Meritxell Batet lo sabe. La votación de la reforma laboral fue un tongazo del tamaño de la teta gigante de Rigoberta Bandini en el escenario del Benidorm Fest.

Rigoberta Bandini durante el Benidorm Fest.

Rigoberta Bandini durante el Benidorm Fest.

Llevamos una semana entretenidos con los resultados de un concurso para ir a otro en el que hasta ahora nunca nos había ido la vida (ni el interés), mientras que el pucherazo que tuvo lugar este jueves en el Congreso se saldará con un "ha sido un error humano" (que se fastidie el sujeto, que con lo que cobra hay qué ver), una miríada de memes y unas risas en las teles, las radios y las redes. Y poco más.

Queda el comodín judicial (de los informes de los letrados de las Cortes mejor no hablar). Pero cuando se resuelva, incluso si le supone a la presidente de la Cámara enfrentarse a un delito de prevaricación, como todo lo que ocurre desde que Pedro Sánchez está en la Moncloa, ya será demasiado tarde. 

El secuestro de las Cortes Generales durante el estado de alarma y más allá dio a Batet la medida de todo lo que puede hacer con la sede de la soberanía nacional por el bien de su partido.

A pesar de que el Tribunal Constitucional declaró inconstitucionales los dos primeros estados de alarma (fecha del secuestro), agua pasada en las Cortes no mueve molino y ya, si acaso, la sentencia del TC quizás se tenga en cuenta si vuelve a surgir la ocasión (otra pandemia, un desastre natural, una guerra).

Pero ¿asunción de responsabilidades para quien calló la voz de la oposición durante meses? Ninguna.    

Esa sensación de impunidad con la que nunca se atrevió a soñar un presidente del Congreso de los Diputados es la que ha hecho que Batet, al más puro estilo de su jefe, llenase la urna de los votos afirmativos a su reforma laboral, metafóricamente escondida tras la cortina, como si lo que se jugaba en el Congreso fuesen unas primarias del PSOE y no una ley de la importancia de la que se trataba. 

¿Hubo un error en el voto telemático del diputado Alberto Casero? Yo apostaría por el error humano. Pero, a diferencia del voto presencial, que no tiene vuelta atrás a pesar de que no es tan difícil equivocarse, el voto telemático implica una doble verificación e incluso la posibilidad de rectificarlo.

Como hacerlo figura con toda claridad en los puntos 4 y 6 de la resolución de la Mesa del Congreso de los Diputados de 21 de mayo de 2012, en los que se especifica que después de que un diputado ejerza un voto telemático "la presidencia u órgano en quien delegue comprobará telefónicamente con el diputado, la emisión efectiva del voto y el sentido de este".

¿Se hizo esa llamada? No.

Pero incluso así, el diputado tiene la posibilidad de solicitar a la Mesa del Congreso que se anule su voto telemático y optar por el presencial. ¿Lo solicitó el diputado Casero? Sí ¿Lo trató la Mesa? Batet primero dijo que sí, pero luego reconoció que se había "equivocado".  

Tanto si mintió como si se equivocó (más bien parece lo primero), la responsabilidad es suya y la cosa no puede ni debe quedar así.

En cualquier caso, todo lo que rodea esta reforma ha sido una descomunal farsa, así que su conclusión no podía ser otra cosa que un vodevil.

La prometida derogación que no ha sido tal, el diezmo asegurado a los sindicatos de clase, los arrumacos de Yolanda Díaz (bucle va, bucle viene) con unos y con otros, sus súplicas a los socios despechados, el entusiasta apoyo de los liberales pagafantas de Ciudadanos a una norma iliberal, el juego de tronos en el Gobierno y en Unidas Podemos a cuenta del éxito o no de la aprobación de la reforma…

Y, como colofón, un torpe acuerdo de UPN con el PSOE, con la no reprobación del alcalde de Pamplona a cambio del voto positivo de los dos diputados de la formación navarra.  

Lo único que salvó la tarde fue que ese pacto se topase con la conciencia de Carlos García Adanero y Sergio Sayas y que estos rompiesen la disciplina de su partido y votasen no.

Pero, vamos. Que lo que realmente importa es quién irá finalmente a Eurovisión.