Nos dijeron “estudiad y viviréis mejor que vuestros padres”. Pero terminados los estudios (grado, máster, prácticas, otro máster) somos más precarios que el camarero que nos sirve el café cada mañana. Nos robaron la promesa. Estudiar no sirve para nada. Como en el poema de Rudyard Kipling, caímos porque nuestros padres mintieron.

Esta es una narrativa muy extendida en mi generación, los llamados millennials, víctimas de dos crisis económicas y de la omnipresencia de los baby boomers. Hay algo cierto en el relato. La crisis no es un invento del 15-M. La globalización ha empobrecido a las clases medias y el embudo generacional ha impedido emerger a la nueva cohorte. 

Sin embargo, detecto algo en este análisis que se parece demasiado a lo que el psicoanalista Alfred Adler bautizó en 1920 como “mentira de vida”. La falsa convicción que tienen algunos individuos de que su plan de vida está destinado a fracasar por motivos ajenos a su control.

El problema de la frase “estudia y vivirás mejor que tus padres” es que muchos interpretamos que quien decía “estudia” decía “estudia cualquier cosa”. Y no es así. No es casual que el lamento generacional lo entonen quienes estudiaron (estudiamos) carreras de Humanidades, Comunicación o determinadas Ciencias Sociales.

Aspirábamos a ser BoBos, bourgeois bohemian: profesionales con ocupaciones y valores bohemios, pero disfrutando de las holguras de la vida burguesa.

En la mayoría de los casos, la cosa salió mal. No hay puestos universitarios, instituciones culturales, productoras, galerías de arte, agencias de publicidad, editoriales ni medios de comunicación para alimentar a tantos aspirantes. Algunos emigramos, algunos se reinventaron, otros tenían contactos. La mayoría siguió trabajando por sueldos de miseria

“Tener estudios” es el sintagma más vago de nuestro tiempo. Un graduado en Letras no puede salir al mercado laboral con la misma confianza que un ingeniero, un matemático o un médico. La educación es una inversión, sí, pero hay inversiones más arriesgadas que otras. 

¿Mintieron nuestros padres? Mintió el sistema que produjo graduados que era incapaz de asumir. Y nosotros nos dejamos engañar. Es hora de asumir la responsabilidad que cada uno tiene (tenemos) en esta frustración generacional y luchar por que no se reproduzca.

Por lo demás, difundir que los estudios universitarios son inútiles es mentir. Basta consultar los datos para comprobar que el desempleo se ceba con quienes no tienen estudios. La universidad es un ascensor social, sí. Sólo que no todos los pisos tienen las mismas vistas. Conviene reflexionar antes de pulsar el botón.

No ayudaron la demonización de la empresa, ni el hollywoodiense eslogan persigue tus sueños. Muchos lamentan ahora la superioridad con que miraban a quienes estudiaban Económicas y en verano hacían prácticas en Deloitte.

Era evidente y nos negamos a verlo: España no es país para BoBos. Y tampoco lo era hace dos generaciones. No me malinterpreten. La moraleja no es que haya que abandonar los sueños, sino hacerse cargo de ellos.