Jean-Paul Belmondo falleció ayer a los 88 años. Deja una filmografía magnífica y un rostro para la eternidad. De mirada tierna, nariz gruesa y dilatadas orejas, Belmondo es de los pocos actores que cabe en la selecta categoría de icono. Le basta aparecer en un fotograma para evocar toda la magia del cine. 

He recibido la noticia de su muerte al tiempo que leía que el prelado Xavier Novell, obispo y apologista de la república catalana, ha sucumbido a la tentación de la carne (bien por él). Por rendir tributo a ambos, me gustaría recordar una de las grandes películas del actor francés, Léon Morin, sacerdote (1961), que Belmondo protagoniza junto a la inmortal Emmanuelle Riva

Dos años antes, Riva había protagonizado Hiroshima mon amour (1959) y Belmondo venía de Al final de la escapada (1960), uno de los debuts más influyentes (para muchos el más influyente desde Ciudadano Kane, en 1942) de la historia del cine. Así, Belmondo y Riva se encontraban en un momento dulce y ascendente cuando coincidieron a las órdenes de Jean Pierre Melville.

Léon Morin es una película sobre la tensión sexual que surge entre un cura de pueblo y una mujer impulsiva, agnóstica y comunista. Barny acude al sacerdote en actitud contestaría, pero él la recibe con suavidad y la anima a visitarlo semanalmente con intención de conversar e instruirla en la fe católica. La acción sucede durante la Ocupación. Barny, además de comunista, es viuda de un judío y madre de su hija. Pasan cosas, pero la grandeza de la película reside en cómo Melville juega con nuestras expectativas. No se la pierdan.

Por su parte, la historia de Novell veremos cómo acaba. Yo me alegro sinceramente por él. Teniendo en cuenta que no ha renunciado a la parroquia de Jaramillo de la Huerta sino al obispado de Solsona, la experiencia del amor ha debido ser gratificante. Algunos bromean con que su pareja, la psicóloga Silvia Caballol, sea autora de novelas de temática erótico-satánica. Entiendo que añade picante al affaire, pero en el fondo cuadra con la narrativa clerical que exagera la tentación luciferina. 

“Sólo volveré a entrar en una iglesia como turista” le dice Barny a Léon. Quién sabe si Novell pronunciará esas palabras. Lo que parece seguro es que, si se sube al altar, será de espaldas al público. La historia deja una moraleja: es más fácil traicionar a Dios que a la república catalana.