El último duelo, de Ridley Scott, es una película muy entretenida y muy bien hecha. Capta la atención del personal y está gustando mucho. No va a ser el tema de este artículo, y por eso la despacho así, con esta ligereza que debe entenderse como mera recomendación coloquial.

La película cuenta la historia de una mujer casada que dice haber sido violada por un amigo/enemigo de su esposo. Para conocer la verdad de lo sucedido, y según la declinante costumbre de la época, se celebra un duelo a muerte entre el marido denunciante y el presunto violador. El ganador del combate será quien, según el juicio de Dios (nada menos), tenga la razón y la verdad de su parte. La acción transcurre en la Francia del siglo XIV.

A lo que vamos. 1. Los críticos están explicando que el procedimiento narrativo utilizado por Scott está tomado de la película Rashomon (1950). Así es. Esta película supuso el reconocimiento internacional del director nipón Akira Kurosawa, hasta entonces confinado en su Japón natal, tras ganar con ella el León de Oro del Festival de Venecia.

La película tiene muchos méritos, pero sorprendió por su estructura narrativa y dramática. Para contar el caso de una mujer violada y del presunto asesinato de su marido, un samurái, Kurosawa hace comparecer sucesivamente ante un tribunal a un bandido (el posible asesino), a la mujer y, a través de un médium (toque mágico), al muerto. Fuera de la sala, un leñador da también su versión de los acontecimientos.

Sorprendió que un relato cinematográfico contara unos hechos desde cuatro puntos de vista diferentes y, sobre todo, sucesivos, de manera que se repetían en la pantalla varias circunstancias del caso y, a la vez (como sucede en la película de Scott), se introducían variantes. Esa era la novedad: la repetición, la variación y la sucesión en continuidad.

A los muy cafeteros habrá que recordarles, sin embargo, que ese procedimiento no fue una invención de Kurosawa, sino del malogrado escritor japonés Ryunosuke Akutagawa (que se suicidó a los 35 años con una sobredosis de Veronal), autor de los dos cuentos en los que se basa la película: Rashomon (1915) y, sobre todo, En el bosque (1922), que pueden localizarse y leerse en español.

Scott no es, desde luego, el primer cineasta que ha seguido el esquema narrativo de Kurosawa. Sin ir más lejos, y sólo dos años después, Vincente Minnelli (no sé si conociendo o no la película del japonés) hizo en Cautivos del mal un retrato de un controvertido productor de cine mediante los testimonios sucesivos de una actriz, un guionista y un director que habían trabajado con él. Y hay más casos.

En realidad, si nos fijamos bien, lo que podríamos llamar el procedimiento Rashomon está implícito en varias prácticas y rituales profesionales: en los juicios, precisamente, comparecen ante el juez los testigos que van dando sus versiones y, previamente, la policía ha ido recabando testimonios entre sospechosos e, igualmente, testigos del caso criminal a juzgar. Las novelas y las películas del género negro así lo reflejan, e incluso Maigret o Poirot van amasando sus conclusiones tomando variadas declaraciones en el curso de su investigación.

La radicalidad del procedimiento Rashomon consiste en presentar los puntos de vista de forma perfectamente segmentada y sucesiva, atreviéndose tanto a repetir el relato de buena parte de los hechos como, según decíamos, a introducir variantes que contradicen o cuestionan la versión anterior.

A lo que vamos (y ya más cerca de la conclusión): 2. La película de Akira Kurosawa sirvió para reforzar la idea de que la verdad de los hechos o bien depende del punto de vista, o bien sólo puede esclarecerse tras atender todos los puntos de vista. O, ya puestos en lo peor, un tercer o bien: la verdad es, sencillamente, inasequible, diríamos, a la tremenda, que inexistente, pues está a expensas de distintos enfoques.

O sea, el procedimiento Rashomon da alas a la verdad subjetiva (que no es la que se busca) y tira por tierra la existencia de la verdad objetiva. Estamos, ahí, en el subjetivismo, a un paso del relativismo y, a dos, del nihilismo. En una película o en una novela, lo que este procedimiento tiene de atractivo es que va generando otra verdad o, atención, otra mentira, las que el espectador o el lector se van fabricando conforme repasan los hechos y atienden los distintos puntos de vista.

Y la conclusión prometida es: qué película, ni qué novela, ni qué procedimiento Rashomon, ni qué nada. ¿No vivimos o somos testigos todos de la misma vida y resulta que tenemos de ella 1.000 versiones distintas? Llamémosles, si queremos, opiniones. Y, si nos atrevemos, ideologías. ¡Procedimiento Rashomon, dice!

Lo que pasó ayer en España y en el mundo, ¿acaso no está contado hoy de manera y con veredictos diferentes según el periódico que leamos? Y en el Congreso, ¿no es puro procedimiento Rashomon ir escuchando a los portavoces de los partidos las muy opuestas visiones de lo que sucede en el país? ¿Y en la tertulia del bar? ¿Y en la conversación de sobremesa? El color del cristal con que se mira, la feria vista según nos va en ella: la humildad de los refranes (y del poeta Campoamor), antes que Kurosawa.

¡La verdad! La verdad ajena al procedimiento científico (y aún así, según cómo y cuándo) puede que exista, pero va en opiniones. La verdad y la opinión, esa es otra, la gran confusión del momento. Pero, como sucede en El último duelo, y si bien se mira, la verdad de los hechos puede ser esquiva, pero no es tan esquiva la verdad sobre quienes dan su versión de los hechos.

Es en la versión donde está la verdad asequible: la verdad no sobre los hechos, sino sobre quien da cada versión. A eso hay que estar atentos, en las películas como El último duelo y en la vida. Y en la política. No es del todo claro si las cosas son así o son asá: así o asá son quienes dicen cómo son las cosas.