La llamada teoría ‘gemelar’ que asimila, por ser ambos socialistas, al bolchevismo con el nazismo, al Tercer Reich con la Unión Soviética, a Hitler y a Stalin como las dos caras de una misma moneda colectivista y totalitaria está cada vez más arraigada en distintos ámbitos, tanto académicos como de la opinión pública.

Hitler y Stalin.

Hitler y Stalin.

La teoría termina por juzgar al bolchevismo como aún más pernicioso que el nazismo al dejar un rastro de sangre mayor. Al ser mayor, se supone, el número de víctimas.

Quedan así, una vez igualados políticamente nazismo y bolchevismo (ambos socialistas y enemigos por tanto de la propiedad, el comercio y las sociedades abiertas), desenmascarados como sistemas políticos criminales, siendo el gulag, como el Holocausto, los determinantes esenciales de ambas ideologías asesinas.

Gulag y Holocausto son el fin necesario y fatal del “camino de servidumbre” que ambas ideologías socialistas representan. Sólo que, además, ocurre que uno ganó la guerra, mientras que el otro la perdió. Y es por eso por lo que el carácter criminal del bolchevismo, incluso siendo aún más letal y pernicioso que el nazismo, se ha visto adornado y encubierto por toda la propaganda que genera una victoria, una colosal victoria, como fue la que puso fin a la Gran Guerra Patria en el año 45.

Y, encima, sin un Núremberg que pusiese las cosas en su sitio.

Pero sí hay una diferencia muy importante entre ambas ideologías políticas. Una diferencia abismal que las hace, ya no sólo inasimilables, sino incompatibles y mutuamente hostiles.

Porque mientras que el bolchevismo, en su acción de transformación política, sitúa a los sujetos siempre en la antropología (quien se opone al bolchevismo es un traidor, que es categoría antropológica), el nazismo los saca de ahí para situarlos, desde su biologicismo racial, en el ámbito zoológico (la resistencia a la implantación del nazismo viene de subhumanos, de untermensch).

Ocurre por ello que mientras las ideas comunistas, por ejemplo en España (o en cualquier país no ario), podrán prosperar al tener como mecanismo de acción ideológica la crítica racional, acertada o no, a la economía política capitalista (y que se traduce en la práctica en una lucha de clases), las ideas del nazismo actuando en España significarían para empezar y por principio (como lucha de razas) la aniquilación de media población, si no más.

De hecho, en España se elaboró durante la Segunda Guerra Mundial un censo de judíos a instancias de Alemania que jamás se tradujo en ninguna consecuencia práctica. Al contrario. Como es sabido, diversos diplomáticos españoles, Sanz Briz, etcétera, tejieron una red de protección de judíos, en el este, contra la Solución Final.

El concepto de clase marxista es una noción funcional, expuesta a transformación lógica y al límite de la desaparición (el comunismo significa precisamente la abolición de las clases, no la consagración de ninguna de ellas), de tal modo que cualquiera, dando igual la condición de la que arranque, pueda participar de la sociedad socialista.

El concepto nazi de raza, sin embargo, no admite transformación de ningún tipo, salvo la de la extinción de unas ante el supremacismo de otras.

El comunismo es, por tanto, una doctrina universalista. La plataforma de referencia son todos los hombres (los involucra a todos, dando igual su condición nacional, racial o sexual).

Sin embargo, la doctrina política nazi es particularista (la plataforma política desde la que se habla es la de la humanidad übermensch, la del superhombre). Y, claro, las resistencias siempre van a ser mayores ante el expansionismo de una doctrina universalista (por el mayor alcance de esta) que ante una particularista.

Y es por eso por lo que el número de víctimas también puede llegar a ser mayor (el comunismo se ha extendido por los cinco continentes, algo impensable para el nazismo). Porque los planes políticos comunistas pueden ser asumibles por cualquier sociedad (con razón o sin ella), mientras que el nazismo sólo puede ser asumible por las sociedades de raza aria.

La diferencia es abismal. No hay nada en la acción de Stalin, y del sovietismo en general, que no pueda homologarse con la acción de otros mandatarios históricos (Alejandro Magno, Julio César, Napoleón). Sin embargo, la acción de Hitler no tiene parangón. Stalin y Hitler no son lo mismo, en absoluto.

Cuenta Martin Amis, en su ya clásico Koba el temible, lo siguiente:

“En 1997, en una entrevista aparecida en Le Monde, preguntaron a Robert Conquest si el Holocausto le parecía “peor” que los crímenes estalinistas: ‘Respondí que sí, pero cuando el entrevistador me preguntó por qué, sólo pude responder con toda sinceridad que ‘porque creo que es así’. Conquest, el antisoviético número uno, cree que es así. Nabokov, el doble despojado, también lo cree. Nosotros también lo creemos. Cuando leemos cosas sobre la guerra, sobre el sitio de Leningrado, o cuando leemos sobre Stalingrado, sobre Kursk, el cuerpo nos dice de parte de quién estamos. Creemos que es así. Al tratar de explicar por qué, entramos en un terreno minado por las dudas”.

Creo que aquí hemos dado un criterio firme y sólido para disipar estas dudas.