La paradoja de la muerte es que resulta apaciguadora, pero la vida era la pelea: así que este impulso apaciguador hacia quien políticamente detestábamos corre el riesgo de estar del lado de allá. Yo, desde luego, porque hablo de Almudena Grandes, la preferiría pujante y sana, y dándome motivo para mis detestaciones. Con la vibración de la vida, en la concordia y en la discordia. Morirse es como hacer trampa, es como romper el juego. El que se queda ha perdido, porque tiene conciencia de lo absurdo que fue todo. Solo que ese absurdo era la vida. 

Esta vida, por lo demás, es muy larga y está llena de minutos. Y uno no es un personaje rígido. Hay tiempo para todo, también para acercarse a los detestados, y mirarlos mejor, y pensar que tal vez no estén tan mal, y hasta arrepentirse de las detestaciones. También: hay miradas reconocedoras desde la detestación que no ignora al otro; y que, naturalmente, no desea que desaparezca, sino que siga ahí. Pero hay algo más.

De pronto, en una tarde un poco oscura en Ibiza, compré Castillos de cartón y me resolvió un fin de semana. ¿Cuánto vale eso? Me acuerdo de unos versos de Jaime Gil de Biedma: "Si alguna de esas noches / que las carga el diablo / uno piensa en la historia / de estos últimos años, // si piensa en esta vida / que nos hace pedazos / de madera podrida, / perdida en un naufragio...". Era algo parecido y su libro fue mi flotador.

Otra vez me descubrí esperando sus intervenciones semanales sobre lecturas, junto a Juan Cruz, en el programa de Gemma Nierga en la SER: un placer culpable, fundado en la pasión común. Y me metí en una fiesta estupenda que dio en su casa gracias a la descripción de Andrés Trapiello en un tomo de su diario: con una distancia que no impedía que se colaran la vida y el calor, y el amor por la literatura.

Termino con su nombre, Almudena: desconocido para un malagueño de mi generación. No había Almudenas, aunque luego aparecieron y he tenido amigas Almudena. Pero mi primera Almudena fue Pepe Bódalo. Así se llamaba su personaje en Misericordia de Galdós ("el ciego Almudena"), que emitió Estudio 1. Almudena Grandes era galdosiana, algo que ha estado mal visto entre ciertas élites culturales españolas. Solo que los mejores (Cernuda, Buñuel) han sido en España galdosianos. En esto fue admirable, por su empuje contagioso. Y del modo más pleno: escribiendo sus novelas con lectores.