Con la nueva ley de educación, la enésima, y los nuevos planes de estudio saltan otra vez las alarmas acerca del “peligro” de la desaparición de la filosofía. “Quieren que no pensemos”, se dice, como si estuviéramos en un tris, con la desaparición de la filosofía de las aulas, de convertirnos en una especie de marioneta en manos de no se sabe muy bien quién: los poderosos, los totalitarios, los globalistas, la biopolítica del poder, George Soros.

Todo conspira, al parecer, para que “no pensemos”. “Pienso, luego estorbo” ya se decía hace unos años, como lema irónico, cuando de nuevo se hablaba con alarma (más bien alarmismo) de la desaparición escolar de la filosofía.

Pues bien, la situación no es tan dramática ni mucho menos. O quizá sí, pero no por las razones conspiranoicas de quien así habla de la filosofía y de su presunta desaparición del plan de estudios.

Para empezar porque ni en esta ley, ni en las anteriores, se contó en ningún momento con su desaparición. Sí hubo algunas modificaciones que hicieron perder peso a la filosofía, sobre todo en la Selectividad, pero nunca se planteó su desaparición.

Lo que ha ocurrido, más bien, es que la filosofía en el bachillerato ha degenerado, se ha difuminado y desleído, al tener funciones serviles (ancilla) hacia la ideología democrática de la clase dominante. Pero esto no es debido a ninguna conspiración, sino al propio ejercicio docente. El desarrollado por los profesores del cuerpo de filosofía de secundaria, que son (somos) los principales responsables de la conversión de la materia en una filodoxia, por utilizar el término platónico.

Amigos más de la opinión (doxa) que de la sabiduría (episteme), los profesores de filosofía han dado por bueno el carácter servil hacia la ideología democrática, siendo así que la orientación que ha recibido la asignatura en los últimos años (y que ha cristalizado en el currículo oficial de la materia) es la de una retórica demagógica en la que el método dialéctico, característicamente filosófico (platónico), es sustituido por una dogmática fundamentalista, a modo de recetario prescriptivo sofístico (y además venal), acerca de cómo ser un buen demócrata.

De hecho, esta prescriptiva o estimativa se ha convertido en algunos manuales en un verdadero enjuague sofístico en el que la filosofía desaparece por completo, quedando sólo su revestimiento, su carcasa ornamental (en forma de citas y fragmentos de textos clásicos), al servicio del wishful thinking correctista. En algún manual se dice, literalmente y sin ningún pudor, que la filosofía es una especie de “entrenamiento” para la adquisición de la ciudadanía democrática.

Así, de un modo parecido a como la filosofía, en la ratio studiorum medieval, quedaba subordinada a la teología (desde Pedro Damián al propio San Buenaventura), y en paralelo por cierto a la subordinación del poder civil al eclesiástico, la filosofía ahora, en la ratio studiorum actual, queda dispuesta al servicio de la nueva fe democrática cuya confesión y militancia da acceso, mutatis mutandis, a la ciudad de Dios de las “democracias avanzadas”.

Sólo que los teólogos latinos del siglo XI-XIII abominaban de la filosofía al reconocer su potencia dialéctica racionalista (y por eso procuraban ponerla a su servicio), mientras que la fe del fundamentalismo democrático es fe de carbonero y ni siquiera observa en la filosofía y en su método un peligro para el desarrollo de su dogmática: sencillamente la ignora, al confundirla con el propio fundamentalismo democrático.

No hay que olvidar que la materia de filosofía pasó a llamarse, desde el currículo de bachillerato del año 2008, Filosofía y Ciudadanía (se sobreentiende “ciudadanía democrática”), de tal modo que la confusión institucional entre filosofía e ideología democrática ya es total, desapareciendo la materia para quedar transmutada en una letanía Mr. Wonderful, en el mejor de los casos, cuando no en puro sermoneo ideológico globalista, en el peor, predicada ahora desde el púlpito escolar.

Es este brebaje coachinesco, lleno de buenas intenciones, la cicuta que ha llevado a la filosofía a yacer, prácticamente muerta, en las aulas. Y los docentes tienen mucha responsabilidad en ello, insisto, por mucho que en su reivindicación gremial, o más bien gremialista, estén pidiendo más horas para el “pensamiento”. Y es que cuantas más horas con esa orientación, más dosis de veneno en sangre.

En fin, dadle un gallo a Esculapio.