No me digan que no lo han notado. No es tanto el elefante en la habitación como la sensación de que el paquidermo hubiera expelido una ventosidad tan estruendosa como maloliente. Pero, en vez de salir huyendo, optamos por seguir tomando el té, intercalando algún comentario intrascendente sobre la meteorología. Aquí no ha pasado nada. 

Bar de tapas.

Bar de tapas.

Algo así se percibe en el ambiente respecto a las consecuencias del panorama económico actual. Ni el optimista más ingenuo conseguiría sostener hoy que la sacudida va a ser coyuntural. Son demasiados meses de miradas estupefactas al precio que marca la caja cuando se ha pasado por ella un puñado banal de productos cotidianos. Cada jornada trae consigo la celebración del día mundial de algo y el tirón de orejas de un organismo internacional.

En el momento de escribir estas líneas, tiene la vez la OCDE. No sólo recorta con severidad las previsiones de crecimiento. También pronostica que 2022 y 2023 seguirán por la senda de la inflación. 

Y, sin embargo, diera la sensación de que la vida sigue (más o menos) igual. Todos somos presos de nuestros sesgos y nuestras burbujas. Seguro que hay miles de casos particulares que negarían lo que se va a afirmar a continuación. Pero los planes de vacaciones parecen seguir adelante y los hábitos de consumo más ligados al ocio no dan muestras aún de un retraimiento más acorde no ya a la previsión futura, sino a la propia realidad presente.

Es posible que la excepcionalidad y recogimiento de estos dos últimos años se esté traduciendo en planteamientos más emotivos que racionales. No nos vamos a privar precisamente ahora. Pero en algún momento alguien terminará gritando que apesta a pedo de elefante. 

Entendería que algún lector hubiera saltado ya por la ventana. "¡Oh no, por favor, otro periodista haciendo como que puede escribir de economía no, por favor!". Son reservas perfectamente justificadas. De modo que hagamos lo que cualquier plumilla que sepa distinguir la osadía de la temeridad haría: llamar a los amigos economistas. Éstos dibujan el siguiente panorama: 

La crisis de demanda en ciernes viene, en gran medida, de una crisis de oferta previa. La inestabilidad derivada de la invasión rusa de Ucrania sería el último y más visible eslabón. Pero la gestación es muy anterior. El cierre de China como "gran fábrica del mundo (ahora sí)" durante la pandemia es uno de los grandes desencadenantes. Las herramientas reguladoras usadas entonces para paliar la bajada del consumo derivada de los confinamientos pueden no ser suficientes, a la larga, dado el carácter escurridizo de la oferta. Ahí tuvimos el cuello de botella con los microchips. 

La guerra ha sido el detonante definitivo de la explosión de los precios de la energía. Rusia sabe que la inflación y la falta de suministro energético son el talón de Aquiles de la Unión Europea. Su capacidad para bloquear el grano ucraniano retrotraería a los efectos de la guerra de Crimea de mediados del s.XIX y tiene unas consecuencias en África que también pueden ser dañinas para la UE. 

Todo recuerda demasiado a esos años 70 del siglo XX que nuestra generación se libró de vivir. Era imposible mantener el sistema de consumo y bienestar sin llegar a ese pacto de rentas que ahora no se cae de la boca de los gurús. "Es una forma cursi de decir que se acuerda el reparto de quién apechuga con el ajuste sin que se desmadre la conflictividad social". Ahora sí, entendido. 

La oferta se encuentra en el peor punto, el de los "efectos de la segunda ronda". El alza energética ya repercute en los precios de todos los días. No es un tópico: la inflación subyacente, que descarta energía y productos frescos, está a niveles inéditos en 27 años. 

Al final, todo se juega en el terreno de las expectativas. La lucha contra la inflación se traducirá en una subida de los tipos de interés y eso repercutirá en la deuda pública, el mercado inmobiliario, el endeudamiento privado y la morosidad.

En este sentido, es fundamental la percepción que tenga el consumidor de cómo cree que irán las cosas a largo plazo. Temer de manera fundada que se puede perder el empleo acabaría repercutiendo "en eso que te da tanto miedo, que se vacíen los bares". Que caiga este consumo y se opte por el ahorro dependerá en buena medida de la renta disponible, que con este nivel de precios sólo se puede mermar. En otras palabras: todos los ingredientes se cuecen ya en la olla de la bajada drástica de la demanda agregada. 

Así termina el análisis de nuestros economistas. Ahora sí, lector, entendería que se hubiese tirado por la ventana. 

La última y nos vamos, que aquí empieza a oler raro.