arde, asfalto que se funde o un mapa de España en el que no hay espacio para el verde.

Pedro Sánchez en una de las zonas calcinadas del Parque Nacional de Monfragüe.

Pedro Sánchez en una de las zonas calcinadas del Parque Nacional de Monfragüe. EFE

“El cambio climático mata a personas”, nos dice Pedro Sánchez posando ante el monte arrasado del Puerto de Miravete (Extremadura).

Sí, mata a personas, a animales, a plantas. Tanto si hace demasiado calor como si hace demasiado frío como si llueve a destiempo. ¿Y?

Más que el cambio climático, mata la demagogia.

Hacerse una foto dando lo mejor de uno mismo frente a los rastrojos calcinados de un monte (otro más) devastado por el fuego, mirando a cámara con pose admonitoria y gesto serio, sabiendo (porque lo sabe) que la huella de carbono del helicóptero Súper Puma que le ha llevado hasta allí, y la del Falcon que le devuelve a la Moncloa no hay súbdito que se lo pueda permitir.

Y todo para recorrer 200 km de distancia, que se harán pesados, sí, y que habrá que hacerlos en coche porque es imposible hacerlo en tren o en avión de línea regular, también. Pero eso ya lo saben los extremeños. ¿Y qué tal solidarizarse con ellos en lugar de reñirnos a todos no sabemos muy bien por qué?

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Hablar de cambio climático cuando la guerra de Ucrania ha puesto a toda Europa patas arriba y hasta el carbón se va a considerar energía verde, si con eso se calientan en Alemania. Una broma.

¿Prohibirnos encender el aire acondicionado? Ahora mismo la factura de la luz ya basta para disuadirnos, y sobre nuestro sudor y nuestras noches en vela ya sólo manda nuestra economía, porque la cosa no nos da para exámenes de conciencia de agenda 2030.

Y tanto o más que la demagogia mata la incompetencia. Cuántas veces no habremos oído que los incendios de verano se apagan en invierno. Justamente cuando deben limpiarse de maleza los bosques, los montes y los campos de cultivo.

Hoy apenas hay quien viva del monte, quien recoja leña o resina, quien lleve a pastar a sus ovejas. Quien lo cuide, en suma, porque lo necesita.

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Pero hay quien cree que los bosques se mantienen solos. Que están ahí como un gigantesco jardín comunitario, una postal, un regalo por la gracia de Dios por el que pasear a coste cero.

Lo creen incluso los ecologistas (quienes, se supone, más deberían saber del tema), para los que un bosque, cuanto más virgen, mejor.

La Naturaleza debe seguir su curso, intacta, sin interferencias humanas. Y eso hace. Y de manera natural, se unen las altas temperaturas y el viento, se prende una llama y el bosque arde sin remedio.

Las autoridades también quieren el bosque gratis. Contratar apenas agentes o bomberos forestales. Hacerlo sólo en los meses de verano. Andar racaneando en prevención. Liarse en burocracias competenciales como si el fuego entendiese de lindes.

Y luego, esa “España vaciada” que, fuera del foco electoral, se convierte en España olvidada y dejada a su suerte, arde.

España en rojo. Mata.