Elon Musk quiere comprar Twitter. El asunto le trae al pairo a la inmensa mayor parte de la población. Pero la burbujita anda revuelta.

Hay un sector de la creación de opinión que celebra la hipotética llegada del magnate. Fantasean con que supondrá el final del dominio woke en la plataforma.

Elon Musk ríe a carcajadas frente a una fábrica de Tesla, en Alemania.

Elon Musk ríe a carcajadas frente a una fábrica de Tesla, en Alemania. Patrick Pleul Europa Press / DPA-Zentralbild / ZB

Es curioso lo que pasa en torno a esta red social. Hay casi tantas recetas para solucionar sus males como usuarios. Los más ideologizados tienden a verla como un mero altavoz de la facción contraria. Es posible que el pajarito tienda a ser más exigente con un pack de pensamiento que con otro. La verdad es que no lo sé. Topo con perfiles tremendamente sectarios que responden a criterios ideológicos muy diversos.

El problema de Twitter es de formas, no de fondo. Lo que sería deseable que hiciera Musk o quien sea capaz de controlarla accionarialmente es permitir algo parecido a una convivencia respirable entre sus usuarios. Que, básicamente, se dividen en dos.

De un lado los que pagan el precio de opinar. Tipos que asoman por ahí con su nombre y su apellido. Por regla general, modulan sus comentarios. Son personas usando una plataforma digital, no avatares moviéndose por SecondLife. Tienen los condicionantes de la maldita vida real: un trabajo, un entorno, un pasado. Con ellos, una red social de las características de Twitter viene a ser algo parecido a un foro de debate o a una comunidad de intereses compartidos.

Del otro, los que pululan por ella embozados en un nombre falso y la foto de algún personaje de dibujos animados. Si Twitter es un patio de vecinos ensordecedor, bajo el prisma más benigno, o un lodazal en el que volcar todos los sentimientos innobles que es capaz de albergar el ser humano, bajo el que menos, es por ellos. Se acompañan de toda clase de simbolitos para reafirmar sus distintos credos. Aunque, bueno, gente con identidad real también adorna su perfil con esta suerte de gafetes virtuales.

La comunidad tuitera pasó años siendo muy comprensiva con este anonimato. Era normal aspirar a una vida en las redes que no chocara con la otra. La de los recibos, las facturas y los jefes a los que pudieran disgustar las valoraciones sobre Mourinho. El fenómeno de las tuitstars ha surgido fundamentalmente en esta clase de perfiles.

Pero basta pasearse por el Twitter de hoy para comprobar hasta qué punto el debate está adulterado. Los impunes dictan su ley: insultan como saludo, descalifican sin argumentos, no se apean del ad hominem en la comodidad de que nadie se molestará en averiguar quién se esconde tras la ranita, el personaje secundario de Los Simpson o la vieja gloria de Hollywood.

Difunden odio e injurias desde sus despachos en las universidades de prestigio. Desean la muerte como quien dice "tenga usted buena tarde" mientras trabajan en puestos destacados para las empresas más implicadas con la Responsabilidad Social Corporativa.

Oye, que allá cada cual. Pero ellos por su lado y nosotros por el nuestro.

Porque ellos son el lastre de una red social que sigue teniendo un potencial enorme si se la dota de herramientas realmente eficaces para el usuario. Los actuales propietarios de Twitter han renunciado a cualquier arbitraje digno de tal nombre que permita esquivar los eructos digitales. En su lugar, complejos mecanismos de denuncia y algoritmos desenfrenados que facilitan cerrar cuentas a personas reales y permiten que la turbamulta siga a sus anchas.

Las versiones en Internet de los periódicos tuvieron que establecer mecanismos de moderación para que sus foros y comentarios de noticias no parecieran un patio de Monipodio. El pajarito prefirió medir su éxito en el volumen de su número de usuarios.

El resultado es este Alguien voló sobre el nido del cuco virtual. Algunos cambios pueden resultar interesantes. Las recién estrenadas comunidades parecen apuntar a la creación Twitters paralelos en los que sólo participen grupos de personas que se respeten entre sí. La idea de restringir las respuestas queda en nada cuando sigue siendo posible retuitear con comentario.

El reto de Musk pasa por equilibrar mejor la red al uso que cada uno le quiera dar. Las herramientas existentes son tirachinas en una trinchera de Vietnam.

Transversalidad ideológica para poder otear todos los climas de opinión del mismo vistazo. No sea rácano, hombre. ¿Eso que suena es un Tesla? Bueno, los coches eléctricos apenas hacen ruido.