El alborozo con el que los líderes europeos se han abrazado a Biden y han celebrado el nuevo despliegue militar de Estados Unidos en el continente es la viva imagen de la decrepitud.

Europa lleva tanto tiempo ensimismada que, antes de enjugarse la baba de su larga siesta, China, Rusia y los islamistas le han madrugado África y Putin le ha entrado por Ucrania. 

¡Uy, que va a ser verdad que viene el lobo!

Ahora todo son prisas, carreras en el corral... y las mismas respuestas de siempre: bonitos discursos en defensa de la libertad, programación de conciertos por la paz de la Sinfónica de Kiev con el Himno de la alegría como plato fuerte, acogida solidaria de refugiados... y vuelta a subcontratar la defensa a Estados Unidos.  

Se hace difícil ver a Boris Johnson ante el retrato de Carlos V en el Prado horas después de que los misiles despedazasen a la gente en un centro comercial en Kremenchuk y que no te asalte el recuerdo de la orquesta del Titanic.

Si la Unión Europea hubiera hecho sus deberes, Washington podría ahorrarse un nuevo cuartel general en Polonia, el despliegue de más defensas antiaéreas en Italia y Alemania, el envío a Reino Unido de dos escuadrones extra de aviones de combate F-35, la incorporación de más soldados a Rumanía y los países bálticos, y también los dos destructores de Rota. 

Al margen de que esa política alimenta el discurso victimista de Putin y fomenta en el imaginario la asfixiante política de bloques, para Europa supone agarrarse a una tabla de salvación agujereada. ¿Se nos ha olvidado ya cómo salió de Kabul? Aún no ha pasado ni un año.

Estados Unidos -como Europa- es una sombra de lo que fue. Una momia. Sólo la dramática falta de liderazgo europeo explica las escenas de Bienvenido Míster Biden que hemos visto estos días en Madrid.

Mientras en Europa se competía por ver qué país era más pacifista, quién invertía menos en armamento e incluso se fantaseaba con la idea de suprimir los ministerios de Defensa, Moscú y Pekín trazaban sus planes expansionistas.

Más aún. Mientras en la cumbre de la OTAN se corregía el menú para escribir "ensaladilla tradicional" donde antes ponía "ensaladilla rusa" y Moncloa jugaba a la travesura de sentar al homófobo Orbán junto al marido del presidente luxemburgués, China y Rusia seguían violando derechos humanos un día más, dentro y fuera de sus fronteras.

La firme apuesta de una mayoría de europeos por tener su conciencia tranquila lleva camino de acabar con las democracias, e incluso puede que se lleve a unos cuantos millones por delante. Qué bonito fue mientras duró.