C. Tangana ha sacado una canción bastante mediocre llamada Yate donde lo único que reluce es el sample de Vete, de Los Amaya: hasta ahí, todo correcto. No le vamos a exigir al chaval que esté todo el día pariendo temazos inolvidables como los que nos ha regalado en El madrileño, probablemente uno de los discos patrios más relevantes del año y de la década. El caso es que llevaba tiempo sin sacar sus especias neoliberales y sin airear sus trazas de machismo -hay quien lo llama “feminismo liberal”- para aderezar sus coplillas, y estaría Pucho jartito’ de sé bueno.

En los últimos tiempos se había centrado en una empresa mucho más estimulante: la de reivindicar la música de banquito, las rumbitas españolas, las sobremesas de palmas, cigarros y amigos, el folclore sentimental y sus amores apretaos’ de los que hay que exorcizarse para seguir vivo -pero ay, qué ratitos más puros nos dan-.

Sin embargo ahora, en su última performance, le ha dado por volver a poner al feminismo contra las cuerdas invitando a las mujeres más bellas y exuberantes del país -desde Jessica Goicoechea a Ester Expósito- a su barquito de marras a meterse el fiestón entre botellas gélidas de champán: una verbena de toples, de tablas de surf, de morritos empapados de ácido hialurónico, de twerking hasta el piso, de cadenas de oro y de despiporre flamenco en su coto para guapos, quizá para recordarnos a los mortales -que sobrevivimos entre precariedades, restricciones por la Covid y una ola de calor que amenaza con desquiciarnos o dejarnos para siempre adheridos al sofá- que acá en tierra firme no se está tan bien. Por si se nos había olvidado. Por si nos inspira para alquilar un hidropedal en la Malagueta.

La idea, de entrada, sólo es obscena para los pobres, para los niños sin verbena y para los titanes que trabajan en la Puerta del Sol disfrazados de Mario Bros o de Pikachu peleando contra el hastío, las facturas y la hipertermia. Tal vez el problema haya sido la foto que Pucho ha tenido la genial idea de subir, y que ha pasado de convertir su show en un guateque mixto de alto standing entre falsos colegas que comparten foco y no secretos en una auténtica resurrección de Jesús Gil, como ya hizo en su día Rosalía tirando billetes a las strippers en la fiesta posterior a los Grammy.

Ahí C. Tangana rodeado de hembras preciosas con el culo en pompa mientras él se frota -literalmente- las manos en la cubierta de su nave, al estilo Maluma en Mala mía, al purísimo estilo Gil y Gil cuando pillaba el fijo en un jacuzzi lleno de ¿modelos?, al tremendo estilo ‘Barcos y putas’ de aquella comedia mítica llamada Hermanos por pelotas. Nada nuevo bajo el sol. La misoginia de siempre, la caspa de siempre, la vieja chanza machuna del barco como prolongación del falo: un sueño histórico del hetero más plano que consiste en exhibir los fajos, los éxitos, la promesa de la orgía sobrevolando, las pitukis y el símbolo de libertad -de neolibertad-, ¡todo a la vez! Oliendo la vida a crema solar, a perfume caro sobre el sudor; oliendo la vida a esmegma.

No me ofende, no puede ofenderme porque sólo es triste y vulgar, sólo es un aspaviento rancio, una demostración grotesca y fácil del expansivo pero sin embargo maltrecho ego masculino. Sólo es cateto, sólo es hortera, sólo es anacrónico. Y señalarlo no tiene nada que ver con la censura -porque ya ha habido algún avispado que ha comparado este caso con el del veto a los carteles de Zahara esta semana a propuesta de Vox-: a Zahara la han censurado políticamente y de facto se han cargado sus imágenes promocionales en Toledo, C. Tangana sólo ha reinaugurado un debate ciudadano más viejo que el arroz sobre la cosificación femenina y la pesadísima ostentación testosterónica.

Claro que seguiré escuchando y disfrutando sus canciones. Claro que le defenderé si alguien le censura -como ya le sucedió en 2019 a petición de Podemos en Bilbao-. Claro que no quiero que desaparezca de la faz de la tierra -ni de los mares- esa imagen sonrojante: me recuerda, como ya deslizó ayer la fantástica Henar Álvarez, que lo que mola no es ser la tía buena del barco, sino una tía de puta madre con barco.