Hace casi un mes, EL ESPAÑOL publicó una encuesta en la que se decía que en esos momentos la plataforma electoral España vaciada, formada por cerca de 100 asociaciones, podría llegar a obtener 15 escaños en las próximas elecciones generales.

En principio, a muchos opinadores y sobre todo a los más ubicuos en los medios de comunicación la cuestión les pareció una solemne estupidez.   

Tres semanas después, no hay medio que no haya hablado del tema, que no haya hecho conjeturas acerca de a quién beneficia o a quién le quita el voto en cada provincia, o que no se haya lanzado a la investigación del quién es quién de las asociaciones o movimientos que conforman la plataforma para ver si cargan a la derecha o a la izquierda (tampoco han faltado las risas a costa del partido extremeño Milana bonita, de León ruge y hasta de Murcia, qué hermosa eres, que por cierto hoy no existe).

La cuestión es que, haciendo sólo un poco de memoria, debería ser lógico pensar que si hay un momento para que esas asociaciones o plataformas (algunas de largo recorrido) hayan decidido lanzarse a la arena política, es este.

Podría pensarse que el éxito de Teruel Existe (recordemos lo que pesó el voto de su diputado Tomás Guitarte en la investidura de Pedro Sánchez) ha sido clave para barajar esta posibilidad.

Sin embargo, hay otras cuestiones que 44 años después de las primeras elecciones generales en España han contribuido incluso más.

Podríamos hablar del siniestro mercadeo que se instala en la Carrera de San Jerónimo en cuanto se empiezan a redactar los Presupuestos Generales del Estado. Y si digo siniestro es porque participa EH Bildu y ahí donde este partido está no se puede utilizar otro adjetivo.

Se tratase en los reservados de restaurantes de merluza de pincho, cigala y entrecot, o en los despachos y últimamente también en los escaños, la subasta siempre ha beneficiado a los dos territorios de deuda tan histórica como eterna: Cataluña y el País Vasco.

En los dos últimos Presupuestos se ha visto además que no importa lo infame, ridículo o desleal que sea lo que se pida ni cuánto perjudique al resto de los españoles, que todo será concedido.

Y que, por otro lado, cuanto mayor sea la extravagancia o la ignominia, más aumenta la certeza de que todo lo demás ya está dado y que lo que se nos muestra en las Cortes es puro teatro.

La deslealtad se premia. Eso es lo que han entendido en el resto de territorios. Pero también que cuanto mayor es el envite, mayores son las posibilidades de ganar.

Ese tren que nunca llega, esa vía que no se mejora, ese hospital que no se construye. Cosas de pobres que, elección tras elección, aparecen en los programas de los grandes partidos como productos que nunca caducan.

Y hoy porque gobiernan los propios y mañana porque lo hacen los ajenos, las reivindicaciones lógicas, que ni por un momento se les cuestionan a los políticos nacionalistas catalanes o vascos, al resto, Presupuesto tras Presupuesto, se les niegan.

Llegados a este punto, cuando de todos modos la idea de una España tan unida como diversa parece que no puntúa; cuando con las señas de identidad se construyen fronteras, de lo particular se hace bandera y se desprecia la riqueza de la historia y de la lengua común; llegados a este punto, digo, emergen las pretensiones de campanario y se vuelven partido.

En los territorios en los que se han visto ante esta amenaza, el PP generalmente ha mutado en regionalista y el PSOE, en nacionalista. Creo que en ambos casos se han equivocado en el diagnóstico y en la solución.

Se concrete o no en las próximas elecciones generales, la plataforma España vaciada es el síntoma de una situación que debe ser examinada más allá del voto.