El PSOE amenaza, en su próximo congreso de octubre, con una ponencia política de 304 páginas con más de lo mismo, o peor. La rancia socialdemocracia igualitarista de los años 60 del pasado siglo resucita en este documento con el aditamento del buenismo, del feminismo histérico de saltitos, de la emergencia climática, del intervencionismo, de la memoria histórica y del incremento del tamaño del Estado con su corolario de aumento de presión fiscal.

La socialdemocracia europea fue derrotada, política y culturalmente, en la década de los años 90 del pasado siglo. Recuerdo que, junto con Alejo Vidal-Quadras, redacté la ponencia política del congreso del PP en Sevilla en abril de 1990, en poco más de 20 páginas, y el PP marcó una línea reformista liberal que en parte aplicó el gobierno de José María Aznar de 1996 y 2000.

Aquella cultura liberal, alternativa al estatismo socialdemócrata, fue asumida incluso por los líderes europeos del centroizquierda, como Tony Blair. En Europa, los socialdemócratas que han propuesto el retorno a las esencias de la izquierda igualitarista y antiglobalización han perdido constantemente las elecciones, como en los casos del laborismo inglés posterior a Blair o del Partido Socialdemócrata Alemán.

En España padecemos una extrema izquierda muy antigua y partidos separatistas anclados en los años 30 del pasado siglo. En cuanto al PSOE, pareció que el giro hacia el centro de Felipe González marcaría un camino inequívoco de moderación al viejo socialismo español. Nos equivocamos. Esta ponencia expresa un retorno a lo peor del estatismo, del intervencionismo asfixiante de las libertades y del libre desenvolvimiento de la sociedad, constreñida por un Estado cada vez más elefantiásico e ineficaz.

El objetivo de la ponencia es la negación de los elementos liberales vencedores en los años 80 y 90, de modo que estamos ante un programa reaccionario, dominado por el antagonismo liberal más que por una propuesta innovadora. El PSOE entiende por “innovación” su agenda social LGTBI, feminista, climática y de memoria histórica.

La ponencia señala claramente su objetivo negacionista alternativo:

“Existía un nexo de unión entre la práctica de las grandes coaliciones y la renuncia al espíritu reformador. Las grandes coaliciones entre el centroderecha y el centroizquierda se producían dentro de unos límites muy claros: minimizar la intervención del Estado, relajar la progresividad fiscal, privatizar todo lo posible la gestión de lo público, o desarmar cualquier barrera, justificada o no, al libre comercio internacional. Las reformas que cabía introducir quedaban tan limitadas que lo importante no era la política reformadora, sino tan sólo la gestión”.

Difícil encontrar una mejor síntesis de aquello contra lo que se pretende reaccionar: la cultura política triunfante en los años 90 y ahora puesta en cuestión por la izquierda nihilista occidental, woke, y esta rancia socialdemocracia española igualitarista aliada con los extremistas. Y luego, los socialistas se extrañan de que la libre y moderna sociedad de Madrid dé constantemente la espalda a la izquierda en las urnas.

El Eurobarómetro de 2020 (al igual que el de las dos últimas décadas) sitúa a España en el último lugar de los Estados de la UE en cuanto a la calidad de nuestra democracia y el aprecio de los ciudadanos hacia las instituciones. El rechazo de los españoles a los partidos políticos alcanza cifras preocupantes, superiores al 90%.

La ponencia socialista propone “regenerar” nuestra democracia, pero incidiendo y ampliando sus defectos, cuya causa principal es el presidencialismo absorbente y dominador de todas las instituciones del reino. Este regeneracionismo no parte de un análisis serio, de un diagnóstico de las deficiencias de la democracia española.

Cualquier observador no apasionado admite que algo tendrán que ver y reconocer los dos partidos que han gobernado España durante los últimos 40 años. En lugar de ello, la ponencia destila satisfacción con nuestra democracia y con la “ampliación” de derechos de su agenda social.

Si se aplica y desarrolla esta ponencia, asistiremos a una multiplicación de todos los defectos que padecemos desde que Adolfo Suárez cometió el error de construirse un aparato gubernamental desmedido en el complejo de la Moncloa. Aparato que no ha dejado de crecer con todos los gobiernos posteriores.

Desde 2004, nuestro régimen político ha incrementado las deficiencias y el desapego de los ciudadanos hacia la clase política. Después de 2011, hemos tenido dos oportunidades desaprovechadas para la reforma del régimen del 78. La mayoría absoluta de Mariano Rajoy y el posible gobierno de centroizquierda PSOE-Ciudadanos en 2019.

En el inquietante horizonte que dibuja esta ponencia socialista, la esperanza pasa por que en un plazo máximo de dos años sea posible una nueva mayoría parlamentaria que realice un diagnóstico compartido de los defectos de nuestro sistema político (conocido como “el enfermo de Europa”) y que pueda avanzar en reformas en otra dirección diferente a la que marca esta ponencia.

Eso puede ser así o nos aventuramos a que los españoles terminen dando la espalda a una clase política incapaz de llegar a acuerdos y concluyan: “Peor, imposible”.