Hace unos cuantos años, recibí una llamada de Rosa del Campo, una conocida microbióloga del Hospital Ramón y Cajal a quien me une una larga amistad. "Tenemos una idea para atacar la esclerosis múltiple, ¿te acercas al laboratorio y hablamos?".

Ese fue el punto de partida para una serie de reuniones informales con Rosa, taza de té en la mano y sin mascarillas (¡qué tiempos aquellos!), y el equipo de la inmunóloga María Luisa Villar. Poco a poco le dimos forma a una alocada hipótesis para explicar la aparición de esa enfermedad, no muy frecuente, pero extremadamente invalidante para quien la sufre.

Aquello no prosperó. No encontramos financiación y luego cada cuál seguimos nuestra línea de investigación. La hipótesis quedó, como otras tantas, en folios garabateados y charlas que de vez en cuando retomamos.

En los últimos días, un estudio que ha saltado a los medios de comunicación me hizo recordar aquella interacción con Rosa y María Luisa.

Un grupo de investigadores de Harvard ha estudiado más de 10 millones (no me he equivocado con la cifra) de jóvenes militares estadounidenses, de los cuales 955 fueron diagnosticados de esclerosis múltiple durante su servicio. Debido al seguimiento realizado de los 955 que enfermaron, se conservaban muestras de 801. Por estudios anteriores, el equipo científico sospechaba que la infección con un virus podría desencadenar la temible enfermedad. Enfermedad que, aunque no es frecuente, en España afecta a 47.000 personas.

Los investigadores aseguran que sólo uno de aquellos que desarrollaron esclerosis múltiple no se infectó previamente con el virus conocido como Epstein-Barr, el mismo que causa la mononucleosis, popularmente llamada enfermedad del beso. Por otra parte, la presencia del virus en todos los casos es previa al desarrollo de la enfermedad y correlaciona con la aparición de marcadores de neurodegeneración.

El dato es claro y se publica en un artículo breve en la revista Science: el riesgo de sufrir esclerosis múltiple se multiplica por 32 en individuos que se infectan con el virus Epstein-Barr. De hecho, el investigador responsable del equipo, Alberto Ascherio, se aventura a sentenciar públicamente: "El virus de Epstein-Barr causa la esclerosis múltiple".

¿Cuánto hay de cierto en ello? Cuando se estudian correlaciones hay que tener mucho cuidado con las conclusiones. Estoy seguro de que se pueden relacionar eventos realmente alejados, como el número de apareamientos de una especie en la selva amazónica con la cantidad de barcos que salen del puerto de Cádiz, sin que, en realidad, estén correlacionados. Recordemos que la enfermedad del beso afecta al 94% de la población, mientras que la esclerosis múltiple tiene una incidencia relativamente baja (36 casos por cada 100.000 habitantes).

Varios estudios han apuntado no sólo a este virus como causa de la enfermedad, sino también a los niveles bajos de vitamina D y al tabaquismo. Todo parece indicar que se necesita un cúmulo de eventualidades para que ocurra. Es decir, es multifactorial.

De cualquier manera, no quito mérito al estudio. Existe al menos un ejemplo claro de un patógeno que afecta a gran parte de la población y sólo desemboca en una enfermedad grave en pocos individuos. Hablo del virus de la polio. Se sabe que sólo uno de cada 400 niños infectados por este virus puede desarrollar la poliomielitis. Sin embargo, muy pocos se cuestionan la vacunación contra la polio para evitar esta enfermedad.

Tendremos que esperar los resultados en modelos experimentales dirigidos de los ensayos clínicos que comenzarán en breve para determinar si estamos frente a la erradicación de la esclerosis múltiple. Mientras tanto, nos quedamos con la idea poco romántica de que algo tan dulce como un beso pueda ser la causa de esta enfermedad.