El indigenismo, como muchos otros movimientos ideológicos actuales, es hijo del 68, y tiene que ver, sobre todo, con Iberoamérica más que con otro continente. Es decir, el indigenismo es una ideología ligada, en buena medida, al hecho americano.

De Montesinos a Las Casas, la “lucha por la justicia en América” tuvo a sus voceros más importantes en la iglesia regular (Montesinos y Las Casas, ambos dominicos), pero siempre estuvieron movidos por una perspectiva integracionista, y no conservacionista o reservista.

Los protectores de indios buscaban que la ley evangélica se propagase en América. De lo que se trataba, al final, era de introducir a la población americana, hasta ese momento completamente ignorante (infiel) del mensaje cristiano, en el círculo dogmático de salvación cristiana. El fin era que la población indígena también tuviera posibilidades de llegar a la parusía cristiana, de mirar a Dios cara a cara para la eternidad.

Por su parte, y en contra de lo dicho por Díaz Ayuso al respecto, el indigenismo tampoco es un comunismo. El comunismo, de nuevo, es integracionista. Y, en este caso, procura meter a la población americana en el círculo dogmático del Diamat a través de los partidos comunistas (más o menos con las mismas funciones que la Iglesia), buscando la integración del indígena en las organizaciones de clase para alcanzar la parusía del Estado socialista.

No es el comunismo, pues, un conservacionismo. El indígena tendría que dejar de serlo para integrarse en los partidos revolucionarios, de igual manera que dejan de ser indígenas cuando se incorporan, como bautizados, a la ciudad de Dios cristiana.

El indigenismo sesentayochista, sin embargo, no es integracionista, sino reservista, y la ideología que lo mantiene es el indianismo, hijo del relativismo multicultural, que tiene a sus principales ideólogos en la antropología cultural y en el estructuralismo. Su fórmula podría resumirse en la famosa divisa de que “todas las culturas son iguales”. Se trata de que las sociedades indígenas se mantengan como tales, en una especie de Estado estacionario eterno, en total armonía con la naturaleza que envuelve a estas formas de vida ecológicas o "eotécnicas", por decirlo con Mumford).

1492 y la conquista americana, y esto engrana con lo dicho por el Papa recientemente, representa lo que el entonces joven antropólogo Robert Jaulin llamó “etnocidio”, de tal modo que ahora, como víctimas de tal proceso, el indianismo reivindica la conservación de lo que queda indígena en América tras el expolio, oponiéndose tanto a la Iglesia como al marxismo revolucionario (ambos, insisto, integracionistas).

El hito (quizás más importante) de la cristalización ideológica de este movimiento indigenista no tuvo lugar en Moscú, ni en Pekín, ni siquiera en Roma. Lo tuvo en Sevilla, capital que fue de la acción de España en Indias. Del 1er Simposio Iberoamericano de Estudios Indigenistas, celebrado en la capital andaluza en 1987, salió el documento, digamos, fundacional del indigenismo, Declaración indigenista de Sevilla (5 de diciembre de 1987). Y fija, en seis puntos, las líneas fundamentales de esta ideología, que nada tiene que ver con el comunismo.

Se trata de que en América se vea reconocido “el derecho a la autodeterminación económica, política y cultural de cada pueblo”. Un derecho que se vio vulnerado, dice la declaración, a partir de 1492.